La secuencia de créditos de Guardianes de la Galaxia Vol. 2 (James
Gunn) da cuenta de las ambiciones formales desmedidas, de las limitantes
autoimpuestas al relato y de las aparentemente escasas intenciones conceptuales
del conjunto del filme.
En las secuelas los personajes no
requieren presentación. La apuesta de consumo continuo permite arrojarse de
bruces a la acción e incluso desdibujarla, pasarla al segundo plano, diluirla
en el ámbito más importante de la película: el efecto.
Los auto denominados guardianes de la
galaxia, combatientes a sueldo, mercenarios interestelares deben destruir una desagradable
criatura espacial con estrategias recicladas de Hombres de Negro (Barry Sonnenfeld, 1997) y de Titanes del Pacífico (Guillermo del Toro, 2013).
El plagio pasa desapercibido porque no
queda en el centro. La atención se concentra en Groot (Vin Diesel), infantil
ser arbóreo que mientras sus camaradas pelean a muerte baila Mr. Blue Sky, una
canción de Electric Light Orchestra (E. L. O.).
Pieza desmesurada, pop de fácil
asimilación con capas de arreglos corales e instrumentales mezcladas con voces
sintetizadas. Kitsh: sublime fallido. Esta música es el fondo pero también el
centro porque la acción principal, la que desencadena una línea principal del
relato, ya ha sido vista.
¿Qué necesidad de concentrarnos en la
lucha con un monstruo que ha dejado de tener cualquier trascendencia simbólica?
Finalmente es otra animación digital como cualquier otra. Mejor se hace foco en
Groot, que baila como el bebé de las animaciones de los primeros reproductores
de mp3. Ciertamente resulta vacuo pero pretende ser divertido.
Es una escena de excesos. Saturada. No es
la profundidad de campo añorada apreciada por André Bazin hace 60 años. No hay
manera de que el espectador seleccione lo que quiere ver. El foco variable, las
entradas y salidas de cuadro, la distancia entre los personajes y la cámara y
sobre todo la pista sonora se encargan de desmantelar toda posible ambigüedad y
de aprisionar el punto de vista del espectador.
Caricaturas.
En otros tiempos los dibujos animados,
incluyendo los traslados audiovisuales de los comics, eran llamados
caricaturas. Ahora los productos de arte secuencial de las grandes editoriales llegan
a las pantallas en híbridos de costos millonarios que mezclan la animación por
computadora y el trabajo con actores reales.
A pesar de la distancia en cuanto tiempo y
presupuestos también son caricaturas en el sentido de la simplificación y la
búsqueda del efecto cómico mediante la exposición del modelo al ridículo.
El resumen de la historia podría ser el
siguiente: los guardianes de la galaxia son rescatados de un ataque espacial
por Ego (Kurt Russell), el padre del líder del grupo – Peter / Star Lord (Chris
Patt) – atraído por la fama de su hijo, al cual abandonó en una banda de
piratas, de devastadores, encabezados por Yondu (Michael Rooker).
El resto del argumento se impulsa por la
revelación de las auténticas personalidades de cada uno de ellos. Ego es Saturno
cuyo mito implica que debe devorar a sus hijos en busca de su permanencia.
Yondu demuestra los límites de su vileza y se lanza a la postre del sacrificio
manteniendo opacos los motivos psicológicos de su comportamiento errático.
Caricaturas de las grandes preocupaciones
humanas, de la búsqueda de una identidad, de un acceso a la historia y al
pasado mediante una pesquisa de paternidades biológicas y sociales. Nada como para
tomarse en serio, según la disposición formal de la película.
La temática está enraizada en una forma
mezclada, revuelta barrocamente con otros elementos textuales e intertextuales.
Dentro de la misma película está la multiplicidad de líneas argumentales (se
supone que es una película sobre un grupo de personajes), informaciones
retardadas a lo largo del relato duplicaciones del tema en otros personajes y
una supuesta superación edípica del conflicto.
Fuera de la misma película está el
reciclaje de música pop deudora del exceso de la primera obra de Quentin Tarantino
(que este año cumple un cuarto de siglo). Pero además incluye en si misma la
estrategia de marketing de cinco escenas pos créditos y el anuncio de nuevas
historias.
Dos de ellas generan un lastre en la trama
con la presencia de un actor tan dispensable como Sylvester Stallone. Podría decirse
que su presencia augura la decadencia (por mi parte esperada) de las
estrategias franquicitarias del cine contemporáneo. Pero hay otra implicación,
con la que cerraré este texto.
El espectador supremo.
¿Qué cohesiona este abigarrado conjunto?
¿Qué hace posible soportar una película de 2 horas con 16 minutos, incluyendo a
los créditos que se ha vuelto obligado ver? Apenas hay una anécdota, un
desarrollo de personajes que por sí no anclaría la atención de nadie a algo que
no fuera una telenovela.
Hay una actitud de apapachar la autoestima
del espectador, que se intuye superior respecto a los mezquinos y tontos personajes
que pueblan la historia. Además se asume evolutivamente superior por ser cronológicamente
posterior a las referencias de la cultura pop de los 1970 y 80.
Quien ve la película asiste desde lejos a
la irónica representación de un espectáculo burdo y de alta tecnología con la
intención de no identificarse, de no sentir compasión por personajes cuyos
dramas no tienen repercusiones.
¿Hay alguna manera de cohesionar los
elementos que pueblan esta película más allá de la parodia? No es un asunto de
nostalgia, como lo quiere vender la publicidad. Aquí sí hay una ausencia de
crítica y exceso de citas que no dejan de ser valorativas, decorativas y sin
historia, como no lo quería Linda Hutcheon (La política de la
parodia posmoderna).
Yo no soy el indicado para señalar los
valores de la visión posmoderna de Los Guardianes
de la Galaxia Vol. 2. Creo que en la posición supuestamente irónica y
paródica de la película hay un fuerte neoconservadurismo.
No en balde la defensa y el reconocimiento
de la aplicación de los valores de la familia, el gran sancionador moral de la
película es protagonizado por Stallone, el intérprete de Rambo, ejemplo de la
ideología estadounidense de la guerra fría y de las aberraciones de Ronald
Reagan. Eso podría ser tema de más textos.
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