La maldición de Thelma (Título original: Thelma.
Director: Joachim Trier. País: Noruega. Año: 2017) se refiere a la
voluntad femenina que des balancea el mundo de la lógica masculina a
partir de una ejecución que por fuerza remite, pero que más bien le
saca la vuelta, a los mecanismos clásicos del cine de terror. En
medio de una cartelera dominada por las películas de vacaciones el
público adulto agradece su programación en salas comerciales muy
por delante del tortuguismo de la Cineteca Alameda.
Thelma (Eili Harboe) es una estudiante universitaria de biología
que comienza a padecer convulsiones no epilépticas. Pertenece a una
familia que vive aislada en el campo y la llegada a la ciudad le
implica conflictos que tienen que ver con la socialización, el
despertar erótico, las drogas y otros que se enfrentan a su estricta
formación religiosa. A partir de ir conociendo su historia familiar
descubre que tiene un poder que va en contra de la lógica y que la
empareja con las brujas: el de volver realidad sus deseos de forma
automática.
Joachim Trier (Noruega 1974, primo de Lars von Trier) realiza su
cuarto largometraje documental explorando sus influencias
cinematográficas y revirtiendo la convención central de los filmes
de terror: el efecto de shock. El género ha tenido como
justificación de ser el producir en los espectadores desazón,
angustia, miedo y repulsión, entre otras emociones similares. Labor
nada sencilla en donde, en la década de 1970, directores admirados
por Tier como Brian de Palma exploraron las posibilidades del horror
que produce la feminidad.
Pero que el comentario no se preste a engaño: no estamos ante una
película de terror. Ese tipo de emociones no se exacerban al momento
de proyectarse La maldición de Thelma. A lo largo de la
historia que narra filme se atisban oportunidades que otros
directores hubieran utilizado para construir complejos mecanismos de
suspenso (las dos escenas en las que se pierde el bebé) o para hacer
brincar mecánicamente al espectador de su butaca (las convulsiones
acompañadas de pájaros que chocan contra las ventanas).
Y es que La maldición de Thelma sólo retoma ciertas
convenciones del terror como los bosques, la brujería, el miedo a la
sexualidad y el combate del mal a través de la religión – en una
especie de exorcismo inducido por drogas legales – para reprimir la
parte oscura del personaje de Thelma. El tema de la película en
forma muy distinta ya lo había abordado, por ejemplo, Brian de
Palma en Carrie: extraño
presentimiento (1976) y Tier lo alude sin excesos
sanguiñolientos ni masacres desmedidas.
En realidad es un filme de arte y ensayo que se concentra más en
el tema que en el efecto (como lo hace el clásico cine de terror).
El asunto central es la identidad femenina maltrecha por los
fundamentalismos, controlada por la medicina (psiquiatría y
psicología incluidas) y a la que que sólo se puede acceder mediante
una búsqueda en el árbol genealógico. De ahí la necesidad de
personajes como la abuela y de la estructura que oculta información
al espectador y cuando la presenta es más para argumentar que para
narrar.
Por ello no es raro que La maldición de Thelma,
haya sido elegida como parte del programa de la 64 Muestra
Internacional de cine que veríamos en condiciones precarias (si bien
nos va) a mediados de año en la Cineteca Alameda. Afortunadamente
Cinépolis la estrenó esta semana. Bien por la diversificación. No
todo el público anda buscando películas para niños en esta
temporada.
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