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lunes, 17 de agosto de 2015

Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando


Hay que películas que no entiendo. Y cuando son mexicanas la duda me corroe: ¿será falta de presupuesto? ¿Son las condiciones de la industria? ¿Me estoy desfasando de la realidad nacional? Peor cuando es están hechas para “el gran público” y lo demuestran con una campaña publicitaria que utiliza todos los medios posibles: ¿me estoy volviendo un roñoso fílmico insensible a la necesidad del público de intelectualizar poco y pasársela bien? Así me pasó con Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando [dirección: Manolo Caro. País: México. Año: 2014].
Y no es que no haya comprendido la trama. No. Incluso hasta puedo resumirla: el esposo de Elvira (Cecilia Suárez en vías de constituirse como “la abandonada del cine mexicano”) una noche agarra valor para irse recurriendo al lugar común de que va por cigarros. Elvira investiga y descubre que probablemente su marido ha huido con otro hombre (Luis Gerardo Méndez), dejándole 2 niños a cargo, una amiga rica (que administra una funeraria y es interpretada por Angie Cepeda) y una vecina entrometida y mocha (Vanessa Bauche).
Hasta aquí no hay problema. Éste surge cuando se trata de interpretar las intenciones del director y guionista Manolo Caro. Por ejemplo: el decorado de los escenarios y la selección de las locaciones es intencionalmente retro. Las oficinas del marido ausente están en la Torre Latinoamericana y cuando los personajes van a Acapulco se hospedan en el Hotel Boca Chica, testigo de los tiempos gloriosos del puerto en la década de 1950.
Estos arcaismos quizá pudieran ser un reflejo de la incapacidad de entender los tiempos de inclusión y diversidad que implica la condición posmoderna contrapuesta a la percepción como un agravio inconfesable del hecho de que el marido no se vaya con otra, sino con otro. Pero esa arista puntiaguda se achata por el constante contraste de Elvira a la religiosidad de la vecina interpretada por Bauche. La cosa no va por ahí.
La interpretación se convierte en sospecha: el look retro de la decoración (que no del vestuario) podría justificar la inclusión de piezas musicales de los ochentas, sólo que versionadas por intérpretes contemporáneos. Parte de la promoción de Elvira... ha descansado en el cover que de la canción de Laura León “Suavecito... suavecito” hace, como siempre desde la inconsciencia, Julieta Venegas. La inclusión de estas piezas es muy forzada y el resultado particularmente feo, sobre todo cuando van en la carretera y se masacra la escena con cortes que (quién sabe) a lo mejor querían imprimir ritmo a una imagen estática.
El estilo visual no termina de ser riguroso. De pronto pretende (sin lograr) la geometría de las películas de Wes Anderson. A ratos usa los oscurecimientos de escena de Mike Nichols en El graduado [The Graduate. Estados Unidos. 1967]. Quizá anda buscando un cierto tipo de comedia para justificar ciertas faltas de sentido del guión como cuando Elvira consigue trabajo de plañidera en la funeraria de su amiga.
Total que el tiempo en la película Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando es un caos. Los personajes en su casa usan sendos teléfonos inalámbricos de los ochentas y tienen consolas tocadiscos de los setentas. Pero en la calle una de ellas porta un teléfono celular que de lejos parece un Samsung Galaxy.
Se ha promocionado que se trata de una historia hecha a la medida de la protagonista. Definitivamente Cecilia Suárez tiene un enorme talento para transmitir la neurosis femenina. De hecho no hay demasiado problema con el desempeño del cuadro de actores aunque cueste trabajo soportar la última escena de Luis Gerardo Méndez.
El problema es cuando el director quiere usar sus recursos fílmicos para transmitir la locura inminente de Elvira haciendo que un mismo personaje sea interpretado por dos actores. Si la película estuviera dirigida al mismo público que las películas de Darren Aronofsky sería hasta cándido proponer ese truco.
Pero una de las ventajas de ir al cine es sentir la reacción del público que va a las salas comerciales. Detrás de mi se sentaron un bello grupo de mujeres maduras que reaccionaron muy bien a casi toda la película. Pero alguna de ellas no dudo en expresar que no entendía ese cambio de intérprete. Y se acabó la película sin que le hicieran cambiar de opinión.
Lo mismo me pasó a mi pero no solo con eso, sino con otras muchas otras cosas planteadas por el director. Lo que me quedo claro es que se trata de un film fallido.