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domingo, 28 de junio de 2015

Memoria oculta


El viernes pasado arrancó la sexta edición del Rodando Film Festival, evento cinematográfico potosino, producto de un esfuerzo continuado de la sociedad civil, que ha ido adquiriendo rostro y que se concentra mayoritariamente en la exhibición de películas mexicanas.
Las ficciones son exhibidas en el enorme recinto de la Cineteca Alameda (en la cual se llevó a cabo una proyección muy disfrutable de La delgada línea amarilla [Dirección: Celso R. García. País: México. Año: 2015] con un audio perfectamente claro).
Los documentales se concentran casi en su mayoría en el Auditorio Rafael Nieto de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP) espacio mas pequeño pero bien confortable con proyección y sonido muy mejorados y que es la sede del cineclub de la UASLP.
También hay funciones al aire libre en parques y panteones, las cuales no pueden ser tan controladas como en las salas e implican dificultades para ver las películas pero que a veces ganan por la atmósfera del lugar. Cortometrajes, animaciones y una muestra por los 40 años del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) van de un espacio a otro.
En estos días pretendo concentrarme en las películas de no ficción, que ocupan un buen espacio en la programación de Rodando Film Fest, hecho con el que me congratulo porque soy de los que creen que el documental mexicano es la fuente mas generosa de exploración cinematográfica en nuestro país.
Mientras la mayoría de las películas de ficción se anquilosan en formas narrativas convencionales (logrando en el mejor de los casos una experiencia emotiva como ocurre en el trazo de La delgada línea amarilla) el documental viaja por entornos tan fascinantes y sorprendentes como la realidad misma.
En el caso de Memoria oculta [Eva Villaseñor. México. 2014] hay que agregar a estas cualidades un empeño por desarmar las partes que constituyen su película y además mantenerla funcionando. Si bien las piezas de una maquinaria puestas sobre la mesa de trabajo pueden ser fascinantes no es fácil verlas en acción, lo cual si ocurre cuando uno asiste a ver este documental.
Se trata de un híbrido. Por un lado tenemos información suficiente para saber que lo que la realizadora nos cuenta es verdad y que quienes aparecen a cuadro fueron testigos de un período de su vida en el que perdió la memoria. Es decir, como público damos por hecho que se trata de una película documental.
Pero sus recursos audiovisuales también guardan relación con otro tipo de cine que llamamos experimental o de vanguardia. Y por qué no (es debido reconocer el terreno ya que estamos recorriendo fronteras): hay mucho de video arte en esta propuesta. Hay una renuncia a la narrativa unidireccional y al sentido único. La forma del filme se abre entonces a múltiples interpretaciones.
La Memoria oculta de Eva Villaseñor está dividida en seis fragmentos bien diferenciados. Hay tres entrevistas: a una amiga, al hermano y a la madre de la realizadora, quienes narran los antecedentes y las consecuencias de un brote psicótico que vivió la realizadora y que permanece como un hueco amnésico en sus recuerdos.
De entrada la forma de presentar las entrevistas implican una renuncia a las capacidades expresivas del montaje y se sólo se recurre a la edición fuera de continuidad para abreviar los testimonios. Los entrevistados siempre están a cuadro y lejanos de la cámara, en espacios que descubiertos por el ojo de la fotógrafa y realizadora tienen una extraña geometría.
En apariencia ello podría parecer una simplificación y no lo es: se requiere rigor para mantener la cámara fija y confianza en las posibilidades expresivas del plano. Aquí los remito a unas imágenes.
En la geometría sugerente de Villaseñor la amiga es encuadrada en una especie de triángulo reminiscente de una flecha que se introduce en los huecos del recuerdo. El hermano aparece en una ventana circular con una escalera de fondo como si de la diana o blanco a la que va dirigida la flecha se tratara. Y la madre en una figura similar a un trapecio, como la flecha del inicio pero amputada de la punta.
Si esto fuera toda la película tendría una forma ciertamente original pero poco compleja. La verdadera provocación viene en las tres últimas partes del film, que son las deudoras del cine experimental y del video arte. Hay una sucesión de imágenes fijas, al principio sugiriendo una película cinematográfica de la cual pudiéramos percibir sus fotogramas y luego cambiando con gran rapidez, al grado de ser arduo de distinguir las imágenes de animales de las de cuerpos humanos y los paisajes.
Mundo animal, humano y espacio físico indistinguibles. Flujo de percepción agotador y en apariencia carente de racionalidad: ¿es locura o es creatividad? ¿Hay diferencia entre ambas? ¿Nos faltan nuevas categorías para mezclar ambas?
Luego el documental se vuelve un diario de viaje. Se ven los volcanes cercanos a la Ciudad de México desde la ventana de un avión. Hay planos submarinos. Entradas a cavernas. Desde la altura hasta la profundidad para transitar del consciente (que pretende abarcarlo todo desde el punto de vista “superior” de la razón) hasta las partes del alma donde apenas entra luz y las reglas del espacio no son las mismas que las de la cotidianeidad.
Todo ese recorrido termina en una imagen. El perfil de una mujer que proyecta una sombra. Si asumimos que la realizadora es la fotógrafa - como indica la secuencia de créditos - entonces estamos ante un autorretrato: la película recita su propia fórmula.
En un filme mas convencional que Memoria oculta todo este registro fílmico hubiera sido usado para ilustrar (quizá con alguna originalidad) el relato de los testigos al inicio del film. Pero Villaseñor es osada: prefiere dividir claramente las partes, como si pretendiera crear la ilusión de que estamos ante su mesa de trabajo y que podemos armar su película otorgando un sentido al conjunto tras haber visto las partes.
Pero es sólo una ilusión, como sabemos que siempre lo son las películas, incluso los documentales. Las ilusiones de movimiento y realidad permiten ensoñar por un momento que estamos ante hechos verdaderos accesibles de manera objetiva, cuando en realidad es la voluntad del realizador, su manejo de la técnica y su subjetividad lo que los pone frente a nuestros ojos.
Por ello, quizá, Eva Villaseñor elimina la imagen al final de su documental Memoria oculta, dejando la pantalla oscura, efecto que resulta pleno cuando se ve el filme en el cine y se escuchan gritos, incoherencias, voces desde mas allá de la razón, perdidas en el laberinto de la mente. ¿Será el registro sonoro de un psiquiátrico? ¿Estará ahí la misma voz de la realizadora que se nos ha negado a lo largo del filme? La duda sigue cuando acaban los créditos y se enciende la luz.

lunes, 22 de junio de 2015

Güeros

Hace meses que vi por primera vez Güeros [dirección: Alonso Ruiz Palacios. País: México. Año: 2014] y ha sido arduo escribir sobre ella. Se trata de una de esas películas que en cada visionado se torna mas compleja.
La sencillez de la anécdota resulta engañosa pero su resumen es necesario ya que el contexto histórico resulta clave: Tomás (Sebastián Aguirre, ganador del Ariel por Obediencia Perfecta [Luis Urquiza. México. 2014]) es enviado desde Veracruz hasta el Distrito Federal. Su madre se declara incapaz de controlar su inquieta juventud y una temporada con su hermano Fede (conocido como Sombra, interpretado por Tenoch Huerta) parece la mejor solución.
Sombra comparte su departamento en el sur de la Ciudad de México con Santos (Leonardo Ortizgris) y ambos viven al borde del pasmo: sus escuelas se encuentran tomadas, la ciudad vive un constante desquiciamiento agravado por las masivas movilizaciones que genera la huelga en la Universidad Autónoma de México (UNAM), evento histórico que se extendió desde abril de 1999 hasta febrero de 2000.
La inmovilidad de los personajes terminará cuando sean descubiertos robándoles la energía eléctrica a los vecinos y se iniciará un periplo por la geografía urbana tras un objetivo apenas razonable, un macguffin en forma de cinta de audio, heredada por su padre y grabada por Epigmenio Cruz (Alfonso Charpener) - un “güey que pudo haber cambiado al rock nacional” - y que aparentemente agoniza en el olvido. El recorrido los lleva al encuentro mas importante de la película, el que ocurre con Ana (Ilse Salas) en una Ciudad Universitaria tomada por los estudiantes y sacudida por los debates interminables.
La forma cinematográfica de Güeros probablemente sea de las mas ricas y originales del cine mexicano en los últimos años. Si pudiéramos hacer una división entre los filmes convencionales, en ocasiones exitosos y casi nunca rigurosos (Paraíso [Mariana Chenillo. México. 2013] y La dictadura perfecta [Luis Estrada. México. 2014], por mencionar dos filmes reseñados en este espacio) y las películas que pretenden romper los moldes fílmicos tradicionales, Güeros debería quedar en esta segunda categoría al lado de la obra de Carlos Reygadas y de Fernando Eimbcke, aunque los estilos de los tres realizadores sean muy diferentes.
¿En qué radica la originalidad de la forma fílmica de Güeros? Me atrevo a decir que no está en su fotografía a blanco y negro y en su formato académico, que hace que la imagen sea inusualmente cuadrada. Este formato ya había sido utilizado, recientemente en Post Tenebras Lux (Reygadas. México, Francia, Países Bajos y Alemania. 2012) y la monocromía es característica de la imagen de Temporada de patos (Eimbcke. México y Estados Unidos. 2004).
Los constantes desplazamientos de cámara, anunciados y enunciados en un poema atribuido en la historia al personaje de Sombra: “... como si mirar fuera una forma de moverse”, tampoco son el corazón de la originalidad ni la expresión del sentido último del filme, aunque los traslados de los protagonistas por la nunca conclusa geografía defeña equivalen al comportamiento de la cámara y al dinamismo propio del filme.
Si bien la dimensión sonora de Güeros se presta a la experimentación con sonidos saturados y telúricos finalmente esos efectos sustituyen a la música en una función bastante común, que es la de hacer evidentes los estados de ánimo. En este caso los ataques de pánico de Sombra son evidenciados por ruidos arduamente soportables y complejamente mezclados
La selección de la música tiene mucho de provocación: pocos elementos mas antifílmicos que la música de Agustín Lara, aunque es tentador encontrar referencias al primer cine sonoro mexicano, donde puso su trémula voz en filmes como Santa [Antonio Moreno. México. 1931] y ello quizá sería justificado ante las múltiples referencias a filmes como Los olvidados [Luis Buñuel. México. 1950] y Los caifanes [Juan Ibáñez. México. 1967].
Pero la técnica mas plena de sentido en Güeros es la edición. Ahí sí va a contracorriente de la pachorra institucional de gran parte del cine contemporáneo. Hay una progresión en los recursos que se utilizan. El primer plano de la película, el de los globos rellenos de agua, termina bruscamente con un corte directo a la pantalla en negros. Estos cortes fragmentan el espacio donde se desarrollan las escenas bloqueando la visión de los espectadores, volviéndose una constante que en un momento tiende a desaparecer. 
Posteriormente Alonso Ruizpalacios y sus editores - Yibran Assaud y Ana García – recurren a una forma menos convencional y aún mas plena de sentido, donde los personajes nunca se ven de frente. Los realizadores nos niegan el contracampo, la parte complementaria de la visión humana.
En Güeros muchas veces miramos lo que los personajes ven y después observamos sus espaldas. De hecho Tomás lleva una playera que dice “Don't look back”. Pero ojos y visión humana no se cruzan, sino hasta el final de la película, cuando Tomás, homónimo del incrédulo apóstol, finalmente toma una foto de su hermano. Ahí la mirada es devuelta plena de significación.
La escena ocurre en la calle, en medio de una manifestación que constantemente se atraviesa entre los hermanos. Su vínculo se (re) activa, se (re) crea la familia buscada no sólo por ellos, sino también por Ana en su activismo estudiantil y en la vida en común generada por el paro. Pero la presencia de la marcha también recuerda que la vida individual es marcada por los procesos sociales, que estos son dinámicos y que ante ellos las personas difícilmente pueden permanecer ajenos, ya que se cruzan como los manifestantes entran y salen de cuadro.
En estas extendidas pero a fin de cuentas escasas líneas no he agotado las posibilidades de análisis de Güeros. Falta hablar de su puesta en abismo (que la hace ser una película dentro de otra película); de su narrativa moderna que se detiene para privilegiar las sensaciones y el espacio; falta ahondar en su visión posmoderna del cine mexicano y en el desagravio fílmico que recibe la música de Juan Gabriel. Como todas las grandes obras, Güeros se antoja inabarcable. Y su tono lúdico y antisolemne se agradece.
Pero también, como muchos de los filmes que se niegan a la convencionalidad, enfrenta problemas. El crítico Leonardo García Tsao en su cuenta de Twitter (@walyder) lo resumió muy bien: “Gran paradoja: LA DICTADURA PERFECTA. Arieles? Cero. Espectadores? Millones/ GÜEROS. Arieles? Cinco. Espectadores? Cinco”. Entre la mala distribución del cine mexicano y la incomprensión de los espectadores, Güeros acumula más premios y reconocimientos que público.
Un ejemplo: la película fue proyectada en el marco de la Muestra Internacional de Cine en la Cineteca Alameda. Después de eso se anunció que estaría en cartelera. Pero eso fue antes del descalabro que sufrió Ida [Pawel Pawlikowski. Polonia, Dinamarca, Francia y Reino Unido. 2013] en la pantalla de la sala administrada por la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, donde fue vista por muy pocas personas.
Quizá la administración dudó ya que ambas películas son a blanco y negro y cuadradas (aunque Ida haya sido proyectada incorrectamente en la Sala Lupe Vélez) y decidió hacer un ciclo de películas juveniles latinoamericanas que empieza hoy con la exhibición de Güeros y mañana proyecta P3nd3jo5 (Raúl Perrone. Argentina. 2013), otra obra que se antoja experimental y que espero reseñar posteriormente.
El punto es que Güeros estará sólo un día mas en cartelera en una sala que por misión debería difundir el arte cinematográfico y que por vocación y lógica debiera ser una salida para el cine nacional. ¿Por qué?
Hipótesis: lo que cuenta para las instituciones de este gobierno (afortunadamente menguante) son los números. Si Güeros no ingresa a taquilla tanto como un ciclo de Pedro Almodóvar - muy similar al que se hizo hace muchos años en el cineclub de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP) – probablemente se consideraría un fracaso. Un esfuerzo por explicar los méritos de la película y crear un público para estas propuestas se considera seguramente inútil, sino yo creo que ya se hubiera realizado.
En ese sentido resulta mas interesante la labor de los cineclubes como el de la UASLP, que se esfuerza en construir un debate al término de sus proyecciones o el Matinée de la Facultad del Hábitat (también de la UASLP) donde la presentación del viernes pasado de la película que ahora nos ocupa tuvo tres comentaristas (el cineasta José Antonio Meave, el comunicólogo José Ortiz y un servidor, quien mas bien mal pudo articular algo de lo que aquí explica), así como una participación entusiasta y nutrida del público, que fue lo mas importante.
Estoy seguro de dos cosas. Una: los presupuestos de los cineclubes son menores al de la cineteca. Dos: son mucho mas eficientes al momento de sensibilizar al público en el visionado de películas originales y meritorias. Y con esas funciones íntimas, propias del cineclub, Güeros obtendrá su lugar entre el público antes que en los raudos pases por la Cineteca Alameda.