El viernes pasado arrancó la sexta edición del Rodando Film
Festival, evento cinematográfico potosino, producto de un esfuerzo
continuado de la sociedad civil, que ha ido adquiriendo rostro y que
se concentra mayoritariamente en la exhibición de películas
mexicanas.
Las ficciones son exhibidas en el enorme recinto de la Cineteca
Alameda (en la cual se llevó a cabo una proyección muy disfrutable
de La delgada línea amarilla [Dirección: Celso R. García. País:
México. Año: 2015] con un audio perfectamente claro).
Los documentales se concentran casi en su mayoría en el Auditorio
Rafael Nieto de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP)
espacio mas pequeño pero bien confortable con proyección y sonido
muy mejorados y que es la sede del cineclub de la UASLP.
También hay funciones al aire libre en parques y panteones, las
cuales no pueden ser tan controladas como en las salas e implican
dificultades para ver las películas pero que a veces ganan por
la atmósfera del lugar. Cortometrajes, animaciones y una muestra por los 40 años
del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) van de un espacio
a otro.
En estos días pretendo concentrarme en las películas de no ficción,
que ocupan un buen espacio en la programación de Rodando Film Fest,
hecho con el que me congratulo porque soy de los que creen que el
documental mexicano es la fuente mas generosa de exploración
cinematográfica en nuestro país.
Mientras la mayoría de las películas de ficción se anquilosan en
formas narrativas convencionales (logrando en el mejor de los casos
una experiencia emotiva como ocurre en el trazo de La delgada línea
amarilla) el documental viaja por entornos tan fascinantes y
sorprendentes como la realidad misma.
En el caso de Memoria oculta [Eva Villaseñor. México. 2014] hay que
agregar a estas cualidades un empeño por desarmar las partes que
constituyen su película y además mantenerla funcionando. Si bien
las piezas de una maquinaria puestas sobre la mesa de trabajo pueden
ser fascinantes no es fácil verlas en acción, lo cual si ocurre
cuando uno asiste a ver este documental.
Se trata de un híbrido. Por un lado tenemos información suficiente
para saber que lo que la realizadora nos cuenta es verdad y que
quienes aparecen a cuadro fueron testigos de un período de su vida
en el que perdió la memoria. Es decir, como público damos por hecho
que se trata de una película documental.
Pero sus recursos audiovisuales también guardan relación con otro
tipo de cine que llamamos experimental o de vanguardia. Y por qué no
(es debido reconocer el terreno ya que estamos recorriendo
fronteras): hay mucho de video arte en esta propuesta. Hay una
renuncia a la narrativa unidireccional y al sentido único. La forma
del filme se abre entonces a múltiples interpretaciones.
La Memoria oculta de Eva Villaseñor está dividida en seis
fragmentos bien diferenciados. Hay tres entrevistas: a una amiga, al
hermano y a la madre de la realizadora, quienes narran los
antecedentes y las consecuencias de un brote psicótico que vivió la
realizadora y que permanece como un hueco amnésico en sus recuerdos.
De entrada la forma de presentar las entrevistas implican una
renuncia a las capacidades expresivas del montaje y se sólo se
recurre a la edición fuera de continuidad para abreviar los
testimonios. Los entrevistados siempre están a cuadro y lejanos de
la cámara, en espacios que descubiertos por el ojo de la fotógrafa
y realizadora tienen una extraña geometría.
En apariencia ello
podría parecer una simplificación y no lo es: se requiere rigor
para mantener la cámara fija y confianza en las posibilidades
expresivas del plano. Aquí los remito a unas imágenes.
En la geometría sugerente de Villaseñor la amiga es encuadrada en
una especie de triángulo reminiscente de una flecha que se introduce
en los huecos del recuerdo. El hermano aparece en una ventana
circular con una escalera de fondo como si de la diana o blanco a la
que va dirigida la flecha se tratara. Y la madre en una figura
similar a un trapecio, como la flecha del inicio pero amputada de la
punta.
Si esto fuera toda la película tendría una forma ciertamente
original pero poco compleja. La verdadera provocación viene en las
tres últimas partes del film, que son las deudoras del cine
experimental y del video arte. Hay una sucesión de imágenes fijas,
al principio sugiriendo una película cinematográfica de la cual
pudiéramos percibir sus fotogramas y luego cambiando con gran
rapidez, al grado de ser arduo de distinguir las imágenes de
animales de las de cuerpos humanos y los paisajes.
Mundo animal, humano y espacio físico indistinguibles. Flujo de
percepción agotador y en apariencia carente de racionalidad: ¿es
locura o es creatividad? ¿Hay diferencia entre ambas? ¿Nos faltan
nuevas categorías para mezclar ambas?
Luego el documental se vuelve un diario de viaje. Se ven los volcanes
cercanos a la Ciudad de México desde la ventana de un avión. Hay
planos submarinos. Entradas a cavernas. Desde la altura hasta la
profundidad para transitar del consciente (que pretende abarcarlo
todo desde el punto de vista “superior” de la razón) hasta las
partes del alma donde apenas entra luz y las reglas del espacio no
son las mismas que las de la cotidianeidad.
Todo ese recorrido termina en una imagen. El perfil de una mujer que
proyecta una sombra. Si asumimos que la realizadora es la fotógrafa
- como indica la secuencia de créditos - entonces estamos ante un
autorretrato: la película recita su propia fórmula.
En un filme mas convencional que Memoria oculta todo este registro
fílmico hubiera sido usado para ilustrar (quizá con alguna
originalidad) el relato de los testigos al inicio del film. Pero
Villaseñor es osada: prefiere dividir claramente las partes, como si
pretendiera crear la ilusión de que estamos ante su mesa de trabajo
y que podemos armar su película otorgando un sentido al conjunto
tras haber visto las partes.
Pero es sólo una ilusión, como sabemos que siempre lo son las
películas, incluso los documentales. Las ilusiones de movimiento y
realidad permiten ensoñar por un momento que estamos ante hechos
verdaderos accesibles de manera objetiva, cuando en realidad es la
voluntad del realizador, su manejo de la técnica y su subjetividad
lo que los pone frente a nuestros ojos.
Por ello, quizá, Eva Villaseñor elimina la imagen al final de su
documental Memoria oculta, dejando la pantalla oscura, efecto que
resulta pleno cuando se ve el filme en el cine y se escuchan gritos,
incoherencias, voces desde mas allá de la razón, perdidas en el
laberinto de la mente. ¿Será el registro sonoro de un psiquiátrico?
¿Estará ahí la misma voz de la realizadora que se nos ha negado a
lo largo del filme? La duda sigue cuando acaban los créditos y se
enciende la luz.