Tan negro como el carbón (Título original: Bai ri yan huo.
Dirección: Diao Yinan. País: China. Año: 2014) juega con los
géneros cinematográficos, los trastoca mediante una estructura
narrativa poco convencional y de paso se asoma a la fealdad de la
vida en la economía más exitosa del orbe.
La película obtuvo dos reconocimientos importantes en la edición
2014 del festival de Berlín: el Oso de Oro por mejor película a su
director y el de plata para el protagonista, Liao Fan, quien
interpreta a Zhang Zili, un nada glamuroso policía que vive una dura
crisis emocional.
La anécdota se desarrolla en dos crudos inviernos chinos. En el
primero de ellos, el de 1999, aparece un cuerpo destazado. Sus partes
llegan, de manera misteriosa, a varias estaciones de repartición de
carbón donde son parcialmente recuperadas. Al mismo tiempo tiempo,
Zhang Zili termina su matrimonio con una sesión de sexo post –
divorcio y una despedida patética en la estación del tren.
5 años después el crimen sigue sin resolverse, Zhang ha abandonado
el cuerpo de policía, le han robado su motocicleta y se enfrenta a
la posibilidad de solucionar el misterio del descuartizado o de
volver a encontrar el amor. El personaje vivirá la mayor parte del
tiempo en este debate.
Se trata de un film genérico, que responde a las convenciones tanto
del policíaco como del cine negro. Del primero adopta el modelo de
la investigación: hay un crimen cometido y seguimos a alguien que
trata de solucionarlo. Pero también, como en el cine negro, el
director y guionista nos presenta algo de lo peor del alma humana.
Todos los personajes en potencia son abusadores y responden a
esquemas del film noir: la
mujer fatal, el policía corrupto, el empresario perverso y
el asesino enamorado.
Además el entorno de la historia
que narra resulta socialmente devastado, básicamente feo e inhóspito
no sólo por el frío, sino por la desesperación y la desesperanza
con la que deambulan la gente que vive en uno de las economías más
poderosas del orbe, pero cuyas riquezas no son compartidas por sus
habitantes, específicamente los de la clase media. China resulta tan
fea como cualquier país comunista e inhumana como la mayor nación
capitalista de este siglo que vivimos.
El guión de la película sugiere una narrativa distinta a lo que
acostumbra el cine de Hollywood, a pesar de su adscripción a dos
géneros muy importantes en la cinematografía estadounidense. Si
bien la trama es guiada por la pesquisa policiaca, la construcción
del personaje principal no nos permite tener claras sus motivaciones.
Por un lado el antaño
policía, hoy
guardia deprimido, mantiene
vínculos solidarios con sus excompañeros y parece que quisiera
recuperar su prestigio ante los miembros de su gremio. Pero también
parece ansiar el amor de una mujer, quizá hasta
sustituir a su exesposa. Pero
los espectadores no lo tenemos claro.
En este ir y venir, la narrativa del
filme se permite disgregar al grado que llega a presentar dos
posibles finales, ambos contradictorios a nivel de la psicología del
personaje, pero los dos
interesantísimos. El primero
es una escena irónica –
tarantiniana, donde el personaje se transforma en una especie de John
Travolta en Tiempos violentos
(Pulp Fiction. Quentin Tarantino. Estados Unidos. 1994) y el segundo,
cuenta con un
lirismo salvaje
al estilo de Takeshi Kitano en Fuegos artificiales
(Hana-bi. Takeshi Kitano. Japón. 1997).
Tan negro como el carbón también destaca el trabajo del
cinefotógrafo Dong Jinsong y la música de Zi Wen,
que aportan en el momento preciso emoción y poesía, el primero de
ellos trabajando con luces de color amarillo, rojo y azul poco
convencionales pero perfectamente justificadas, que dan un poco de
vida al frío y feo entorno urbano donde se desarrolla la historia. Y
el segundo, con notas melancólicas que nos trasladan al vacío
interior del protagonista.