La escena
inicial de Kubo y la búsqueda samurái
(inapropiada traducción de los distribuidores mexicanos para la ópera prima
animada del director Travis Knight del año 2016) resumiría el espíritu
narrativo y emocional de toda la película. La madre de Kubo navega en la noche
por un mar de imposibles olas, más altas de lo que puede aceptar el realismo.
Cuando una de ellas está a punto de volcar su frágil embarcación empuña un shamisen
(tradicional instrumento japonés parecido a una guitarra) y provoca que las
aguas de abran. Y sin embargo, desde un punto ciego, otra ola la hace
naufragar. Toca el suelo marino dando un sonoro golpe con su cabeza y pierde el
sentido. Lo recupera en la playa al escuchar el llanto de un niño que llega a
ser particularmente angustiante.
Un
contexto de misticismo exótico (el lejano oriente), referencias a mitos
occidentales (Moisés abriendo el Mar Rojo), una atmósfera suficientemente
ominosa como para estar en los bordes de un filme orientado a los niños (el
sonido y la imagen del niño en la playa son terribles más por lo que sugieren
que por lo que muestran, casi como el golpe de la cabeza de la madre), un
trabajo de animación que mezcla la tradicional y complicadísima técnica del
stop motion con las imágenes generadas por computadora: todo ello genera una
película que, sin llegar a la perfección, es mucho más interesante que otras
que hemos visto este año en el terreno de la animación.
Al crecer
Kubo resulta evidente que le falta un ojo. El niño tuerto divide su jornada
entre atender a su parcialmente catatónica madre y contar historias tocando el
shamisen en la plaza del pueblo. Heredero de poderes mágicos, al hacer sus
relatos el joven juglar anima hojas de papel que convierte en los personajes
que viven las historias y anuncian el relato global de la película. Este motivo,
la animación de figuras de origami, será constante en todas la película y se
convierte en uno de los aciertos del trabajo creativo de Travis Knight.
Otro punto
a favor de Kubo… es la creación de
personajes visualmente muy interesantes: el Samurái Insecto, el Mono con
pelambre de papel, los Ojos que pueblan el fondo del lago, las Tías que flotan
en el aire a la luz de la luna - que pretenden arrancarle el otro ojo a Kubo en
referencia freudiana a los mitos griegos - y el Rey de la Luna, cuya voz
original en inglés interpretada por Ralph Fiennes quisiera escuchar. Knight
utiliza la estética del origami para hacer figuras que jamás quieren pasar por
seres humanos, lo cual es más que pertinente en los filmes con animación digital
a la que en este caso hay que agregar la gracia imperfecta pero material de los
personajes que se mueven cuadro por cuadro.
La
historia de Kubo… también se
relaciona con las posibilidades de la narración, con el hecho mismo de contar
historias para explicarnos al mundo y a nosotros mismos, lo cual lleva a una
culminación que implica la ruptura de la típica dicotomía entre buenos y malos obligando
a reflexionar sobre las posibilidades de redención mediante la memoria, que no
se construye de otra forma sino mediante los relatos.
Kubo y la búsqueda samurái ha resultado para mí un filme mucho
más intenso dramáticamente, profundo conceptualmente, original en términos
formales y sólido en su estructura dramática de lo que pude haber pensado antes
de verlo. No fue uno de los grandes éxitos de la programación infantil del
verano, pero llega en buen momento para este público a nuestro país. Más allá
de su visión occidental en exceso (que es fortaleza y debilidad al mismo
tiempo) es un filme que merece ser más visto y reflexionado de lo que ha sido
hasta ahora en otros países.