La tercera edición del Festival de Cine México / Alemania (que se realiza en San Luis Potosí) concluyó
con la exhibición de Los Hámsters (2014), película mexicana, ópera
prima de Gilberto González Penilla. Podemos verla desde distintos
ángulos: por un lado es un filme regional, empecinadamente realizado
en el norte del país, y por otro lado está fuertemente enraizado en
las preocupaciones nacionales sobre el futuro, sobre todo de la clase
media.
Los Hámsters es un filme que ha pesar de su aparente sencillez tiene
una gran carga de complejidad en su concepción, ya que su guión
logra mantener la atención del público sin problema y sin embargo
no se ciñe a las mas comunes formas de contar historias,
promocionadas por sus gurús casi como fórmulas automáticas de
éxito en la taquilla.
Otro aspecto a destacar de la película del realizador Gilberto
González Penilla, fueron las condiciones de producción en las que
tuvo origen y los retos que enfrenta para ser distribuida. De estos
asuntos nos platicó el director, que estuvo presente en la función
del pasado sábado y entabló un diálogo con los asistentes.
Vamos por partes, primero concentrándonos en la película y luego
diciendo unas palabras sobre el Festival CineMA México / Alemania.
La historia de Los Hámsters transcurre en Tijuana. Cuando uno habla,
desde su imaginario fílmico, del norte del país y en específico de
esa ciudad de Baja California, inmediatamente saltan los temas de la
migración y del narcotráfico. Muchas veces olvidamos que, en esa y
en el resto de las ciudades donde estos problemas han hecho crisis,
vive gente con aspiraciones y existencias cotidianas, que no por ello
resultan menos dramáticas.
La familia que retrata Los Hámsters inmediatamente deja ver las
contradicciones entre aquello a lo que aspiran y sus verdaderos
alcances, en términos económicos pero también en el aspecto ético
y moral. Son cuatro miembros: el padre y la madre (Rodolfo y Beatriz,
interpretados por Ángel Norzagaray y Gisela Madrigal), una hija
(Angélica: Monserrat Minor) y un hijo (Juan: Hoze Meléndez).
En la primera secuencia se resume, con gran economía de medios, toda
la situación: Rodolfo, el padre, se levanta temprano, como lo haría
cualquier trabajador en nuestro país. Mientras se baña, su esposa,
Beatriz, le saca el dinero que lleva en su cartera. Y cuando ella
prepara el desayuno, Juan, el hijo, extrae ese mismo dinero para
usarlo él. Pero antes vemos como el padre trata de adueñarse de la
computadora y del teléfono celular de sus hijos para,
posteriormente, empeñarlos.
No
son tan Sucios, feos y malos
(Brutti, sporchi e cattivi. Italia, 1976)
como en la película de Ettore Scola, pero sus relaciones se basan en
el engaño y la mentira, en la agresión y la indiferencia entre
ellos y la representación de una apariencia no acorde con la
realidad frente a los demás.
Su contradicción recae en la falta de dinero en casa, producto de
que el cincuentón padre ha perdido el empleo y, como ocurre siempre
en este país, nadie contrata a alguien de esa edad. Pero de alguna
forma esta crisis (no reconocida) le permiten a los personajes una
cierta búsqueda de identidad: la madre tiene un intento de aventura
erótica frustrada con su entrenador en el gimnasio, la hija se
debate entre su novio y una amiga con la que tiene evidente química
sexual.
Y el hijo, Juan, es el mas afortunado. Habiendo embarazado a su novia
de pronto empieza a soñar con un futuro. No importa si tiene que
trabajar en una tienda de conveniencia, llevará a su hijo a pescar y
se debatirá, en el futuro, entre introducirlo o no al consumo de
mariguana.
Digo que Juan es afortunado, por que el resto de la familia es presa
de un presente desesperanzador. Por la edad del padre y de la madre
los podemos ubicar entre aquellos que creyeron el discurso de la
excelencia y la calidad del sexenio de Carlos Salinas y ahora
enfrentan las crisis globales, nacionales y locales a partir de puras
evasiones.
La estructura del guión y la metáfora sugerida por el título de
Los Hámsters nos hace pensar: ¿cuánto tiempo podrán seguir
corriendo en su rueda, haciendo como que avanzan y realmente
reproduciendo su propia decadencia?
La
película enfrenta un reto, que es el tono de comedia. Bastante
mesurado, por cierto, pero efectivo. No es difícil encontrar
similitudes entre la ópera prima de Gilberto González Penilla y las
películas de Fernando Eimbcke por que ambos beben de la misma
fuente, que son los filmes del director finlandés Aki Kaurismäki.
El
humor seco de la película Los Hámsters, en un país donde todavía
resuenan las estentóreas carcajadas de Pedro Infante, va a
contracorriente, igual que la estructura dramática de su guión, que
está construido en una unidad de tiempo impecable: un solo día en
la vida de estos personajes es suficiente para conocer su incapacidad
de comunicarse, de vivir armónicamente, de aceptarse a si mismos mas
allá de sus pretensiones.
Y
justo cuando termina la jornada concluye la película. Hay una
progresión dramática, basada en la posibilidad de que alguno de los
miembros de la familia rompa el silencio, pero esto no ocurre. Todos
se van a dormir y nosotros quedamos con la certidumbre de que el
próximo día se será igual al que hemos visto en pantalla.
Se
antoja interpretar esto como Paul Schrader explicaba la sobrevivencia
de Travis en Taxi Driver (Martin Scorsese. Estados Unidos, 1976): las
tensiones sociales que él representa siguen vivos al final de la
historia, matarlo a él es como solucionar las cosas y ello hubiera
sido irreal. Los Hámsters, puedo asegurarlo, hoy sigues presos en su
jaula y dando vueltas en su rueda.
La
película fue producida por el Centro de Capacitación
Cinematográfica (CCC), filmada con su equipo y con un presupuesto
que, en palabras de su realizador, no ha superado los 350 mil pesos,
suma por demás reducida y sorprendente tomando en cuenta la calidad
de la imagen, el sonido y la puesta en cámara de la película. El
CCC apoya las películas de tesis de sus alumnos con equipo y con un
financiamiento. Pero generalmente se trata de cortometrajes. Sin
embargo mostró suficiente flexibilidad como para que la producción
se trasladará muy lejos del Distrito Federal, lo cual es un acierto
pensado como una muy deseada descentralización del cine mexicano.
Los
productores ahorraron filmando en la propia casa de los padres del
director, invadiendo los espacios de los amigos y sus puestos de
tacos consentidos. Además, como si fuera una película de dogma95,
ocuparon la utilería disponible en sus locaciones, como la
inverosímil recámara de los padres, reflejo de sus aspiraciones
frustradas.
Resulta
irónico que una gran parte del presupuesto se haya ido en conseguir
los derechos, parcialmente, de la música, elemento clave en la
exposición de los personajes. Uno pensaría ¿cuánto pueden costar
los derechos de una canción de Víctor Iturbe El Pirulí y otra de
Los Rebeldes del Rock? Pues bien, costó mas de 100 mil pesos. Por el
momento la producción sólo se puede exhibir en festivales y
muestras, hay que pagar otro tanto para poder llevarla a las salas
comerciales.
Filmar
en Tijuana, con actores locales, sin caras conocidas, es un acierto
estético, ya que otorga originalidad a la película y permite
escuchar el acento regional sin exageraciones. Pero implica una serie
de problemas: muchos productores piensan que el carecer de una
estrella dificulta la llegada de las películas a la distribución
masiva. Pero en última instancia, todos estos riesgos tomados por el
realizador, sus productores y al Centro de Capacitación
Cinematográfica han concluido en una película sólida, divertida,
original y profunda.
Esta
tercera edición del festival CineMA México / Alemania da la
impresión, en una primera instancia, de haber decrecido. Por
circunstancias que se escapan a mi entendimiento, no contó para sus
exhibiciones con una sala de cine, que debió ser la Cineteca
Alameda. Este recinto tan importante, el mismo día del arranque de
CineMA exhibió la película potosina Realidades de humo (Joaquín
Ortiz Loustanau. México, 2014), de la cual ya hemos dado cuenta en
este espacio (para leer su crítica, dar presione aquí). Ambos
eventos se compitieron el público de una manera que escapa a mi
entendimiento.
Finalmente
el CineMA se fue a sedes alternas, como el Centro Cultural
Universitario Las Cajas Reales de la Universidad Autónoma de San
Luis Potosí (UASLP) y aprovechó para desplegarse por el interior
del estado. Eso fue bueno, por que permitió mostrar películas como
Peyote (Omar Flores Sarabia. México, 2014) en los campus de la UASLP
de Tamazunchale y Rioverde.
Este
año las condiciones han sido muy duras para los festivales de cine
que hay en San Luis Potosí, cuando se podía prever un
fortalecimiento de todos al acumular ediciones. CineMA tiene ciertas
ventajas, como el contar con una personalidad propia, viéndose así
mismo como un diálogo entre las cinematografías de ambos países.
Le falta aún dar el paso a la profesionalización absoluta, pero es
difícil hasta hacer una programación, no hablemos entonces de
conseguir recursos.
Ojalá que la idea sobreviva, que su organizador, el Centro Cultural
Alemán, lo aguante y sostenga, por que tiene en sus manos una gran
idea que puede volverse un evento único entre los festivales, no de
San Luis Potosí, si no de todo México.