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lunes, 27 de abril de 2015

Sala Lupe Vélez: cara, deficiente y poco respetuosa

El día de ayer asistí por vez primera a una proyección cinematográfica en la Sala Lupe Vélez, anexo de la Cineteca Alameda, la sala cinematográfica (que ahora se imagina como un conjunto) a cargo de la Secretaría de Cultura del Gobierno de San Luis Potosí.
Hace más de un año fui ahí por primera vez, invitado por el Rodando Film Fest, para impartir una conferencia sobre cine mexicano. Yo esperaba encontrar serias modificaciones en el espacio ahora que empieza a utilizarse para proyectar películas de estreno ya que, desde entonces, no tenía noticias de que hubiese sido usada nuevamente.
Me sorprendió que en Cineteca Alameda decidieran usar la Sala Lupe Vélez para las últimas proyecciones de una película tan importante como Ida [Dirección: Pawel Pawlikowski. Coproducción de Polonia, Dinamarca, Francia y el Reino Unido. Año: 2013] que ganó el premio de la Academia Ciencias y Artes Cinematográficas de Hollywood a mejor película de habla no inglesa y estuvo nominada en el rubro de cinefotografía. Ida es una película que “podría tildarse de prodigiosa”, escribió Óscar Rodríguez en el segundo número de La Claqueta (fecha de portada: Abril 2015) la publicación de Cineteca Alameda.
Entonces: ¿por qué darle a la película una proyección tan deficiente, tan poca respetuosa de la obra y de la experiencia del público? Trataré de dar respuesta después de justificar, con una pequeña narrativa, mi afirmación implícita en la pregunta.
Para ingresar a una proyección en la sala alterna de la cineteca de San Luis Potosí hay que comprar el boleto en taquilla. Este tiene un costo de 40 pesos (25 para estudiantes y para el público en general los jueves), igual que el ingreso a la sala principal. En esta ocasión no había servicio de dulcería. El ingreso a la Sala Lupe Vélez se ubica en la calle de Vicente Guerrero, en el lado norte de la Cineteca Alameda. Luego de comprar el boleto hay que caminar una cuadra por Constitución, torcer a la izquierda y caminar otra media cuadra. Ojalá nunca me toque hacer eso en una tarde de lluvia.
En el ingreso a la sala no hay una señalética exterior que la identifique. Peor aún, no hay siquiera un número que identifique al domicilio. Pero si uno tiene suerte seguramente será la única puerta abierta en gran parte de la cuadra. Para ingresar hay que subir un buen número de escalones. Antes de hacerlo nos recibe una placa, que deja bien claro qué instituciones pagaron la remodelación de la Cineteca. Es una superficie de apariencia brillante, como metálica, profesionalmente hecha. El nombre de Lupe Vélez, por el contrario, está impreso en una hoja de papel blanco y con tinta negra.
Hay un par de puertas para atravesar un vestíbulo donde no hay nada más que accesos que conducen a minúsculos baños. Ojalá nadie haya ocupado el papel en el sanitario de varones, por que le hubiera sido complicado cargar y cortar el rollo enorme ubicado sobre el depósito de agua.
La sala en si misma tiene piso de madera. Las sillas (que no butacas, 24 en total) no están ubicadas a desnivel, de tal forma que, desde que se sentó una pareja delante de mi, el cuadro de la película era recortado por las siluetas de sus cabezas. Afortunadamente estábamos sólo 8 personas sino no hubiera visto nada. Las sillas son plegables y agradecí que la película fuera corta, pues quién sabe si hubiera aguantado la incomodidad de los asientos.
El equipamiento de la Sala Lupe Vélez incluye aire acondicionado y persianas para tapar el paso de la luz. Estas funcionan relativamente bien, sin bloquear la claridad al 100 por ciento. El mayor problema es que a los lados del espacio de proyección (donde debería haber una pantalla) hay dos ingresos sin puerta a otro espacio lleno de claridad. El espacio seguramente funciona mejor de noche. Pero poco antes de las 20:00 horas, cuando terminó el film, había demasiada luz.
No sé exactamente cuál sea la definición ni la luminosidad del cañón. Por tratarse de una sala pequeña parece no tener mayor problema, aunque no parece un aparato construido para la proyección cinematográfica. Podría verse mejor si hubiera una pantalla. La imagen se proyecta directamente sobre una pared.
La amplificación del sonido recae en un conjunto de bocinas mal ubicadas. Al frente sólo queda el canal central y, a los lados, están los canales izquierdo, derecho y los traseros. La película la he visto tres veces: en Cineteca Nacional, en video casero y en la Sala Lupe Vélez. La peor experiencia ha sido en esta última: se perdió en gran medida el diseño sonoro de Ida, que se aprecia incluso mejor en la humilde casa de Ustedes.
El colmo de esta función fue que no se respetó el formato original de la película, cuya proporción de imagen es más bien cuadrada: el llamado formato académico de 1 de altura por 1.33 de ancho. Cuando empezaba la proyección de Ida manipularon el equipo y distorsionaron la imagen, como lo hacen en las tiendas departamentales para que la imagen de la televisión ocupe todo el espacio de las pantallas. La proyección de la Cineteca Alameda en la Sala Lupe Vélez tiene la misma lógica que la de las tiendas Elektra.
Los fotógrafos de cine le llaman a esto “torturar la imagen”. Es una falta de respeto a la concepción original de la obra, es una manipulación que sólo se entiende por la ignorancia y el desinterés. Es muy grave por que la Cineteca Alameda debería promover una cultura cinematográfica que incluyera la apreciación de las películas de la mejor manera posible.
El cine es un evento, dice Rick Altman. Cada proyección es una experiencia que define, con sus características técnicas, la forma en que el espectador accede a las películas. Y en la cineteca de San Luis han proporcionado una mala experiencia, cara y sin ningún carácter profesional. Ojalá no sean ciertos los rumores de que la proyección de las llamadas “películas de arte” serán confinadas a la Sala Lupe Vélez. Ir ahí es una invitación a no regresar jamás a la Cineteca Alameda.

Tocando la luna


La búsqueda de títulos interesantes incluso en una cartelera pequeña como la de San Luis Potosí debe hacerse con lupa. De no poner atención al detalle pasa desapercibida la presencia de la película Tocando la luna [Título original: Flores Raras. Dirección: Bruno Barreto. País: Brasil. Año: 2013] que resulta interesante al menos por tres razones.
Primero: es una película brasileña, aunque sea hablada en inglés. Esto es símbolo de la ardua globalización del cine latinoamericano, cuyos talentos a nivel fílmico no pueden ser ignorados por la gran industrial mundial del cine que es Hollywood. El director Bruno Barreto tuvo una cierta notoriedad y éxito con Doña Flor y sus dos maridos [Dona Flor e Seus Dois Maridos. Brasil. 1976] y su filme Cuatro días en septiembre [O Que É Isso, Companheiro?. Brasil y Estados Unidos. 1997] fue nominado al Oscar como mejor película de habla no inglesa.
Segundo: Tocando la luna es un filme biográfico sobre la reconocida escritora estadounidense Elizabeth Bishop, que es interpretada por Miranda Otto. Bishop fue poeta y traductora al inglés de poesía, incluyendo parte de la obra de Octavio Paz.
Tercero: la película aborda directamente la homosexualidad de su personaje central. El cine que aborda las relaciones amorosas y físicas entre personas del mismo sexo sigue siendo una rareza en las carteleras comerciales. Vale la pena hablar de la forma que utiliza el director para abordar la historia.
La película arranca con el viaje de la escritora a Brasil. Elizabeth Bishop intenta escribir poemas y éstos no terminan de cuajar en los Estados Unidos en la época de Eisenhower. A la neurótica y reprimida escritora que proveniente de la fría Nueva York, América del Sur se le manifiesta como un golpe de calor. La sensualidad está a flor de piel y además es recibida en casa de la arquitecta Lota De Macedo Soares, interpretada por Gloria Pires.
Lota sería la amante de Bishop durante muchos años. La anécdota de Tocando la luna está centrada en su relación. Lota de Macedo era parte de las familias reconocidas de Brasil y se movía en círculos políticos de primer orden. Fue muy influyente en la creación de la obra pública en Río de Janeiro y como arquitecta introdujo conceptos modernos en Brasil.
Lota de Macedo construyó una casa extraordinaria, ubicada en medio de una cañada y alejada de la ciudad para poder vivir en pareja con Mary (Tracy Middendorf). La llegada de Elizabeth modifica las relaciones, cambia el espacio y finalmente transforma su vida. Uno de los aspectos que más me llaman la atención de Tocando la luna es la manera en que aborda a las llamadas nuevas familias. En este caso se trata de un núcleo conformado únicamente por mujeres que adoptan a una bebé. Cada una de ellas asume un rol. Se autodefinen como abuela, madre y tía.
Este es un tema central en nuestros tiempo. La multiplicidad configurativa de las nuevas relaciones parentales es innegable. ¿Cómo aborda Barreto esta diversidad? El director filma su película de manera bastante convencional. Crea una anécdota clara, aborda el tiempo y el espacio de una forma clásica y por lo tanto legible para la mayor parte de los espectadores.
Uno pensaría que, para un nuevo tipo de relaciones humanas, es necesario crear una forma novedosa de representación cinematográfica, ajena a la que siempre ha contado historias de amor heterosexuales. Barreto filma su película de forma tal que no es diferente al de otras películas. Otros cineastas, como Julián Hernández, han explorado formas fílmicas novedosas para exponer el amor entre hombres en películas como Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor [México. 2003] y Rabioso sol, rabioso cielo [México. 2009].
La intención de Barreto puede ser mostrar o demostrar que los dramas humanos no son diferentes a causa de la orientación sexual. Cuando el entorno social no es opresivo (cuando se construyen espacios diferentes) entonces las historias de las personas son las mismas. Viven el drama de los celos, los momentos apasionados, los triunfos con alegría, las debilidades que se transforman en adicciones. Se vuelven una historia como cualquier otra.
Desde luego, esta es toda una posición política. No es la única posible, pero es una forma de exponer a los personajes y hacernos entender el momento en el que vivieron, así como lo frágil que pueden resultar las personalidades creativas que se atreven a viajar a las partes oscuras y profundas del sufrimiento humano.

lunes, 20 de abril de 2015

Ida


Ida [Dirección: Pawel Pawlikowski. Coproducción de Polonia, Dinamarca, Francia y el Reino Unido. Año: 2013] es una de las películas más interesantes en términos de forma y de contenido que hemos podido ver en los últimos años. Su llegada a una exhibición continua en San Luis Potosí está marcada por el retraso y por las condiciones arduas para ver películas en la Cineteca Alameda.
La historia que cuenta Ida transcurre en Polonia en los años de 1960. Anna, interpretada por la bellísima actriz revelación Agata Trzebuchowska, es una novicia que vive en un convento donde la vida transcurre con austeridad, rigor y fervor religioso. Antes de tomar sus votos es enviada a conocer a su único pariente vivo, su tía Wanda, cuyo papel está a cargo de Agata Kulesza. El viaje se vuelve una revelación múltiple ya que se Anna se dará cuenta de que su verdadero nombre es Ida, que su familia realmente era judía y fue casi totalmente exterminada durante la ocupación nazi de Polonia en la Segunda Guerra Mundial.
Juntas iniciarán un viaje para conocer el destino final de sus familiares. De este trayecto ni la tía Wanda (feroz fiscal del sistema de justicia comunista) ni la sobrina monja (Anna o Ida) regresarán igual. Habrán de enfrentar el odio racial, las complicidades cotidianas que hicieron posible el exterminio de los judíos y la crueldad de la historia verdadera. “Quizá en este viaje descubras que dios no existe”, dice la tía Wanda. Para ambas será un trayecto por una sociedad transformada, con una ansiedad colectiva ante un pasado no resuelto que les ofrecerá un atisbo de las diversas posibilidades que siempre ofrece la vida.
El guión está escrito de acuerdo a la austeridad que priva en toda la película. El texto escrito por Rebecca Lenkiewicz y el director Pawel Pawlikowski elimina ciertos momentos que se excederían el tono general de la película y que para otros guionistas y realizadores serían importantes, como son un accidente de tráfico, y por el contrario se concentra en instantes aparentemente intrascendentes pero que pintan muy bien a los personajes, como es el momento en el que la Anna o Ida se detiene a rezar en un cruce de caminos, del cual resulta un momento fílmico trascendente de toda justificación de acelerar la acción.
Uno de los asuntos que destaca a los pocos planos de haber iniciado la película Ida es la extraordinaria calidad del trabajo fotográfico, firmado a la limón por el veterano Ryszard Lenczewski y el joven Lukasz Zal. Ambos obtuvieron la nominación al Oscar a mejor fotografía, entre otros reconocimientos.
Su trabajo en la película Ida está hecho de manera no convencional. Filmado en formato digital pero rigurosamente apegado a ciertos aspectos de otra época: el blanco y negro y el formato académico, es decir, la proporción de pantalla es mas cuadrada que rectangular. La manera de componer las imágenes ubica a los personajes casi siempre en una orilla del cuadro o su parte superior o inferior. Con ello se quita del centro a la figura humana y se le da un lugar importante y a veces amenazador, al espacio que rodea a los personajes. Estos aspectos novedosos y tradicionales nos remiten a muchas grandes películas, como las de Carl T. Dreyer y las de Andrzej Wajda.
El formato poco glorioso empata perfectamente con los escenarios, desnudos hasta la sórdidez, de las granjas, caminos, hoteles, bares y salones de baile de la Polonia comunista. En estos agrestes terrenos, sorpresivamente, la vida y la sensualidad se imponen. El director Pawel Pawlikowski sabe que éstas se expresan y se imponen en un rayo de luz, en unas notas de jazz y en las palabras que describen una cabellera roja.
El entusiasmo que me despierta Ida no cabe en estas pocas líneas. Pero me preocupa que las únicas exhibiciones en una sala cinematográfica a las que tengan acceso los cinéfilos potosinos sean en la Cineteca Alameda. La semana pasada pudimos ver el documental Un día en Ayotzinapa 43 [Rafael Rangel. México. 2015] y las partes de arriba y de abajo de la imagen (que no tiene la mejor definición posible) se proyectaban en los telones, no en la pantalla.
La película se exhibe con un retraso considerable. En el Festival de Cine de Morelia se exhibió en octubre. Y desde antes de su primera proyección potosina (en la última Muestra Internacional de Cine) ya estaba disponible en formatos de dvd y bluray a nivel internacional. Eso significa que había copias ilegales en la red, disponibles para espectador ansioso. Con esa rapidez es con la que compiten los exhibidores y distribuidores de nuestros días.
Además, Ida se exhibirá desde mañana hasta el 25 de abril en la sala principal de la Cineteca Alameda. Y los días 27 y 28 (según dice en la programación) se proyectará en la Sala Lupe Vélez, un pequeño anexo a la misma Cineteca. Hace tiempo conocí ese espacio y definitivamente no tenía las condiciones para exhibir una película profesionalmente. Iré a esas funciones para reportar si ha mejorado.
¿Por qué se saca la película de la sala principal? ¿Hay otra actividad mas importante para Cineteca Alameda que no sea la proyección de películas? ¿Esta decisión está relacionada con el anuncio de que la Sinfónica de San Luis Potosí ocupará una parte del edificio de la Cineteca Alameda? La Secretaría de Cultura aún nos debe muchas explicaciones a la comunidad cinéfila.

lunes, 13 de abril de 2015

Cineteca Alameda: publicaciones y dudas


Antenoche estaba terminando el período vacacional de la Semana Mayor cuando, casi bajándome del camión en el que regresé a la ciudad, me enfilé a la Cineteca Alameda para ver el documental mexicano Un día en Ayotzinapa 43 (México, 2015). La película del cineasta Rafael Rangel se exhibió durante cuatro días en el recinto de Universidad y Constitución. El director estuvo presente en una de las funciones.
Es realmente relevante el hecho de que Cineteca Alameda haya programado el film a razón de tres funciones diarias, aunque el número de jornadas no abarcara una semana completa. Esta actitud lo hace parecer casi un cine “normal” de esos que abren todos los días y siempre proyectan películas.
Creo que películas como Un día en Ayotzinapa 43 son del tipo de las que deberían de verse en la cineteca de San Luis Potosí, ya que se trata de un documental filmado con bajos recursos, formalmente no convencional, que aborda un hecho clave en este momento que vivimos como país y que jamás llegaría a una sala de esas que llamamos comerciales.
En el Distrito Federal la película cumplió ya un mes en la cartelera de la Cineteca Nacional. ¿Cuál es la diferencia con San Luis Potosí? No es tanto un asunto demográfico, es decir, de la diferencia entre los tamaños de ambas poblaciones, que es inegable. El contraste radica en el hecho de que Cineteca Nacional ha formado de manera constante (y a lo largo de muchos años) audiencias ansiosas de ofertas fílmicas alternativas.
Un elemento clave en esta formación de públicos es la realización y distribución del Programa Mensual de la Cineteca Nacional: un libro de pequeño formato que no sólo contiene la cartelera, sino también un conjunto de textos que permiten contextualizar temática y formalmente cada una de las películas que son exhibidas.
Grata sería mi sorpresa al encontrar en la taquilla de Cineteca Alameda un folletito llamado La Claqueta, editado por esa institución y con contenidos cinematográficos. Se trata de una publicación de distribución gratuita, con un tamaño de un cuarto de oficio, lo cual la hace muy práctica de cargar y muy fácil de perderse o desecharse intencionalmente. El asunto del formato no es menor, sobre todo cuando tomamos en cuenta que un momento clave para leer este tipo de textos es cuando se espera el inicio de la película. Naturalmente la iluminación de un cine no es la de una sala de lectura. Pero si la impresión de La Claqueta fuera más clara, con tipografía más grande y con fondos contrastados, sin imágenes de fondo, podría ser legible incluso manteniendo su tamaño.
La portada, contraportada y tercera de forros de La Claqueta reproducen pósters de películas próximas a exhibirse. La segunda de forros tiene un índice, lo cual me parece un desperdicio tomando en cuenta lo pequeño de la publicación que apenas llega a 18 páginas numeradas.
El número 2 de La Claqueta (con fecha de portada de Abril de 2015) incluye 4 textos sobre películas. Hay uno sobre Un día en Ayotzinapa 43, tomado del Programa Mensual de la Cineteca Nacional. Otro sobre Ida, el filme de Pawel Pawlikowski (Polonia, 2014), escrito por el experto en cine y maestro Oscar Rodríguez Gómez. También hay uno sobre el Cine Infantil y el Mundo Digital y otro más sobre el cine de culto. Me concentro en éste último.
El Cine de Culto o la Mitificación de lo Disfuncional, el artículo firmado por Abraham Reyes trata de justificar la programación de la Segunda Semana de Cine de Culto que presentará la Cineteca Alameda. De entrada es una buena idea porque el concepto es escurridizo. Aunque después de leerlo no termino de encontrarle una razón a la programación que incluye, entre otras, La edad de oro [L'âge d'or. Francia. 1930], Orgía de horror y locura [The Rocky Horror Picture Show. Estados Unidos. 1975] e Identidad peligrosa [The Big Lebowski. Joel Coen. Estados Unidos y Reino Unido. 1998]. Algunas de esas películas además son anunciadas con títulos no oficiales como “El gran Lebowski”.
El texto de Abraham Reyes jamás atina en definir con mediana claridad qué es una película de culto, utiliza términos confusos como el de “baja producción”, que probablemente quiere decir producción de bajo presupuesto y menciona un título tras otro sin acabar de otorgarles sentido. También pasa de un argumento histórico de exhibición a uno de producción de manera injustificada y confusa. Aunque hay que reconocer el mérito de referirse a otro texto: eso impulsa al público lector, si llega hasta el final de la lectura, a proveerse de su propio conocimiento.
Estoy consciente del esfuerzo que implica armar una publicación. Pero ya que se está haciendo hay que procurar ser rigurosos a la hora de escribir, seductores al momento de presentar las películas, claros cuando toque diseñar y siempre conscientes de que todos estos aspectos sumados facilitan la lectura y estimulan el gusto por el cine. Reitero: una publicación como La Claqueta es clave en cualquier esfuerzo tendiente a construir un público que entienda y exija películas como Un día en Ayotzinapa 43 y que en algún momento pueda llenar continuamente una o varias salas de cine.
Por otra parte pienso que la Cineteca Alameda y la Secretaría de Cultura del gobierno estatal debe aclarar qué significa el que la hayan designado sede de la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí tal y como se anunció en días pasados vía la prensa local. Yo tengo un par de dudas: ¿interferirán las actividades de la orquesta sinfónica con la proyección de películas? ¿Las adecuaciones al aforo, el lobby y los baños de la Cineteca Alameda (que han descuidado la proyección y el sonido) fueron hechas pensando en los conciertos de la Sinfónica?
Ojalá que no. Mejor aún: ojalá que no sea cierto el cambio de sede de la Sinfónica de San Luis. Porque la función central del Cine Teatro Alameda es ser la Cineteca del Estado de San Luis Potosí. Cualquier otra actividad es secundaria y no debe interferir con sus objetivos de fomento y apreciación del arte cinematográfico.

lunes, 6 de abril de 2015

Resucitados


Nada me resulta más arduo que las películas como Resucitados [Título original: The Lazarus Effect. Dirección: David Gelb. País: Estados Unidos. Año: 2015]. Los filmes de horror, los thrillers o “las películas de miedo” pertenecen a un género con formas y contenidos bien definidos. Pedirle a una película de terror originalidad absoluta carece de sentido. Y evaluarla por el efecto que produce en el público es algo muy subjetivo.
El título original de Resucitados se traduce literalmente como “El efecto Lázaro”. La referencia es bíblica. En los evangelios se narra cómo Jesús trajo de entre los muertos a su amigo Lázaro. Hay muchas interpretaciones de esta historia. De momento me interesa señalar que esa operación, que trasgrede las fronteras de la vida y la muerte, fue realizada por dios hecho hombre.
Esta idea está presente en la novela Frankenstein o el moderno Prometeo escrita por Mary Shelley y publicada en 1918. La idea del científico que es castigado por no respetar el tabú de la muerte acompaña a la literatura desde hace casi 200 años y al cine prácticamente desde su nacimiento (las adaptaciones del - y las referencias al - mito de Frankenstein en la pantalla fílmica son numerosas. Aquí un artículo con una interesante perspectiva al respecto).
Resucitados vuelve a tratar este tema. Uno ya no sabe si esto ocurre por que a pesar del tiempo sigue siendo pertinente o debido a la falta de imaginación de los realizadores fílmicos. Lo cierto es que en esta película es la ciencia médica, con su conocimiento adquirido de las glándulas y la actividad cerebral, la que puede regresar de la muerte primero a animales y después a personas.
Lo fascinante de los géneros cinematográficos son las variaciones. Al igual que en el jazz los cineastas pueden ser ejecutantes virtuosos capaces de reconstruir piezas muy escuchadas dándoles formas distintas construidas sobre su estructura básica. Esta idea la sugieren Martin Scorsese y Michael Henry Wilson en su libro Un recorrido personal por el cine norteamericano quienes otorgan a estas variaciones, cuando son vistas a lo largo del tiempo, el valor de ser testimonio de los cambios sociales.
Los médicos de 2015 en el filme Resucitados se vuelven dioses. O al menos eso es lo que creen. Y han de pagar por ello un precio altísimo. La autosuficiencia con la que operan la tecnología deja de lado aspectos del inconsciente que afloran cuando los hechos se precipitan. Resucitados insiste en imágenes de lo siniestro, de la culpa y la identidad fragmentada, como en los planos en los que la protagonista (interpretada por la bella Olivia Wilde) se mira en el espejo tras la resurrección y ya no encuentra su rostro.
David Gelb, el director de Resucitados no sólo actualiza tecnológicamente la trama del mito de Frankenstein, sino que la mezcla con una concepción entre religiosa y científica sobre el infierno que resulta bastante pesimista y ofrece las mejores escenas de la película, como son las del incendio que representa un infierno individual con capacidad de expansión.
Como muchas otras películas Resucitados mezcla elementos de cine fantástico y ciencia ficción presentados con una forma que pretende debilitar la estabilidad emocional del espectador. Y es que en el cine de terror no sólo sufren los personajes sino también los espectadores, como bien dice Martin Rubin en su libro Thrillers.
Ahí es donde se vuelve más compleja la evaluación. La misma escena que a un asistente a la sala cinematográfica lo paraliza de miedo al vecino de butaca lo puede obligar a retorcerse de risa. Un parámetro (muy elemental y difícilmente generalizable) es la observación atenta en la medida de lo posible de las reacciones del público. Resucitados tarda un poco en someter al espectador en el rigor el miedo. El guión comienza a producirlo de la mitad para adelante. Si uno no está en una sala con un público ansioso y parlanchín eso no debería generar problemas. También podría criticarse, a nivel narrativo, que la historia se queda con algún cabo suelto, que al paso de las horas uno termina por considerar no demasiado relevante.
Más importante me parece la buena factura del film sobre todo al momento de iluminar los escenarios. Los protagonistas pasan la mayor parte del tiempo encerrados en un laboratorio que va perdiendo sus fuentes de luz y eso le permite al cinefotógrafo Michael Fimognari (el mismo de Oculus: el espejo siniestro [Oculus. Mike Flanagan. Estados Unidos. 2013]) jugar con sombras y bajas exposiciones de forma muy eficiente.
Pero entiendo que para otro público, más expuesto al cine de terror no hollywoodense (como el japonés o el coreano) o para seguidores de subgéneros verdaderamente sangrientos y viscerales, Resucitados puede resultar demasiado condescendiente con las convenciones clásicas.
Lo que puedo decir es que la película me resulta no del todo impecable pero de una buena factura que podría defender porque me ha proporcionado momentos que encuentro cinematográficamente creativos y temáticamente inquietantes, aunque reconozco y recalco que las ideas fundamentales del film no son demasiado originales y que de hecho es en un pegote de muchas películas, una suma que por cierto no deja de parecerme atractiva.
Finalmente el apunte más personal que puedo hacer es que sí me dio mucho miedo en más de una ocasión. Reitero: yo no soy un buen referente. Sufro bastante en este tipo de películas. O mejor dicho, sufro en casi todas las películas de este tipo. Dicho sea esto teniendo en cuenta notables excepciones como cierto churrazo sobre una muñeca diabólica llamada Annabelle [John R. Leonetti. Estados Unidos. 2014].