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domingo, 21 de agosto de 2016

Me estás matando Susana

Me estás matando Susana (Roberto Sneider, 2016) se aleja de cualquier intento de transgresión, renuncia a la grandeza y otorga una hora 40 minutos de convencionalidad fílmica pero también de claridad narrativa sostenida en pantalla y en cartelera por el trabajo y la presencia de los actores.
El director y productor Roberto Sneider (Ciudad de México, 1962) pertenece a la generación de cineastas mexicanos que inició su carrera a mediados de los noventa. Igual que Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro emigró a los Estados Unidos en busca de oportunidades para hacer cine de manera constante. No pudo incrustarse en la industria de Hollywood y tiene apenas 3 largometrajes dirigidos en curiosa unidad. Todos son adaptaciones de novelas mexicanas: Dos crímenes (1995), Arráncame la vida (2008) y Me estás matando Susana (2016).
Este último resume la anécdota de la novela Ciudades Desiertas de José Agustín, publicada en 1982 y que leí varias veces hace muchos años, así que las apreciaciones sobre el traslado de un medio a otro se deben matizar por lo traicionero de la memoria y verificarse con mayor rigor.
En espera de ese trabajo hay que señalar, para los fans de José Agustín y de la novela, que los cambios son múltiples: el tiempo de la historia no es el mismo. En la novela la acción transcurre a principio de los ochenta y la película los traslada a la época contemporánea. La trama está condensada de tal forma que se elimina integramente el viaje de Eligio (en la película Gael García Bernal) por carretera a lo largo de Estados Unidos y el papel de varios personajes, no por fuerza secundarios, es disminuido considerablemente.
Lo más importante de la adaptación, a mi juicio lo que aleja de una manera importante el texto literario de la película, es el cambio en el foco, que en la novela estrategicamente se divide entre Susana (en la película Verónica Echegui) y Eligio. En el filme el punto de vista destacado es el de este último. A pesar de que las ediciones del libro tienen unas 180 páginas aproximadamente la película poda y modifica radicalmente los acontecimientos narrados.
Por lo tanto gran parte del peso de la película recae en el protagonista masculino, Gael García Bernal. A 15 años de Y tu mamá también! (Cuarón, 2001) sigue siendo un actor que despierta pasiones. Lo correcto, en los grupos de enterados, es denostar su trabajo. En la taquilla se apuesta en sentido contrario: su exposición en medios y su fama es usada como gancho. Y al parecer funciona. Según lo que me enteré es una de las dos películas que tuvo público este fin de semana, por lo demás flojo, en los cines de San Luis Potosí.
Con dicción fluida y clara (¡esto si es noticia!) en inglés y español, Gael García explora las contradicciones de Eligio, un actor segundón promiscuo y machín que es abandonado por Susana (una escritora española y maestra hora clase en la UAM Azcapotzalco) y viaja tras de ella a los Estados Unidos, donde ella realiza una residencia de creación literaria.
La gracia del bribón proyecta el actor, poniendo en evidencia la elección del director al momento de armar su película: las preocupaciones en torno a la pareja, cuyo modelo monógamo se mantiene en crisis permanente, en reescritura incesante por la necesidad de aceptar, más allá de la razones impuestas socialmente, las faltas del otro.
Para sustituir el desvío los de reflectores sobre el personaje femenino y la mala elección de Verónica Echegui para ese rol (llevo desde que vi la película tratando de justificarlo y no puedo) es Eligio quien protagoniza las recurrencias, dándole a la organización de las escenas un carácter semi geométrico, de lo mejor de la película. Baste ver los dos momentos en que subrepticiamente Gael entra a las habitaciones para entender este punto.
En declaraciones a los medios Roberto Sneider ha dicho que el estilo irreverente de José Agustín lo había trasladado a una puesta en escena con cámara en mano y usando los saltos de continuidad para unir sus planos. Creo que se queda muy lejos de lograrlo. La película tiende a lo estático. Según los créditos en pantalla Antonio Calvache hace la fotografía y opera el steadycam, ese aparato que proporciona cierta estabilidad a las imágenes filmadas sin soporte fijo. Su uso estabilizador es contraproducente. Y los jump cuts resultan poco significativos.
Películas como Güeros (Alonso Ruizpalacios, 2014) resultan mucho más propositivas en el uso rupturista de los recursos fílmicos y muy sugerentes en la recreación de tiempos históricos recientes. Quizá estén más cerca del corazón literario de la obra de José Agustín pero también se ubican, desafortunadamente, más lejos del gran público consumidor de los filmes de Manolo Caro y Gary Alazraki.
Roberto Sneider ha hecho una película legible, bien narrada, muy poco mal portada, contenida de cualquier exceso, pero por lo tanto sin ningún atisbo de grandeza. Me estás matando Susana es un filme para el gran público, para el promedio de una audiencia que se ha acostumbrado a la claridad, la sencillez y a la moral estándar: nada extraordinario.

lunes, 15 de agosto de 2016

Janis: chica azul

 Janis: chica azul, la no ficción de Amy Berg (2015), es apenas un retrato de la artista como víctima perpetua. La realizadora genera una lastimera representación bastante pobre en ideas cinematográficas y en implicaciones culturales que se regodea en la parte mórbida y se contenta con la exhibición de un dolor constante.
El documental es una biografía de Janis Joplin desde la perspectiva de una niña que soportó rechazo y maltrato en el entorno de una pequeña ciudad texana de los 40 y los 50. Al crecer y merced a la extraordinaria capacidad expresiva de su voz, se integró a la contracultura que tuvo como sede la ciudad de San Francisco. Su éxito en la industria musical fue de la mano de un sufrimiento emocional creciente y de su adicción a las drogas y alcohol, muriendo a los 27 años.
La realizadora Amy Berg optó por la forma más convencional posible para narrar esta historia: una organización cronológica de los eventos principio a fin, uso de testimonios de familiares, amigos y amantes de Janis Joplin, quienes difícilmente articulan una crítica al ícono que se ha vuelto con el paso de los años. El resultado es plano en términos emocionales, dramáticos y de conocimiento. La cantante se vuelve una víctima de tiempo completo de la sociedad y en cierta medida de los hombres con los que convivió.
Menudo problema con una historia ampliamente conocida en su parte pública: el apogeo rápido y breve de la artista en los festivales masivos de los 60 estadounidenses y sus búsquedas no siempre fructíferas en lo musical. Por sabido y anteriormente contado, por el carácter ahora mítico del personaje, por las implicaciones que tiene con temas de moda como el maltrato infantil y la inclusión en nuestras sociedades, era necesario contar la historia de otra manera.
Porque los temas tratados son no son el problema. No se trata de una cuestión de fondo. En donde Amy Berg queda mucho a deber es en su labor de investigadora y en la forma que le otorga al documental. Empiezo por la falta de rigor de esta última. La realizadora recurre, como un motivo, a unos “paseos fantasma” donde la cámara queda ubicada encima de un tren que permite ver alejarse a las vías desde el punto de vista de quién viaja en el cabús. El motivo se repite sin posibilidad de significar algo y termina por volverse una muletilla: algo molesto e innecesario.
La exposición de la vida y los tiempos de Janis Joplin tampoco aporta demasiado. La duración y el formato del documental no permite tener una idea profunda de la manera en que su trabajo incorporó y actualizó tradiciones de la música estadounidense. Tampoco nos deja clara la impronta que su obra tiene en la cultura moderna más allá de sus logros en las listas de éxitos.
Un par de documentales sirven como referencias de narrativas mucho más emocionantes y de discursos mucho más elaborados y referenciados en los márgenes de este tipo de cine. Pienso en la potente biografía de Sixto Rodríguez Buscando a Sugar Man (2012) del malogrado Malik Bendjelloul que manipula el discurso con efectos sorprendentemente emotivos. También está el apabullante trabajo sobre las raíces y la influencia cultural de los primeros años de Bob Dylan realizado por Martin Scorsese (No Direction Home: Bob Dylan, 2015).
Los mejores aciertos de Janis: chica azul son la utilización de la voz de la cantante Cat Power para leer la correspondencia de Joplin y la abundancia de materiales de archivo sobre las presentaciones en vivo de la protagonista. La primera ofrece una lectura dramática pero sin exageraciones, parecida a las interpretaciones de Power.
La segunda se agradece cuando el cine tiene las condiciones adecuadas de audio, siempre superiores a la experiencia casera. En ese sentido es una suerte que en Cineteca Alameda no hayan encontrado y exhibido - en alguno de los ciclos sin pies ni cabeza que acostumbran programar - las copias ilegales que circulan por internet.
Pero creo que ni Cinépolis ni los distribuidores tienen una idea clara de qué hacer con documentales como estos. Ahora pecaron de una traducción literal del título que empobrece el sentido de tristeza del original y sus contactos con la cultura profunda americana. Supongo que pretenden venderlo como lo hacen con los conciertos que proyectan como parte de sus “contenidos alternativos”. E igualmente quieren aprovechar la estela mórbida del llamado club de los 27 que alimenta otros documentales como Amy de Asif Kapadia (2015).
La mente de los mercadólogos cinematográficos es para mí un misterio. En este caso yo debería de celebrar que se le abra un espacio al género documental en las salas comerciales. Pero lamento el escaso impacto que produce y la pobre información que transmite esta Janis: chica azul que, por otro lado, es una de las pocas opciones visibles en salas en estas semanas.