Un hombre irracional (2015) es la reflexión cinematográfica
número 50 en la carrera de Woody Allen. Un filme intelectual pero al mismo
tiempo claro, resumen del estilo y los temas que su director ha cultivado en 5
décadas. Resulta también una apuesta por la vitalidad que pudiera resultar
sorprendente en un cineasta de 80 años si se desconoce o se ignora
premeditadamente su obra.
Joaquin
Phoenix personifica a Abe, un profesor de filosofía que llega deprimido y alcoholizado
a impartir un curso de verano al Braylin College, campus ubicado en un pueblito
de la costa este estadounidense. Su fama de “filósofo maldito” lo antecede y
fascina a su alumna Jill, interpretada con grandes ojos y cortos vestidos por
Emma Stone. Abe es incapaz de relacionarse con nadie ni de disfrutar la vida
hasta que la idea de cometer un asesinato se instala en su mente.
El modelo
narrativo de Un hombre irracional es La sombra de una duda
(1943). No es la primera vez que Woody Allen se inspira en la obra de Alfred
Hitchcock para proponer una narrativa propia. Ya lo había hecho con fortuna en Un misterioso
asesinato en Manhattan, su infravalorada película de 1993. En aquel
caso la referencia directa era a La ventana indiscreta
(1954), obra anclada en la visión de quien resuelve un crimen. La sombra de una duda tiene una doble
focalización: pasa del asesino (Joseph Cotten) a su sobrina y admiradora (Teresa Wright) quien finalmente descubre
y castiga sus crímenes.
En su film
de 1943 Hitchcock se concentra en los motivos intelectuales del asesino. Es
memorable el discurso de Joseph Cotten al respecto. Allen tuerce el modelo
original. Su película plantea también las justificaciones racionales del
asesinato pero se expande en la vitalidad que otorga un acto que, siendo de una
justicia evidente, transgrede los códigos de conducta convencionales. El “hombre
irracional” de Allen realiza un largo recorrido intelectual para reencontrar la
vitalidad siguiendo las huellas del instinto.
Ver en
pantalla la barriga abrumadora de Joaquin Phoenix simbolizaría la mediocridad
extrema del entorno académico si no fuera por sus arrebatos y su intensidad
romántica. Como Harry Block (Los enredos de
Harry, 1997) Abe pasa por un período de incapacidad creativa. A
diferencia de él no lo soluciona reconciliándose con su pasado, sino abrazando
(o abrasando) su futuro.
Abe tiene
claro que realizar un libro sobre el fascismo en el siglo XX y su relación con
la filosofía de Søren Kierkegaard es una contradicción cuando se hace desde la
comodidad de una hermosa casita suburbana, ubicada en una comunidad hiper
aburguesada, cuyos habitantes coleccionan obras de arte y tienen hijas que
interpretan a Bach al piano. Un medio bello y pacífico con habitantes
fascinados por la violencia, ilustrado esto por escenas como la de la ruleta
rusa que no se atreven a jugar los universitarios y las charlas de sobre mesa
sobre artículos de nota roja.
El
personaje de Joaquin Phoenix entra en conflicto hasta muy tarde con el de Emma
Stone, quien no para de ofrecérsele a su profesor en la primera parte de la película,
pero que resulta a la postre incapaz de comprender el renacimiento provocado por
la transgresión al ser capaz de ver y plantear las consecuencias de los actos
de Abe. Se convierte en la única posibilitada para reinstaurar el orden roto de
la comunidad, para reparar el daño que puede provocar un pensador en crisis
decidido a pasar a la acción. Los antagonistas no son Abe y Jill. El conflicto
es entre Abe y el entorno que representa las condicionantes sociales.
Las
complejidades temáticas de Un hombre
irracional van en sentido opuesto de la claridad con que Allen narra la
historia. Haciendo uso de los recursos propios de uno de los cineastas más
experimentados de la actualidad, Allen logra una película que parece sencilla
pero cuyos elementos están cuidadosamente seleccionados. El beso frente al
espejo distorsionador sería un ejemplo puntual.
Pero ello
no quiere decir que Woody Allen haya optado por los convencionalismos en Un hombre irracional. Antes se permite
la selección de un tema musical (The “In” Crowd de Ramsey Lewis Trio) que se
convierte en motivo recurrente pero cuya liviandad se opone a la pesadez de los
actos y pensamientos de los personajes, como la pesada figura de Abe se
contrapone a la delgada silueta de Jill y la oscuridad del alma atormentada a
los idílicos paisajes filmados en Rhode Island.
Allen hace
décadas que juega con esa contradicción. Le fascina filmar la belleza de los
espacios y de las actrices. Le seduce ahondar en la sombra de sus personajes
masculinos. Explora los fracasos de los creativos y de los pensadores. Puede
terminar su película con una redención a veces mágica (por tanto inexplicable).
Pero en esta película, al modificar la posición de esta epifanía se da tiempo
para convertirla en una caída inevitable al foso oscuro de la existencia
humana.
Tres párrafos
aislados para dejar claro lo inagotable del film:
Darius
Khondji, el director de fotografía de Medianoche en
París (Allen 2011) y de Amor
(Michael Haneke 2012), hace el trabajo de luces y encuadre más cuidadoso de los
últimos años en la obra de Woody Allen. Sin él esta reflexión sobre la belleza
y la sordidez carecería de la fuerza evidente en pantalla.
Un hombre irracional ha sido completamente ignorada por
los exhibidores potosinos. Se estrenó muy tarde en la Ciudad de México mientras
las salas comerciales de San Luis están engolosinadas con blockbusters de súper
héroes y la Cineteca Alameda no es capaz de programar algo con un mínimo de
originalidad o interés, languideciendo su público en funciones de la Muestra
Internacional de Cine cada vez más vacías. Así que a los cinéfilos no nos queda
de otra: hay que conseguir a como dé lugar el antepenúltimo film dirigido por
Woody Allen antes de que se empalme con Café Society (2016), presentada recientemente
en el Festival de Cannes.
Aquel que
se queje de la repetición de temas y modelos narrativos – estilísticos en esta
película o en cualquiera de Woody Allen merece que le sorrajen en los ojos
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largometrajes pedestres de Xavier Dolan.