Dirigida
por el canadiense Jean-Marc
Vallée, Dallas
Buyers Club (o El club de los desahuciados
como morbidamente
fue traducida) es la biografía de Ron
Woodroof, quien a principios
de la década de 1980 fue diagnosticado
con síndrome de
inmunodeficiencia adquirida, sida.
En
El club de los desahuciados
Ron es un electricista texano, vaquero aficionado a las drogas, las
prostitutas y los juegos de azar. Cuando le dan 30 días de vida se
niega a aceptar el diagnóstico como sentencia de muerte y se lanza a
México por fármacos no aprobados para su venta en Estados Unidos.
Los medicamentos no sólo le
funcionan, sino que se convierten en un negocio. Funda
el “Club de compradores de Dallas” entre los que
padecen la enfermedad y es todo un éxito.
El
club de los desahuciados es una
película de bajo presupuesto con
el gran reto de lograr una
atmósfera de los años 80 verosímil. Ello resulta crucial por que
muchas veces pretende un tono casi
de documental:
Por un lado aparecen hechos
relacionados con el inicio de la pandemia del sida
muy conocidos por todos, como
la muerte del actor Rock Hudson y otros quizá no tanto, como las
protestas de los enfermos exigiendo un trato humano y eficiente a las
autoridades sanitarias estadounidenses.
De igual forma, el director
Jean-Marc Vallée utiliza
la cámara a hombro, identificable por su inestabilidad, para dar un
sentido de que estamos ante hechos verdaderos y verificables.
El
club de los desahuciados podría
ser un ejemplo de que hasta el patán mas despreciable puede volverse
un héroe de la comunidad, al
momento de que la iniciativa
orginalmente
comercial de Ron se vuelve una cruzada para dar medicina a los que
viven con una enfermedad que no se entendía y que está aún
mezclada con profundos prejuicios.
El
arco de transformación del
protagonista interpretado por Matthew
McConaughey es ideal para el
cine estadounidense: el grosero y homófobo macho texano se convierte
en un héroe de los derechos civiles denunciante
de las farmacéuticas que, en
medio de la crisis, venden dañinos medicamentos a costos altísimos.
Quizá esto les pareció mas
atractivo a los miembros de la academia darle un oscar
que muchos pensamos era para Leonardo
DiCaprio como el cínico Lobo
de Wall Street (The
Wolf of Wall Street: Martin Scorsese. Estados Unidos, 2013).
Claro, no se puede pasar por alto la transformación física de
McConaughey,
pero ganar un premio de la Academia no debería ser un asunto
sólo
de perder peso.
El
club de los desahuciados arranca
bien, de una manera interesante, la atmósfera está bien recreada y
el personaje principal se enfrenta aterradoramente a su destino de
morir. En una escena, por ejemplo, alucina quedarse solo con un
siniestro payaso en un rodeo abandonado. Pero la película se
extiende demasiado, los malos se vuelven demasiado malos y los buenos
empiezan a volverse intachables. A los gringos parece gustarles mucho
que sus películas se resuelvan en tribunales. Afortunadamente, en
El club de los desahuciados sólo
hay una escena en la corte. Pero eso no evita que el final se
prolongue en exceso.
No
se trata tampoco de un film demasiado
original, sus procedimientos
de cámara, edición y narrativos son bastante convencionales. Los
logros de físicos de los actores ya los habíamos visto en los
trabajos de Robert De Niro o
Christian Bale.
Pero aún así, con poco que aportar, El club de los
desahuciados es una de las pocas
opciones adultas en los cines invadidos aún por las vacaciones
infantiles que ya terminaron.