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jueves, 16 de febrero de 2017

La La Land: una historia de amor




La la land: Una historia de amor (2016) es de esas películas que entre más las pienso mayores defectos les encuentro. Si hubiera armado mi comentario inmediatamente después de haberla visto seguro sería más benigno. Así que mejor lo hago antes de que acumule demasiada mala voluntad.
Creo que será la ganadora de la octogésima novena entrega del Oscar. Igual que lo fueron Danza con lobos (Kevin Costner 1990) y El artista (Michel Hazanavicius 2011). Filmes justa y rápidamente olvidados.
El problema de La la land…, el musical dirigido y escrito por Damien Chazelle es la falta de rigor, de concordancia entre recursos técnicos y pretensiones temático-estilísticas: la forma no corresponde al fondo, podríamos decir prosaica y casi incorrectamente.
La la land… va a ganar el Oscar a mejor película y en una de esas hasta va a tener varios reconocimientos de primera línea, según yo, por lo que representa para Hollywood como industria: una añoranza de que todo tiempo pasado fue mejor, dicho esto mientras se arrastran los pies rumbo a una decrepitud inaudita para un realizador de apenas 32 años.
Sorprende que una película que pretende citar y homenajear a los grandes musicales de Hollywood se aleje de la perfección técnica con que se abordaban esas películas, realizadas con un arte olvidado, y que se presentan actualmente en una versión degradadísima.
Veamos la mano izquierda de Ryan Gosling en la multi reproducida foto promocional de La la land… Su dorso tiene la gracia de un ave en vuelo. Su posición manifiesta un control perfecto del cuerpo capaz de convertirse en una imagen poderosa y seductora.
Eso jamás lo veremos en la película. Es una publicidad engañosa. Ni el color de la fotografía ni la capacidad dancística de los actores aparecerán a lo largo de los martirizantes 128 minutos de la proyección.
Resulta sufriente la falta de rigor del cinefotógrafo sueco Linus Sandgren. Sus encuadres deficientes, iluminaciones sin compensación y los destellos tan innecesarios como las subexposiciones parecen que quieren encontrar un documental no lo hay y donde se requiere lo contrario.
La película es una fábula: la del self made man o woman, da lo mismo. Un ejercicio de justificación del individualismo a través del talento y la persistencia. En forma de moraleja: si eres bueno en lo que haces y le pones talento lograrás tus sueños.
Para aceptar esa premisa deberíamos, de entrada, obviar el carácter trágico de las condiciones sociales que se le imponen al hombre moderno.
Poner entre paréntesis a las condiciones sociales es aceptar casi como aceptar el anti realismo del musical, un género en el que la gente suspende sus acciones cotidianas para ponerse a cantar y a bailar y luego vuelve a lo que estaba haciendo como si nada.
Ello es una linda metáfora. Uno baila para escapar al peso del cuerpo y de la realidad. También va por la vida cantando por sobre dosis de endorfinas.
Se entiende que en la primera escena la protagonista y todos los que están en el embotellamiento angelino huyan de tan fastidiosa situación con la música.
Lo que no se entiende es la fealdad de las imágenes recuperadas en el pretencioso virtuosismo del plano secuencia. Deberían ser al contrario: tan bellas que accedieran a la consistencia del ensueño representando la embriaguez de la felicidad injustificada. No deberían ser realistas.
Y el momento donde la fantasía, manda - que podría ser el más interesante de la película, cuando se reescribe con un gesto toda la secuencia de eventos de la historia como si fuera Corre Lola Corre (Tom Tykwer 1998) - es aquella en la que no se canta.
Visualmente ahí se recurre a unos filtros que simulan una antigua película casera, siendo esto un recurso que nada aporta, un error que va de lo obvio a lo obtuso, una incapacidad de creer en el cine y de ejecutar sus recursos.
La la land… queda muy lejos de sus modelos virtuosos. La misma idea de su final está llevada hasta la abstracción por Vicente Minelli en Un americano en París (1951) que sí es una obra maestra compleja y ambigua nacida en el momento crepuscular del género.
Mucho me temo que el musical que ganará el Oscar, si sobrevive en la memoria, se quedará como el sustituto generacional de muchas películas geniales que se darán por vistas: las de Busby Berkeley, Minelli y Stanley Donen. Las apropiaciones de Jacques Demy y sobre todo las de Jean – Luc Godard en filmes como Bande à part (1964).
Los que crecieron expuestos a la franquicia Glee puede optar seguir viviendo su juventud viendo las sombras en la caverna en lugar de asomarse, como adultos, al mundo exterior.
A unas horas de haber visto La la land… percibo el gran riesgo político que implica. Cito a Barthélemy Amengual: “Hollywood se preocupaba porque el mundo permaneciera en una adolescencia perpetua, nerviosa pero sumisa. El fascismo también”.