La la land: Una
historia de amor
(2016) es de esas películas que entre más las pienso mayores defectos les
encuentro. Si hubiera armado mi comentario inmediatamente después de haberla
visto seguro sería más benigno. Así que mejor lo hago antes de que acumule demasiada
mala voluntad.
Creo que será la ganadora de la octogésima
novena entrega del Oscar. Igual que lo fueron Danza con lobos (Kevin Costner 1990) y El artista (Michel Hazanavicius 2011). Filmes justa y rápidamente
olvidados.
El problema de La la land…, el musical dirigido y escrito por Damien Chazelle es
la falta de rigor, de concordancia entre recursos técnicos y pretensiones
temático-estilísticas: la forma no corresponde al fondo, podríamos decir prosaica
y casi incorrectamente.
La la land… va a ganar el Oscar a mejor
película y en una de esas hasta va a tener varios reconocimientos de primera
línea, según yo, por lo que representa para Hollywood como industria: una
añoranza de que todo tiempo pasado fue mejor, dicho esto mientras se arrastran
los pies rumbo a una decrepitud inaudita para un realizador de apenas 32 años.
Sorprende que una película que pretende citar
y homenajear a los grandes musicales de Hollywood se aleje de la perfección
técnica con que se abordaban esas películas, realizadas con un arte olvidado, y
que se presentan actualmente en una versión degradadísima.
Veamos la mano izquierda de Ryan Gosling en
la multi reproducida foto promocional de La
la land… Su dorso tiene la gracia de un ave en vuelo. Su posición manifiesta
un control perfecto del cuerpo capaz de convertirse en una imagen poderosa y
seductora.
Eso jamás lo veremos en la película. Es una
publicidad engañosa. Ni el color de la fotografía ni la capacidad dancística de
los actores aparecerán a lo largo de los martirizantes 128 minutos de la
proyección.
Resulta sufriente la falta de rigor del
cinefotógrafo sueco Linus Sandgren. Sus encuadres deficientes, iluminaciones sin
compensación y los destellos tan innecesarios como las subexposiciones parecen
que quieren encontrar un documental no lo hay y donde se requiere lo contrario.
La película es una fábula: la del self made man o woman, da lo mismo. Un ejercicio de justificación del
individualismo a través del talento y la persistencia. En forma de moraleja: si
eres bueno en lo que haces y le pones talento lograrás tus sueños.
Para aceptar esa premisa deberíamos, de
entrada, obviar el carácter trágico de las condiciones sociales que se le
imponen al hombre moderno.
Poner entre paréntesis a las condiciones
sociales es aceptar casi como aceptar el anti realismo del musical, un género
en el que la gente suspende sus acciones cotidianas para ponerse a cantar y a
bailar y luego vuelve a lo que estaba haciendo como si nada.
Ello es una linda metáfora. Uno baila para
escapar al peso del cuerpo y de la realidad. También va por la vida cantando
por sobre dosis de endorfinas.
Se entiende que en la primera escena la
protagonista y todos los que están en el embotellamiento angelino huyan de tan
fastidiosa situación con la música.
Lo que no se entiende es la fealdad de las
imágenes recuperadas en el pretencioso virtuosismo del plano secuencia.
Deberían ser al contrario: tan bellas que accedieran a la consistencia del ensueño
representando la embriaguez de la felicidad injustificada. No deberían ser
realistas.
Y el momento donde la fantasía, manda - que podría
ser el más interesante de la película, cuando se reescribe con un gesto toda la
secuencia de eventos de la historia como si fuera Corre Lola Corre (Tom Tykwer 1998) - es aquella en la que no se
canta.
Visualmente ahí se recurre a unos filtros que
simulan una antigua película casera, siendo esto un recurso que nada aporta, un
error que va de lo obvio a lo obtuso, una incapacidad de creer en el cine y de
ejecutar sus recursos.
La la land… queda muy lejos de sus modelos
virtuosos. La misma idea de su final está llevada hasta la abstracción por
Vicente Minelli en Un americano en París (1951)
que sí es una obra maestra compleja y ambigua nacida en el momento crepuscular
del género.
Mucho me temo que el musical que ganará el
Oscar, si sobrevive en la memoria, se quedará como el sustituto generacional de
muchas películas geniales que se darán por vistas: las de Busby Berkeley, Minelli
y Stanley Donen. Las apropiaciones de Jacques Demy y sobre todo las de Jean –
Luc Godard en filmes como Bande à part (1964).
Los que crecieron expuestos a la franquicia Glee
puede optar seguir viviendo su juventud viendo las sombras en la caverna en
lugar de asomarse, como adultos, al mundo exterior.
A unas horas de haber visto La la land… percibo el gran riesgo
político que implica. Cito a Barthélemy Amengual: “Hollywood se preocupaba
porque el mundo permaneciera en una adolescencia perpetua, nerviosa pero
sumisa. El fascismo también”.