Hace meses que vi por primera vez Güeros [dirección: Alonso Ruiz
Palacios. País: México. Año: 2014] y ha sido arduo escribir sobre
ella. Se trata de una de esas películas que en cada visionado se
torna mas compleja.
La sencillez de la anécdota resulta engañosa pero su resumen es
necesario ya que el contexto histórico resulta clave: Tomás
(Sebastián Aguirre, ganador del Ariel por Obediencia Perfecta [Luis
Urquiza. México. 2014]) es enviado desde Veracruz hasta el Distrito
Federal. Su madre se declara incapaz de controlar su inquieta
juventud y una temporada con su hermano Fede (conocido como Sombra,
interpretado por Tenoch Huerta) parece la mejor solución.
Sombra comparte su departamento en el sur de la Ciudad de México con
Santos (Leonardo Ortizgris) y ambos viven al borde del pasmo: sus
escuelas se encuentran tomadas, la ciudad vive un constante
desquiciamiento agravado por las masivas movilizaciones que genera la
huelga en la Universidad Autónoma de México (UNAM), evento
histórico que se extendió desde abril de 1999 hasta febrero de
2000.
La inmovilidad de los personajes terminará cuando sean descubiertos
robándoles la energía eléctrica a los vecinos y se iniciará un
periplo por la geografía urbana tras un objetivo apenas razonable,
un macguffin en forma de
cinta de audio, heredada por su padre y grabada por Epigmenio Cruz
(Alfonso Charpener) - un “güey
que pudo haber cambiado al rock nacional” - y que aparentemente
agoniza en el olvido. El recorrido los lleva al encuentro mas
importante de la película, el
que ocurre con Ana
(Ilse Salas) en una Ciudad
Universitaria tomada por los estudiantes y
sacudida por los debates interminables.
La forma cinematográfica de Güeros
probablemente sea de las mas ricas y originales del cine mexicano en
los últimos años. Si pudiéramos hacer
una división entre los filmes convencionales, en ocasiones exitosos
y casi nunca rigurosos (Paraíso [Mariana Chenillo. México. 2013] y
La dictadura perfecta [Luis Estrada. México. 2014], por mencionar
dos filmes reseñados en este espacio) y las
películas que pretenden
romper los moldes fílmicos tradicionales, Güeros debería quedar en
esta segunda categoría al lado de la obra de Carlos Reygadas y de
Fernando Eimbcke, aunque los estilos de los tres realizadores sean
muy diferentes.
¿En
qué radica la originalidad de la forma fílmica de Güeros? Me
atrevo a decir que no está en su fotografía a blanco y negro y en
su formato académico, que hace que la imagen sea inusualmente
cuadrada. Este formato ya había sido utilizado, recientemente en
Post Tenebras Lux (Reygadas. México, Francia, Países Bajos y
Alemania. 2012) y la monocromía es característica de la imagen de
Temporada de patos (Eimbcke.
México y Estados Unidos.
2004).
Los
constantes desplazamientos de cámara, anunciados y enunciados en un
poema atribuido en la historia al personaje de Sombra: “... como si
mirar fuera una forma de moverse”, tampoco
son el corazón de la originalidad ni la expresión del sentido
último del filme, aunque los
traslados de los protagonistas por la nunca conclusa geografía
defeña equivalen al comportamiento de la cámara y
al dinamismo propio del filme.
Si bien la dimensión sonora de
Güeros se presta a la
experimentación con sonidos saturados y telúricos finalmente
esos efectos sustituyen a la
música en una
función bastante
común, que es la de hacer evidentes los estados de ánimo. En este
caso los ataques de pánico de Sombra son evidenciados por ruidos
arduamente soportables y complejamente mezclados
La
selección de la música tiene mucho de provocación: pocos elementos
mas antifílmicos que la música de Agustín Lara, aunque es tentador
encontrar referencias al primer cine sonoro mexicano, donde puso su
trémula voz en filmes como Santa [Antonio Moreno. México. 1931] y
ello quizá
sería justificado ante las múltiples referencias a filmes como Los
olvidados [Luis Buñuel. México. 1950] y Los caifanes [Juan Ibáñez.
México. 1967].
Pero la
técnica mas plena de sentido en Güeros es la edición. Ahí
sí va a contracorriente de la pachorra institucional de gran parte
del cine contemporáneo. Hay
una progresión en los recursos que se utilizan. El primer plano de
la película, el de los globos rellenos de agua, termina bruscamente
con un corte directo a la pantalla en negros. Estos
cortes fragmentan el espacio donde se desarrollan las escenas
bloqueando la visión de los espectadores, volviéndose una constante que en un momento tiende a desaparecer.
Posteriormente Alonso Ruizpalacios
y sus editores - Yibran Assaud y Ana García – recurren a una forma
menos convencional y aún mas plena de sentido, donde los personajes
nunca se ven de frente. Los realizadores nos niegan el contracampo,
la parte complementaria de la visión humana.
En Güeros muchas veces miramos lo
que los personajes ven y después observamos sus espaldas. De
hecho Tomás lleva una playera que dice “Don't look back”.
Pero ojos
y visión humana no se cruzan, sino hasta el final de la película,
cuando Tomás, homónimo del
incrédulo apóstol, finalmente toma una foto de su hermano. Ahí la
mirada es devuelta plena de significación.
La escena ocurre en la calle, en
medio de una manifestación que constantemente se atraviesa entre los
hermanos. Su vínculo
se (re) activa,
se (re) crea la familia buscada no sólo por ellos, sino también
por Ana en su activismo estudiantil y en la vida en común generada
por el paro. Pero la presencia de la marcha también recuerda que la
vida individual es marcada por los procesos sociales, que estos son
dinámicos y que ante ellos las personas difícilmente pueden
permanecer ajenos, ya que se
cruzan como los manifestantes entran y salen de cuadro.
En estas extendidas pero a fin de
cuentas escasas líneas no he agotado las posibilidades de análisis
de Güeros. Falta hablar de su puesta en abismo (que la hace ser una
película dentro de otra película); de su narrativa moderna que se detiene para privilegiar las sensaciones y el espacio;
falta ahondar en su visión posmoderna del cine mexicano y en el
desagravio fílmico que recibe la música de Juan Gabriel. Como todas
las grandes obras, Güeros se antoja inabarcable. Y su tono lúdico y antisolemne se agradece.
Pero también, como muchos
de los filmes que se niegan a
la convencionalidad, enfrenta problemas. El crítico Leonardo García
Tsao en su cuenta de Twitter (@walyder)
lo resumió muy bien: “Gran paradoja: LA DICTADURA PERFECTA.
Arieles? Cero. Espectadores? Millones/ GÜEROS. Arieles? Cinco.
Espectadores? Cinco”. Entre la mala distribución del
cine mexicano y la incomprensión de los espectadores, Güeros
acumula más premios y reconocimientos que público.
Un ejemplo: la película fue proyectada en el marco de la Muestra
Internacional de Cine en la Cineteca Alameda. Después de eso se
anunció que estaría en cartelera. Pero eso fue antes del descalabro
que sufrió Ida [Pawel Pawlikowski. Polonia, Dinamarca, Francia y
Reino Unido. 2013] en la pantalla de la sala administrada por la
Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, donde fue vista por muy pocas personas.
Quizá la administración dudó ya que ambas películas son a blanco
y negro y cuadradas (aunque Ida haya sido proyectada incorrectamente en la Sala Lupe Vélez) y decidió hacer un ciclo de películas
juveniles latinoamericanas que empieza hoy con la exhibición de
Güeros y mañana proyecta P3nd3jo5 (Raúl Perrone. Argentina. 2013),
otra obra que se antoja experimental y que espero reseñar
posteriormente.
El punto es que Güeros estará sólo un día mas en cartelera en una
sala que por misión debería difundir el arte cinematográfico y que
por vocación y lógica debiera ser una salida para el cine nacional.
¿Por qué?
Hipótesis: lo que cuenta para las instituciones de
este gobierno (afortunadamente menguante) son los números. Si Güeros
no ingresa a taquilla tanto como un ciclo de Pedro Almodóvar - muy
similar al que se hizo hace muchos años en el cineclub de la
Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP) – probablemente
se consideraría un fracaso. Un esfuerzo por explicar los méritos de
la película y crear un público para estas propuestas se considera
seguramente inútil, sino yo creo que ya se hubiera realizado.
En ese sentido resulta mas interesante la labor de los cineclubes
como el de la UASLP, que se esfuerza en construir un debate al
término de sus proyecciones o el Matinée de la Facultad del Hábitat
(también de la UASLP) donde la presentación del viernes pasado de
la película que ahora nos ocupa tuvo tres comentaristas (el cineasta
José Antonio Meave, el comunicólogo José Ortiz y un servidor,
quien mas bien mal pudo articular algo de lo que aquí explica), así como una
participación entusiasta y nutrida del público, que fue lo mas importante.
Estoy seguro de dos cosas. Una: los presupuestos de los cineclubes
son menores al de la cineteca. Dos: son mucho mas eficientes al
momento de sensibilizar al público en el visionado de películas
originales y meritorias. Y con esas funciones íntimas, propias del
cineclub, Güeros obtendrá su lugar entre el público antes que en
los raudos pases por la Cineteca Alameda.
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