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lunes, 15 de agosto de 2016

Janis: chica azul

 Janis: chica azul, la no ficción de Amy Berg (2015), es apenas un retrato de la artista como víctima perpetua. La realizadora genera una lastimera representación bastante pobre en ideas cinematográficas y en implicaciones culturales que se regodea en la parte mórbida y se contenta con la exhibición de un dolor constante.
El documental es una biografía de Janis Joplin desde la perspectiva de una niña que soportó rechazo y maltrato en el entorno de una pequeña ciudad texana de los 40 y los 50. Al crecer y merced a la extraordinaria capacidad expresiva de su voz, se integró a la contracultura que tuvo como sede la ciudad de San Francisco. Su éxito en la industria musical fue de la mano de un sufrimiento emocional creciente y de su adicción a las drogas y alcohol, muriendo a los 27 años.
La realizadora Amy Berg optó por la forma más convencional posible para narrar esta historia: una organización cronológica de los eventos principio a fin, uso de testimonios de familiares, amigos y amantes de Janis Joplin, quienes difícilmente articulan una crítica al ícono que se ha vuelto con el paso de los años. El resultado es plano en términos emocionales, dramáticos y de conocimiento. La cantante se vuelve una víctima de tiempo completo de la sociedad y en cierta medida de los hombres con los que convivió.
Menudo problema con una historia ampliamente conocida en su parte pública: el apogeo rápido y breve de la artista en los festivales masivos de los 60 estadounidenses y sus búsquedas no siempre fructíferas en lo musical. Por sabido y anteriormente contado, por el carácter ahora mítico del personaje, por las implicaciones que tiene con temas de moda como el maltrato infantil y la inclusión en nuestras sociedades, era necesario contar la historia de otra manera.
Porque los temas tratados son no son el problema. No se trata de una cuestión de fondo. En donde Amy Berg queda mucho a deber es en su labor de investigadora y en la forma que le otorga al documental. Empiezo por la falta de rigor de esta última. La realizadora recurre, como un motivo, a unos “paseos fantasma” donde la cámara queda ubicada encima de un tren que permite ver alejarse a las vías desde el punto de vista de quién viaja en el cabús. El motivo se repite sin posibilidad de significar algo y termina por volverse una muletilla: algo molesto e innecesario.
La exposición de la vida y los tiempos de Janis Joplin tampoco aporta demasiado. La duración y el formato del documental no permite tener una idea profunda de la manera en que su trabajo incorporó y actualizó tradiciones de la música estadounidense. Tampoco nos deja clara la impronta que su obra tiene en la cultura moderna más allá de sus logros en las listas de éxitos.
Un par de documentales sirven como referencias de narrativas mucho más emocionantes y de discursos mucho más elaborados y referenciados en los márgenes de este tipo de cine. Pienso en la potente biografía de Sixto Rodríguez Buscando a Sugar Man (2012) del malogrado Malik Bendjelloul que manipula el discurso con efectos sorprendentemente emotivos. También está el apabullante trabajo sobre las raíces y la influencia cultural de los primeros años de Bob Dylan realizado por Martin Scorsese (No Direction Home: Bob Dylan, 2015).
Los mejores aciertos de Janis: chica azul son la utilización de la voz de la cantante Cat Power para leer la correspondencia de Joplin y la abundancia de materiales de archivo sobre las presentaciones en vivo de la protagonista. La primera ofrece una lectura dramática pero sin exageraciones, parecida a las interpretaciones de Power.
La segunda se agradece cuando el cine tiene las condiciones adecuadas de audio, siempre superiores a la experiencia casera. En ese sentido es una suerte que en Cineteca Alameda no hayan encontrado y exhibido - en alguno de los ciclos sin pies ni cabeza que acostumbran programar - las copias ilegales que circulan por internet.
Pero creo que ni Cinépolis ni los distribuidores tienen una idea clara de qué hacer con documentales como estos. Ahora pecaron de una traducción literal del título que empobrece el sentido de tristeza del original y sus contactos con la cultura profunda americana. Supongo que pretenden venderlo como lo hacen con los conciertos que proyectan como parte de sus “contenidos alternativos”. E igualmente quieren aprovechar la estela mórbida del llamado club de los 27 que alimenta otros documentales como Amy de Asif Kapadia (2015).
La mente de los mercadólogos cinematográficos es para mí un misterio. En este caso yo debería de celebrar que se le abra un espacio al género documental en las salas comerciales. Pero lamento el escaso impacto que produce y la pobre información que transmite esta Janis: chica azul que, por otro lado, es una de las pocas opciones visibles en salas en estas semanas.

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