Janis:
chica azul, la no ficción de Amy Berg (2015), es apenas un
retrato de la artista como víctima perpetua. La realizadora genera
una lastimera representación bastante pobre en ideas
cinematográficas y en implicaciones culturales que se regodea en la
parte mórbida y se contenta con la exhibición de un dolor
constante.
El documental es una biografía de Janis Joplin
desde la perspectiva de una niña que soportó rechazo y maltrato en
el entorno de una pequeña ciudad texana de los 40 y los 50. Al
crecer y merced a la extraordinaria capacidad expresiva de su voz, se
integró a la contracultura que tuvo como sede la ciudad de San
Francisco. Su éxito en la industria musical fue de la mano de un
sufrimiento emocional creciente y de su adicción a las drogas y
alcohol, muriendo a los 27 años.
La realizadora Amy Berg optó por la forma más
convencional posible para narrar esta historia: una organización
cronológica de los eventos principio a fin, uso de testimonios de
familiares, amigos y amantes de Janis Joplin, quienes difícilmente
articulan una crítica al ícono que se ha vuelto con el paso de los
años. El resultado es plano en términos emocionales, dramáticos y
de conocimiento. La cantante se vuelve una víctima de tiempo
completo de la sociedad y en cierta medida de los hombres con los que
convivió.
Menudo problema con una historia ampliamente
conocida en su parte pública: el apogeo rápido y breve de la
artista en los festivales masivos de los 60 estadounidenses y sus
búsquedas no siempre fructíferas en lo musical. Por sabido y
anteriormente contado, por el carácter ahora mítico del personaje,
por las implicaciones que tiene con temas de moda como el maltrato
infantil y la inclusión en nuestras sociedades, era necesario contar
la historia de otra manera.
Porque los temas tratados son no son el problema.
No se trata de una cuestión de fondo. En donde Amy Berg queda mucho
a deber es en su labor de investigadora y en la forma que le otorga
al documental. Empiezo por la falta de rigor de esta última. La
realizadora recurre, como un motivo, a unos “paseos fantasma”
donde la cámara queda ubicada encima de un tren que permite ver
alejarse a las vías desde el punto de vista de quién viaja en el
cabús. El motivo se repite sin posibilidad de significar algo y
termina por volverse una muletilla: algo molesto e innecesario.
La exposición de la vida y los tiempos de Janis
Joplin tampoco aporta demasiado. La duración y el formato del
documental no permite tener una idea profunda de la manera en que su
trabajo incorporó y actualizó tradiciones de la música
estadounidense. Tampoco nos deja clara la impronta que su obra tiene
en la cultura moderna más allá de sus logros en las listas de
éxitos.
Un par de documentales sirven como referencias de
narrativas mucho más emocionantes y de discursos mucho más
elaborados y referenciados en los márgenes de este tipo de cine.
Pienso en la potente biografía de Sixto Rodríguez Buscando
a Sugar Man (2012) del malogrado Malik Bendjelloul que
manipula el discurso con efectos sorprendentemente emotivos. También
está el apabullante trabajo sobre las raíces y la influencia
cultural de los primeros años de Bob Dylan realizado por Martin
Scorsese (No
Direction Home: Bob Dylan, 2015).
Los mejores aciertos de Janis: chica azul
son la utilización de la voz de la cantante Cat Power para leer la
correspondencia de Joplin y la abundancia de materiales de archivo
sobre las presentaciones en vivo de la protagonista. La primera
ofrece una lectura dramática pero sin exageraciones, parecida a las
interpretaciones de Power.
La segunda se agradece cuando el cine tiene las
condiciones adecuadas de audio, siempre superiores a la experiencia
casera. En ese sentido es una suerte que en Cineteca Alameda no hayan
encontrado y exhibido - en alguno de los ciclos sin pies ni cabeza
que acostumbran programar - las copias ilegales que circulan por
internet.
Pero creo que ni Cinépolis ni los distribuidores
tienen una idea clara de qué hacer con documentales como estos.
Ahora pecaron de una traducción literal del título que empobrece el
sentido de tristeza del original y sus contactos con la cultura
profunda americana. Supongo que pretenden venderlo como lo hacen con
los conciertos que proyectan como parte de sus “contenidos
alternativos”. E igualmente quieren aprovechar la estela mórbida
del llamado club de los 27 que alimenta otros documentales como Amy
de Asif Kapadia (2015).
La mente de los mercadólogos cinematográficos es
para mí un misterio. En este caso yo debería de celebrar que se le
abra un espacio al género documental en las salas comerciales. Pero
lamento el escaso impacto que produce y la pobre información que
transmite esta Janis: chica azul que, por otro lado, es una de
las pocas opciones visibles en salas en estas semanas.
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