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sábado, 22 de abril de 2017

La morgue


La morgue (André Øvredal 2016) ejemplifica los riesgos de aplicar inmisericordemente los efectos del cine de terror. En una primera parte sino brillante al menos eficiente hay momentos de franca angustia y de morbo. Pero luego la exposición que aspira a la lógica le lleva a la decadencia imposibilitándole volver a tener la fuerza del arranque.

El cadáver de una desconocida (Olwen Catherine Kelly) desencadena hechos funestos cuando llega al lúgubre negocio familiar de Tommy (Brian Cox) y Austin (Emile Hirsch), dueños y operadores de una morgue y un crematorio centenarios, que se encierran toda la noche con el cuerpo que proporciona paulatinamente información de haber sido objeto, en vida, de un sufrimiento inusitado.

Resulta notable como Tommy y Austin, padre e hijo, maestro y aprendiz, arrancan la investigación. Gracias a la aplicación inclemente del método cada parte del cuerpo de la mujer desconocida ofrece pistas para responder una pregunta concreta reiterada y delimitada: ¿cómo murió?

La aplicación de los parámetros de lo racional resulta insuficiente ya que el dolor y el odio se convierten en algo inexplicable. Si las películas de terror manifiestan miedos latentes en la sociedad en La morgue hay un montón de emergencias: la tortura, el odio a lo femenino pero sobre todo la impiedad del conocimiento limitado.

La primera parte de la película opera eficientemente por acumulación. Los médicos investigadores van obteniendo evidencia en la inquietante corporeidad de la desconocida cuya disección satisface una cierta necesidad de violencia del cine actual bien balanceada por la fascinación que produce aplicar el método científico que, más que encontrar respuestas, hace suma de preguntas.

Conforme los forenses avanzan en la autopsia se desatan fuerzas sobrenaturales capaces de provocar una verdadera angustia en el espectador a partir de la utilización de recursos estrictamente cinematográficos: puntos de vista, sonido fuera del cuadro y contrastes entre luz y oscuridad. El miedo lo provoca el mirar lo que no debe ser visto. La angustia es producto de la inminencia de ese acto. Y eso lo sabía Alfred Hitchcock, Sófocles y Sigmund Freud.

La creación del espacio es notable. La vieja casona del negocio familiar parece ser una concentración de capas geológicas, una más antigua que la otra hasta llegar al quirófano donde resulta imposible distinguir el tiempo, merced a la presencia de tecnología diversa pero también de prácticas que se justifican como un apego a la tradición. El lugar se convierte en una trampa para los personajes, un vacío que sugiere las catacumbas del horror gótico y la idea del enterrado vivo.

La morgue es una película que apela a la función básica del género: producir angustia, desazón y temor en quien la mira. En la mayor parte de su metraje lo logra aunque la escena del elevador conlleva una pérdida de fuerza considerable e irrecuperable, merced a la exposición verbal de los conflictos internos del personaje de Tommy y de su justificación biográfica.

Parece que a los directores contemporáneos no les basta la película para expresarse. Las buenas ideas y puesta en juego de los recursos fílmicos que despliega el realizador André Øvredal se diluyen en un final demasiado cercano al de Al filo de la realidad (1983). Pero lo que en la película colectiva basada en “La dimensión desconocida” era un guiño a la serialidad televisiva aquí sugiere otro cálculo, más cercano a la lógica comercial de las franquicias.

Hay riqueza táctica en las dos primeras partes de La morgue, aunque en su conjunto la película falle como estrategia. En el arranque está la sugerente aproximación al cuerpo de una mujer muerta que parece responder al título / premisa biográfica de Luis Buñuel: prohibido asomarse al interior. Luego viene el horror de lo que no debe verse, la ambigüedad angustiante de lo vivo y lo muerto. El final se anuncia con una desangelada explicación no pedida y una conclusión diluida.

Pero, a diferencia de otros filmes que ni eso logran, en La morgue sí hay momentos de buen cine de terror.

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