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lunes, 9 de marzo de 2015

A la mala


María Laura “Mala” Medina (Aislinn Derbez) es una actriz desempleada que considera indigno el trato que recibe en las sesiones de selección de histriones para publicidad televisiva pero que piensa que participar en una telenovela es una oportunidad inmejorable. Sólo que su productora, es decir su jefa en potencia, antes de darle la chamba le pone una prueba: tiene que seducir a su ex novio, el millonario Santiago (Mauricio Ochmann), con intenciones que van de lo poco claras a la inverosimilitud y de ahí a la estupidez evidente.
Y es que María Laura, en su crisis de empleo remunerado, varias veces ha trabajado para novias celosas a cuyas parejas seduce y pone en evidencia en los momentos previos al coito. Pero con Santiago las cosas no salen como están planeadas. El empresario tequilero no se le avienta como fiera en celo y entre los dos va surgiendo una atracción que se convierte increíblemente en amor.
El modelo de comedia en A la mala (Dirección: Pedro Pablo Ibarra. País: México. Año: 2015) es el hollywoodense, uno de los pocos espacios en el cine del siglo XX donde la mujer adquirió una relevancia como personaje activo y no sólo fue la víctima que debía ser rescatada por el héroe masculino. De ello se infiere que lo más importante en este tipo de historias son los personajes. Vamos a analizarlos.
“Mala” Medina es una actriz con formación profesional y economía precaria. Comparte su departamento con una amiga y entre trabajo y trabajo por los que recibe pago se dedica, no sin ciertos reparos éticos, a labores de seducción tramposas y redituables. Nosotros los espectadores no tenemos claro si hay una motivación psicosocial relevante que la lleva a realizar esas actividades, algo así como querer ser la vengadora del club de las mujeres engañadas. Suponemos entonces que su motivación es sobre todo económica.
Cabe preguntarse entonces si A la mala es una película de crítica social, si acaso escarba en la inestable vida laboral de una generación capaz de hacer a un lado cualquier prurito ético con tal de llevar el pan a la mesa. No, definitivamente esta película no es de esas. Más bien se regodea en los padecimientos sentimentales de los personajes. Ejemplo de esa situación es la escena donde Mala abraza las llantas del coche de Santiago como el único recuerdo que queda de su amor.
Me imagino al director y al guionista diciendo: si es divertido ver a Woody Allen añorando a la mujer amada cuando huele una pierna de pollo que le ha dado para que cene solo en su casa en su fragmento de Historias de Nueva York (Título original: New York Stories. Woody Allen, Francis Ford Coppola y Martin Scorsese. Estados Unidos. 1989.), entonces: ¿por qué no va a ser divertido ver a Aislinn Derbez en su cama abrazando unos neumáticos Michelin?
La pregunta se responde cuando, analizando la película de Allen, queda claro que el absurdo juega un papel clave en su concepción y realización como una crítica a la racionalidad que se ausenta absolutamente en A la mala, la cual es una película que no tiene nada que decir, que carece de un argumento a demostrar, cuya profundidad es igual a cero o, si tenía algo que comentar, confunde por su mala realización.
Para Pedro Pablo Ibarra lo importante es soltar rápido diálogos supuestamente inteligentes y chistosos, sobre todo los de los actores de reparto, al grado de que su dirección le imprime a A la mala un ritmo irregular que va de lo vomitivo a lo lerdo, ya que tampoco es muy eficiente, como lo demuestra la escena del clímax donde Derbez canta un gran éxito de Timbiriche (Tú y yo somos uno mismo) que resulta una tortura para el espectador con capacidades auditivas medianas.
El personaje de Santiago es aún más desconcertante, en la medida de que ello sea posible, que el de “Mala” Medina. El guión (de IssaLópez y Ari Rosen) se da tiempo para trazarlo con más detalles que tampoco son muy lógicos: Santiago es un millonario, heredero de una marca de Tequila, apasionado de la música clásica, solitario e instruido, con una relación no resuelta con su padre, pedante y acartonado al momento de estar en pantalla.
Esto último se entiende por la elección de Ochmann (actor de telenovelas y de teatro ligero mayormente) para interpretarlo. No queda claro que algo positivo aporte al personaje más allá de una cara bonita.
En cuanto a las motivaciones del personaje puedo decir que, luego de una semana de haber visto A la mala, no acabo de entender por qué Santiago se enamora de María Laura quien está completamente alejada de sus intereses ya sean literarios, musicales o empresariales.
Se podría justificar por una fuerte atracción física (cosa improbable cuando Aislinn Derbez hace el papel) o por que él descubre en ella valores trascendentales cuando va a ver una obra de teatro donde ella sale vestida, no sé si de dragón o de espárrago. Lo cierto es que su encuentro y su seducción son bastante torpes e inverosímiles. Quizá por ello la prensa del corazón ha publicitado el romance quelos actores mantienen en la realidad.
A fin de cuentas Santiago resulta ser un macho sensible, detentador del poder económico, filántropo engreído, egoísta en lo sexual, payaso en su pseudo intelectualidad, creado con intención de redimir a una generación de mirreyes pero que carece de verosimilitud o de profundidad sociológica.
A fin de cuentas, por su posición de hombre y de millonario, tiene el poder de decidir sobre Mala al momento de perdonarla. El espacio de poder femenino de ella se derrumba (en el improbable caso de que se haya erigido en algún momento) y con ello se va a contra corriente de lo mejor del género hollywoodense de la comedia romántica.
Otra de las cosas que resultan desesperantes al principio y aburridísimas al final es la incansable sucesión de cameos de figuras televisivas, que van desde la breve aparición del padre de la protagonista (Eugenio Derbez) hasta la extendida intervención de Facundo Gómez Brueda, que por cierto no termina de convencer de que es actor al espectador promedio, ya no digamos al especializado.
Se puede explicar este recurso como una manera de ligar la película a la televisión y con ello lograr una taquilla más abultada. Es decir, como un estricto cálculo comercial, el cual parece haber sido el pivote de la realización, algo que por si no es malo, pero que no garantiza para nada calidad fílmica.
Es como el caso de Transformers: La era de la extinción (Transformers: Age of Extinction. Michael Bay. Estados Unidos y China. 2014) que por el hecho de ser una película muy exitosa no deja de ser uno de los peores filmes del año pasado. Lo mismo puede pasarle a A la mala, aunque aún es muy pronto para prever lo que nos pueden ofrecer juntas las áreas cinematográficas de las más importantes televisoras de México: Televisa y Televisión Azteca.

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