María Laura “Mala” Medina (Aislinn Derbez) es una actriz
desempleada que considera indigno el trato que recibe en las sesiones
de selección de histriones para publicidad televisiva pero que
piensa que participar en una telenovela es una oportunidad
inmejorable. Sólo que su productora, es decir su jefa en potencia,
antes de darle la chamba le pone una prueba: tiene que seducir a su
ex novio, el millonario Santiago (Mauricio Ochmann), con intenciones
que van de lo poco claras a la inverosimilitud y de ahí a la
estupidez evidente.
Y es que María Laura, en su crisis de empleo remunerado, varias
veces ha trabajado para novias celosas a cuyas parejas seduce y pone
en evidencia en los momentos previos al coito. Pero con Santiago las
cosas no salen como están planeadas. El empresario tequilero no se
le avienta como fiera en celo y entre los dos va surgiendo una
atracción que se convierte increíblemente en amor.
El modelo de comedia en A la mala (Dirección: Pedro Pablo Ibarra.
País: México. Año: 2015) es el hollywoodense, uno de los pocos
espacios en el cine del siglo XX donde la mujer adquirió una
relevancia como personaje activo y no sólo fue la víctima que debía
ser rescatada por el héroe masculino. De ello se infiere que lo más
importante en este tipo de historias son los personajes. Vamos a
analizarlos.
“Mala” Medina es una actriz con formación profesional y economía
precaria. Comparte su departamento con una amiga y entre trabajo y
trabajo por los que recibe pago se dedica, no sin ciertos reparos
éticos, a labores de seducción tramposas y redituables. Nosotros
los espectadores no tenemos claro si hay una motivación psicosocial
relevante que la lleva a realizar esas actividades, algo así como
querer ser la vengadora del club de las mujeres engañadas. Suponemos
entonces que su motivación es sobre todo económica.
Cabe preguntarse entonces si A la mala es una película de crítica
social, si acaso escarba en la inestable vida laboral de una
generación capaz de hacer a un lado cualquier prurito ético con tal
de llevar el pan a la mesa. No, definitivamente esta película no es
de esas. Más bien se regodea en los padecimientos sentimentales de
los personajes. Ejemplo de esa situación es la escena donde Mala
abraza las llantas del coche de Santiago como el único recuerdo que
queda de su amor.
Me imagino al director y al guionista diciendo: si es divertido ver a
Woody Allen añorando a la mujer amada cuando huele una pierna de
pollo que le ha dado para que cene solo en su casa en su fragmento de
Historias de Nueva York (Título original: New York Stories.
Woody Allen, Francis Ford Coppola y Martin Scorsese. Estados Unidos.
1989.), entonces: ¿por qué no va a ser divertido ver a Aislinn
Derbez en su cama abrazando unos neumáticos Michelin?
La pregunta se responde cuando, analizando la película de Allen,
queda claro que el absurdo juega un papel clave en su concepción y
realización como una crítica a la racionalidad que se ausenta
absolutamente en A la mala, la cual es una película que no tiene
nada que decir, que carece de un argumento a demostrar, cuya
profundidad es igual a cero o, si tenía algo que comentar, confunde
por su mala realización.
Para Pedro Pablo Ibarra lo importante es soltar rápido diálogos
supuestamente inteligentes y chistosos, sobre todo los de los actores
de reparto, al grado de que su dirección le imprime a A la mala un
ritmo irregular que va de lo vomitivo a lo lerdo, ya que tampoco es
muy eficiente, como lo demuestra la escena del clímax donde Derbez
canta un gran éxito de Timbiriche (Tú y yo somos uno mismo) que
resulta una tortura para el espectador con capacidades auditivas
medianas.
El personaje de Santiago es aún más desconcertante, en la medida de
que ello sea posible, que el de “Mala” Medina. El guión (de IssaLópez y Ari Rosen) se da tiempo para trazarlo con más detalles que
tampoco son muy lógicos: Santiago es un millonario, heredero de una
marca de Tequila, apasionado de la música clásica, solitario e
instruido, con una relación no resuelta con su padre, pedante y
acartonado al momento de estar en pantalla.
Esto último se entiende
por la elección de Ochmann (actor de telenovelas y de teatro ligero
mayormente) para interpretarlo. No queda claro que algo positivo
aporte al personaje más allá de una cara bonita.
En cuanto a las motivaciones del personaje puedo decir que, luego de
una semana de haber visto A la mala, no acabo de entender por qué
Santiago se enamora de María Laura quien está completamente alejada
de sus intereses ya sean literarios, musicales o empresariales.
Se
podría justificar por una fuerte atracción física (cosa improbable
cuando Aislinn Derbez hace el papel) o por que él descubre en ella
valores trascendentales cuando va a ver una obra de teatro donde ella
sale vestida, no sé si de dragón o de espárrago. Lo cierto es que
su encuentro y su seducción son bastante torpes e inverosímiles.
Quizá por ello la prensa del corazón ha publicitado el romance quelos actores mantienen en la realidad.
A fin de cuentas Santiago resulta ser un macho sensible, detentador
del poder económico, filántropo engreído, egoísta en lo sexual,
payaso en su pseudo intelectualidad, creado con intención de redimir
a una generación de mirreyes pero que carece de verosimilitud o de
profundidad sociológica.
A fin de cuentas, por su posición de hombre y de millonario, tiene
el poder de decidir sobre Mala al momento de perdonarla. El espacio
de poder femenino de ella se derrumba (en el improbable caso de que
se haya erigido en algún momento) y con ello se va a contra
corriente de lo mejor del género hollywoodense de la comedia
romántica.
Otra de las cosas que resultan desesperantes al principio y
aburridísimas al final es la incansable sucesión de cameos de
figuras televisivas, que van desde la breve aparición del padre de
la protagonista (Eugenio Derbez) hasta la extendida intervención de
Facundo Gómez Brueda, que por cierto no termina de convencer de que
es actor al espectador promedio, ya no digamos al especializado.
Se puede explicar este recurso como una manera de ligar la película
a la televisión y con ello lograr una taquilla más abultada. Es
decir, como un estricto cálculo comercial, el cual parece haber sido
el pivote de la realización, algo que por si no es malo, pero que no
garantiza para nada calidad fílmica.
Es como el caso de Transformers: La era de la extinción
(Transformers: Age of Extinction. Michael Bay. Estados Unidos y
China. 2014) que por el hecho de ser una película muy exitosa no
deja de ser uno de los peores filmes del año pasado. Lo mismo puede
pasarle a A la mala, aunque aún es muy pronto para prever lo que nos
pueden ofrecer juntas las áreas cinematográficas de las más
importantes televisoras de México: Televisa y Televisión Azteca.
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