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lunes, 26 de enero de 2015

Tan negro como el carbón


Tan negro como el carbón (Título original: Bai ri yan huo. Dirección: Diao Yinan. País: China. Año: 2014) juega con los géneros cinematográficos, los trastoca mediante una estructura narrativa poco convencional y de paso se asoma a la fealdad de la vida en la economía más exitosa del orbe.
La película obtuvo dos reconocimientos importantes en la edición 2014 del festival de Berlín: el Oso de Oro por mejor película a su director y el de plata para el protagonista, Liao Fan, quien interpreta a Zhang Zili, un nada glamuroso policía que vive una dura crisis emocional.
La anécdota se desarrolla en dos crudos inviernos chinos. En el primero de ellos, el de 1999, aparece un cuerpo destazado. Sus partes llegan, de manera misteriosa, a varias estaciones de repartición de carbón donde son parcialmente recuperadas. Al mismo tiempo tiempo, Zhang Zili termina su matrimonio con una sesión de sexo post – divorcio y una despedida patética en la estación del tren.
5 años después el crimen sigue sin resolverse, Zhang ha abandonado el cuerpo de policía, le han robado su motocicleta y se enfrenta a la posibilidad de solucionar el misterio del descuartizado o de volver a encontrar el amor. El personaje vivirá la mayor parte del tiempo en este debate.
Se trata de un film genérico, que responde a las convenciones tanto del policíaco como del cine negro. Del primero adopta el modelo de la investigación: hay un crimen cometido y seguimos a alguien que trata de solucionarlo. Pero también, como en el cine negro, el director y guionista nos presenta algo de lo peor del alma humana. Todos los personajes en potencia son abusadores y responden a esquemas del film noir: la mujer fatal, el policía corrupto, el empresario perverso y el asesino enamorado.
Además el entorno de la historia que narra resulta socialmente devastado, básicamente feo e inhóspito no sólo por el frío, sino por la desesperación y la desesperanza con la que deambulan la gente que vive en uno de las economías más poderosas del orbe, pero cuyas riquezas no son compartidas por sus habitantes, específicamente los de la clase media. China resulta tan fea como cualquier país comunista e inhumana como la mayor nación capitalista de este siglo que vivimos.
El guión de la película sugiere una narrativa distinta a lo que acostumbra el cine de Hollywood, a pesar de su adscripción a dos géneros muy importantes en la cinematografía estadounidense. Si bien la trama es guiada por la pesquisa policiaca, la construcción del personaje principal no nos permite tener claras sus motivaciones.
Por un lado el antaño policía, hoy guardia deprimido, mantiene vínculos solidarios con sus excompañeros y parece que quisiera recuperar su prestigio ante los miembros de su gremio. Pero también parece ansiar el amor de una mujer, quizá hasta sustituir a su exesposa. Pero los espectadores no lo tenemos claro.
En este ir y venir, la narrativa del filme se permite disgregar al grado que llega a presentar dos posibles finales, ambos contradictorios a nivel de la psicología del personaje, pero los dos interesantísimos. El primero es una escena irónica – tarantiniana, donde el personaje se transforma en una especie de John Travolta en Tiempos violentos (Pulp Fiction. Quentin Tarantino. Estados Unidos. 1994) y el segundo, cuenta con un lirismo salvaje al estilo de Takeshi Kitano en Fuegos artificiales (Hana-bi. Takeshi Kitano. Japón. 1997).
Tan negro como el carbón también destaca el trabajo del cinefotógrafo Dong Jinsong y la música de Zi Wen, que aportan en el momento preciso emoción y poesía, el primero de ellos trabajando con luces de color amarillo, rojo y azul poco convencionales pero perfectamente justificadas, que dan un poco de vida al frío y feo entorno urbano donde se desarrolla la historia. Y el segundo, con notas melancólicas que nos trasladan al vacío interior del protagonista.

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