Relatos salvajes (Dirección: Damián Szifrón. Coproducción de
Argentina y España. Año: 2014) es la película más exitosa del
cine argentino en su país natal, donde acumuló más de 20 semanas en cartelera. Actualmente se encuentra en la preselección para las
nominaciones al Oscar por mejor película en habla no inglesa. En San
Luis Potosí apenas sobrevivió a la primera semana y actualmente se
proyecta en una sola sala y con un solo horario posterior a las 10 de
la noche. Verla implica salir del cine casi a la una de la mañana.
¿Vale la pena hacer el esfuerzo? Sí.
Se trata de una producción por todo lo alto donde están
involucrados los hermanos Pedro y Agustín Almodóvar. Incluye en su
reparto a los actores argentinos más conocidos a nivel global.
Menciono sólo a dos: Darío Grandinetti (Hable con ella. Pedro
Almodóvar. España. 2002 y El lado oscuro del corazón. Eliseo
Subiela. Argentina. 1992) y Ricardo Darín (protagonista de dos
películas de Juan José Campanella: El secreto de sus ojos de 2009 y
El hijo de la novia de 2002. Ambas coproducciones hispano
argentinas).
Los valores de producción están fuera de toda duda: basta ver el
primero de los Relatos salvajes que presenta un drama en un avión y
que tiene una serie de méritos técnicos muy interesantes
relacionados con el cambio de exposiciones entre interiores y
exteriores para permitir movimientos de cámara que construyen la
dinámica espacio temporal de la escena.
Al final de un plano vemos al personaje de Salgado (Grandinetti)
cerrando el compartimiento de equipaje antes del despegue de la
aeronave. La cámara está ubicada dentro del maletero y al cerrarse
la pantalla se oscurece completamente. En el siguiente plano vemos un
paisaje urbano visto desde las alturas. La cámara retrocede, poco a
poco el paisaje se va sobre exponiendo y la imagen se ajusta para ver
nítidamente el interior del avión, donde una guapa pasajera (María
Marull) lee una revista.
Ese procedimiento, en apariencia relativamente sencillo pero con
implicaciones técnicas interesantes que seguramente pasan por la
manipulación digital de la imagen, nos deja claro que el tiempo ha
pasado en la misma escena y que el avión ya no está en la pista,
sino que ha despegado. Es muestra de una articulación de lenguaje
cinematográfico bien logrado por parte de Damián Szifrón.
El guión de Relatos salvajes (autoría del mismo director) se divide
en varios fragmentos que logran su unidad por el tema y el tono que
sostienen. En cada uno de los segmentos (que funcionarían
perfectamente a nivel individual como cortometrajes) hay una serie de
personajes aparentemente cotidianos pero realmente al borde de un
estallido de violencia que los alejará de su estado de civilidad y
los volverá salvajes, como los animales que aparecen en la secuencia
de créditos.
El tono siempre es de comedia con tinte absolutamente oscuro, de ese
que nos obliga a los espectadores a reír de lo que no debiéramos.
Esa risa no es provocada por el escarnio que el director y guionista
pudieran hacer de víctimas y victimarios, sino de las explicaciones
que los personajes tratan de dar a la violencia. En el segmento
“Bombita” un ciudadano hiperfrustrado se vuelve héroe cívico y
en “El más fuerte” dos rivales sin razones de peso para serlo
terminan como si fueran amantes. Para Damián Szifrón mostrar la
violencia no es cosa de risa. Explicarla sí por que nos trasciende
como individuos civilizados y por lo tanto está más allá de la
lógica y la razón.
Tratando de encontrar un filo crítico en estos apuntes, señalaría
que quizá la película llega a agotarse en su último episodio,
“Hasta que la muerte nos separe”. Pero haciendo un recuento más
objetivo recuerdo que tiene bastantes aciertos fílmicos, como la
escena de la azotea, filmada contra un cielo relampagueante
verdaderamente hermoso y significativo. Quizá para esa hora la
desvelada ya estaba haciendo estragos en mis capacidades cinéfilas.
En más de una ocasión Damián Szifrón pega nuestro punto de vista
a objetos en movimiento para filmar sus Relatos salvajes. Simón
(Darín) estaciona su coche en un lugar prohibido y la cámara va
pegada a la punta del vehículo, para que nunca lo dejemos de ver
(aunque sea fragmentariamente) y seamos testigos de como aparece la
pinta amarilla en la banqueta, que los avezados en códigos de
tránsito saben que significa que está prohibido aparcarse. En
“Hasta que la muerte nos separe” la novia pasa de una cocina a un
pasillo y la cámara se mantiene pegada a la ventana de la puerta,
permitiéndonos ver primero un espacio y después otro.
La cámara sujeta a objetos en movimiento la entiendo como
representación de la fuerza irracional de la violencia que empuja a
los personajes y somete sus voluntades, por más civilizadas que
sean, haciéndolos transitar a un estadio de salvajismo del que no
pueden escapar, como lo haría el pintor Francisco de Goya en “Duelo
a garrotazos”, que forma parte de su obra negra, y que nos deja la
sensación de que el conflicto no terminará hasta que alguno de los
personajes muera o ello le ocurra a ambos, ya que los dos están
armados e inmovilizados. Así me sentí, sobre todo, cuando ví el
segmento “El más fuerte”, quizá el más loco y el mejor de toda
la película.
Duelo a garrotazos. Francisco de Goya y Lucientes c. 1820 - 1823. Museo del Prado en Madrid, España |
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