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lunes, 19 de enero de 2015

Dos días, una noche


Dos días, una noche (Título original: Deux jours, une nuit. Dirección: Jean-Pierre y Luc Dardenne. Coproducción de Bélgica, Francia e Italia. Año: 2014) es una película que parece filmada con un aparato de rayos X en lugar de una cámara ya que ofrece una radiografía de la crisis global del desempleo y deja ver las mermas más profundas que produce, las que minan la mente, el corazón y el alma humanos.
La película, que llega a la 57 Muestra Internacional de Cine con 23 premios internacionales, es estrenó el año pasado en el Festival de Cannes (en su sección en competencia) y su protagonista, Marion Cotillard, ha sido nominada por segunda vez al Oscar. En 2008 ya se hizo de la estatuilla por su interpretación de la cantante Edith Piaf en La vida en rosa (La môme. Olivier Dahan. Francia, Reino Unido y República Checa. 2007). Sobre los hombros de la actriz descansan gran parte de los numerosos méritos del film.
Dos días, una noche narra la historia de Sandra, una obrera que está a punto de ser despedida. Si quiere evitarlo debe convencer a sus compañeros de trabajo de que renuncien a un bono de mil euros. La película se convierte en un recorrido, al lado de la protagonista encarnada por Cotillard, por los barrios de trabajadores en Bélgica buscando ese improbable apoyo.
El recorrido dura 2 días que simbólicamente se convierten en una sola noche, ya que la protagonista debe luchar contra el egoísmo de sus compañeros, la manipulación de los patrones y, lo más importante, contra su propia depresión; en el ámbito de una crisis económica generalizada que justifica como nunca la ausencia de solidaridad en los individuos.
Dos días, una noche se convierte en el retrato de una clase trabajadora que no está segura de nada. Ni de la capacidad de los individuos que la conforman ni de su capacidad para organizarse. A fin de cuentas todos los personajes tienen un motivo bien válido para no renunciar a su bono: hay que pagar colegiaturas, ampliar la casa, pagar el gas o, simplemente, llegar a fin de mes.
Los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, cuyos primeros trabajos son de cine documental, desnudan su trabajo y lo presentan sin artificios, aunque un análisis mínimo permite ver lo complejo de su propuesta fílmica. Dos días, una noche se aleja de cualquier pretensión manipulación sentimental de los espectadores. Por ejemplo, la música está ausente hasta de la secuencia de créditos finales. Unos de los escasos momentos donde la escuchamos es cuando los personajes la oyen en el radio.
El trabajo del cinefotógrafo Alain Marcoen consiste en dejar sentir el paso del tiempo con cambios de luz realistas y sencillos. La misma condición atmosférica en Bélgica no permite contrastes mayores pero, sobre todo en los planos al interior de los coches, Marcoen expresa el avance de las horas manipulando diversos grados de compensación de la imagen.
Además los encuadres son precisos y expresivos, están puestos para subrayar no sólo la acción, sino la posición ética de los realizadores, que no conciben la desesperación de Sandra como un espectáculo y optan por la mesura y hasta por la aparente frialdad que termina por negarle a las cosas una belleza que no tienen. Hay ocasiones, algunas muy dramáticas, en el que la cámara se queda lejos, como si no quisiera entrar al recinto de la intimidad de los personajes.
La aparente sencillez del guión, escrito por los mismos directores, se basa en un modelo de repeticiones y de variaciones, se vuelve un juego creativo para encontrar las posibilidades dramáticas de una misma situación. Sandra debe ir de una casa, de una calle y de un barrio a otro para juntar los nueve votos que le permitirán mantener su trabajo. Debe asomarse, sin voluntad, a los dramas (pequeños, cotidianos) que se van manifestando en cada hogar por la crisis económica. Como si fuera una versión del conductor de La carreta fantasma (Körkarlen. Victor Sjöström. Suecia. 1921) debe ser testigo de la devastación humana en momentos de terribles.
Cada ocasión será distinta, cada familia sufre de una manera diferente, cada persona reacciona de manera particular a los mismos estímulos. Algunos llegan a la violencia fratricida, otros se derrumban por la culpa y hay quien sabe que debe apelar a los valores de su religión en contra de lo que el sentido común le dicta. Se trata de una exposición prismática de un mismo asunto, de un conflicto que a ningún personaje (y por ende al espectador) puede dejar indiferente.
Como en todos los modelos dramáticos basados en el viaje el asunto central se vuelve interno: la verdadera transformación no ocurre por la acumulación de kilómetros (en Dos días, una noche se recorren relativamente pocos) pero se ven muchos aspectos del género humano. Mirar a los otros, para Sandra, implica un proceso de entenderse a sí misma y le da los elementos para afrontar la decisión final, que es donde radica todo el conflicto moral de la película.
Otro asunto interesante, relacionado con el guión, es contar con uno de los personajes más odiosos del cine de los últimos años, que además no aparece más que escasos minutos en pantalla. Del capataz Jean Marc se habla casi toda la película. Su presencia agobia sin que lo conozcamos.
Cuando lo vemos finalmente interpretado por Olivier Gourmet nos damos cuenta de su insignificancia física pero nos sorprende su reacción: ya que hemos visto lo vivido por Sandra, él - ignorante y cruel - sólo atina a decirle que “a creado un mal ambiente de trabajo”. He aquí un símbolo de los tiempos, el del agente de la explotación que actúa como si fuera el dueño del medio producción o, incluso, se apropia de su rol de manera hasta más apasionada que los mismos propietarios.
Marion Cotillard muestra en Dos días, una noche extraordinaria capacidad para el uso del lenguaje del cuerpo. El agobio continuo y creciente de Sandra se va reflejando en lo trastabillante de sus pasos - cada vez más inseguros - y en su espalda que va decayendo ante el peso de la circunstancia.
Cotillard es de esas actrices que no requieren trucos. No lleva más maquillaje que el que se necesita para llorar. Usa la ropa más sencilla posible. Jamás se despega del modelo que le proporciona cualquier mujer joven que cruce por una calle en Bruselas. Pero tiene un par de ojos que se ubican entre los más expresivos del cine mundial y con ellos le basta para mantener la tensión y el interés en la película.
El filme de los Dardenne remite a un asunto muy complejo y que está haciendo crisis en la economía a nivel global. Los trabajadores hemos perdido logros colectivos. A lo único que aspiramos es a obtener estímulos individuales y fluctuantes. Empresarios y administradores aprovechan esto para fomentar un ímpetu egoísta que para resultar práctico debe de estar por encima de los preceptos de la moral laica o religiosa.
Pero los Dardenne saben que hay otros demonios, los internos, que son capaces de devorar las almas en largas noches oscuras que se extienden más allá del amanecer y durante varias jornadas. También saben que cuando se libran esas batallas no importa tanto el triunfo como el combate, que es aquello que muestran sin aspavientos en Dos días, una noche y que los vuelve representantes de lo mejor del cine mundial por ser exploradores de lo humano en tiempos inhumanos.

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