Dos días, una noche (Título original: Deux jours, une nuit.
Dirección: Jean-Pierre y Luc Dardenne. Coproducción de Bélgica,
Francia e Italia. Año: 2014) es una película que parece filmada con
un aparato de rayos X en lugar de una cámara ya que ofrece una
radiografía de la crisis global del desempleo y deja ver las mermas
más profundas que produce, las que minan la mente, el corazón y el
alma humanos.
La película, que llega a la 57 Muestra Internacional de Cine con 23
premios internacionales, es estrenó el año pasado en el Festival de
Cannes (en su sección en competencia) y su protagonista, Marion
Cotillard, ha sido nominada por segunda vez al Oscar. En 2008 ya se
hizo de la estatuilla por su interpretación de la cantante Edith
Piaf en La vida en rosa (La môme. Olivier Dahan. Francia,
Reino Unido y República Checa. 2007). Sobre los hombros de la actriz
descansan gran parte de los numerosos méritos del film.
Dos días, una noche narra la historia de Sandra, una obrera
que está a punto de ser despedida. Si quiere evitarlo debe convencer
a sus compañeros de trabajo de que renuncien a un bono de mil euros.
La película se convierte en un recorrido, al lado de la protagonista
encarnada por Cotillard, por los barrios de trabajadores en Bélgica
buscando ese improbable apoyo.
El recorrido dura 2 días que simbólicamente se convierten en una
sola noche, ya que la protagonista debe luchar contra el egoísmo de
sus compañeros, la manipulación de los patrones y, lo más
importante, contra su propia depresión; en el ámbito de una crisis
económica generalizada que justifica como nunca la ausencia de
solidaridad en los individuos.
Dos días, una noche se convierte en el retrato de una clase
trabajadora que no está segura de nada. Ni de la capacidad de los
individuos que la conforman ni de su capacidad para organizarse. A
fin de cuentas todos los personajes tienen un motivo bien válido
para no renunciar a su bono: hay que pagar colegiaturas, ampliar la
casa, pagar el gas o, simplemente, llegar a fin de mes.
Los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, cuyos primeros trabajos son
de cine documental, desnudan su trabajo y lo presentan sin
artificios, aunque un análisis mínimo permite ver lo complejo de su
propuesta fílmica. Dos días, una noche se
aleja de cualquier pretensión manipulación
sentimental
de los espectadores. Por ejemplo, la música está ausente hasta de
la secuencia de créditos finales. Unos
de los escasos momentos donde la
escuchamos es cuando
los personajes la oyen en el radio.
El trabajo del cinefotógrafo Alain
Marcoen consiste en
dejar sentir el paso del tiempo con cambios de luz realistas y
sencillos. La misma condición atmosférica en Bélgica no permite
contrastes mayores pero, sobre todo en los planos
al interior de los coches,
Marcoen expresa
el avance de las horas manipulando
diversos grados de compensación de la imagen.
Además los encuadres son precisos y
expresivos, están puestos para subrayar no sólo la acción, sino la
posición ética de los realizadores, que no conciben la
desesperación de Sandra como un espectáculo y optan por la mesura y
hasta por
la aparente
frialdad que termina por negarle a las cosas una belleza que no
tienen. Hay ocasiones,
algunas muy dramáticas,
en el que la cámara se queda lejos, como si no quisiera entrar al
recinto de la intimidad de los personajes.
La aparente sencillez del guión, escrito por los mismos directores,
se basa en un modelo de repeticiones y de variaciones, se vuelve un
juego creativo para encontrar las posibilidades dramáticas de una
misma situación. Sandra debe ir de una casa, de una calle y de un
barrio a otro para juntar los nueve votos que le permitirán mantener
su trabajo. Debe asomarse, sin voluntad, a los dramas (pequeños,
cotidianos) que se van manifestando en cada hogar por la crisis
económica. Como si fuera una versión del conductor de La carreta
fantasma (Körkarlen. Victor Sjöström. Suecia. 1921) debe ser
testigo de la devastación humana en momentos de terribles.
Cada ocasión será distinta, cada familia sufre de una manera
diferente, cada persona reacciona de manera particular a los mismos
estímulos. Algunos llegan a la violencia fratricida, otros se
derrumban por la culpa y hay quien sabe que debe apelar a los valores
de su religión en contra de lo que el sentido común le dicta. Se
trata de una exposición prismática de un mismo asunto, de un
conflicto que a ningún personaje (y por ende al espectador) puede
dejar indiferente.
Como en todos los modelos dramáticos basados en el viaje el asunto
central se vuelve interno: la verdadera transformación no ocurre por
la acumulación de kilómetros (en Dos días, una noche se
recorren relativamente pocos) pero se ven muchos aspectos del género
humano. Mirar a los otros, para Sandra, implica un proceso de
entenderse a sí misma y le da los elementos para afrontar la
decisión final, que es donde radica todo el conflicto moral de la
película.
Otro asunto interesante, relacionado con el guión, es contar con uno
de los personajes más odiosos del cine de los últimos años, que
además no aparece más que escasos minutos en pantalla. Del capataz
Jean Marc se habla casi toda la película. Su presencia agobia sin
que lo conozcamos.
Cuando lo vemos finalmente interpretado por Olivier Gourmet nos damos
cuenta de su insignificancia física pero nos sorprende su reacción:
ya que hemos visto lo vivido por Sandra, él - ignorante y cruel -
sólo atina a decirle que “a creado un mal ambiente de trabajo”.
He aquí un símbolo de los tiempos, el del agente de la explotación
que actúa como si fuera el dueño del medio producción o, incluso,
se apropia de su rol de manera hasta más apasionada que los mismos
propietarios.
Marion Cotillard muestra
en Dos días, una noche
extraordinaria capacidad para el uso del lenguaje del cuerpo. El
agobio continuo y creciente de Sandra se va reflejando en lo
trastabillante de sus pasos - cada vez más inseguros - y en su
espalda que va decayendo ante el peso de la circunstancia.
Cotillard es de esas actrices que no requieren trucos. No lleva más
maquillaje que el que se necesita para llorar. Usa la ropa más
sencilla posible. Jamás se despega del modelo que le proporciona
cualquier mujer joven que cruce por una calle en Bruselas. Pero tiene
un par de ojos que se ubican entre los más expresivos del cine
mundial y con ellos le basta para mantener la tensión y el interés
en la película.
El filme de los Dardenne
remite a un asunto muy
complejo y que está haciendo crisis en la economía a nivel global.
Los trabajadores hemos perdido logros colectivos. A lo único que
aspiramos es a obtener estímulos individuales y fluctuantes.
Empresarios y administradores aprovechan esto para fomentar un ímpetu
egoísta que para resultar práctico debe de estar por encima de los
preceptos de la moral laica o religiosa.
Pero los Dardenne
saben que hay otros demonios,
los internos, que son capaces de devorar las almas en largas noches
oscuras que se extienden más allá del amanecer y durante varias
jornadas. También saben que cuando se libran esas batallas no
importa tanto el triunfo como el combate, que es aquello que muestran
sin aspavientos en Dos días, una noche
y que los vuelve representantes de lo mejor del cine mundial por ser
exploradores de lo humano en tiempos inhumanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario