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miércoles, 25 de febrero de 2015

Cincuenta sombras de Grey


Cincuenta sombras de Grey (Título original: Fifty Shades of Grey. Dirección: Sam Taylor-Johnson. Coproducción de Canada y Estados Unidos. Año: 2015) es de esas películas sobre las que uno puede ensañarse sin mortificaciones. Es un producto estrictamente surgido de un proyecto comercial que, con una crítica negativa, no perderá ni uno de sus posibles espectadores. Señalar sus defectos (múltiples), su falta de imaginación (insondable) y denunciar su punto de vista (ultraconservador) no va a cambiarle a nadie la vida para mal.
Como es sabido, es la adaptación de un bestseller firmado por E.L. James que, gracias a una campaña de mercadotecnia, ha despertado un morbo tal que ha contagiado la agenda de los medios de comunicación y de las conversaciones cotidianas.
El encuentro entre el magnate de tendencias sádicas y aspecto metrosexual Christian Grey (Jamie Dornan) y la estudiante de letras virgen y desaliñada Anastasia Steele (Dakota Johnson) se anuncia como candente y resulta completamente anticlimático, carente de fuerza, sentido o simpatía.
El interés de la historia debería radicar en responder la siguiente pregunta: ¿una chica “normal” y enamorada debería acceder a proposiciones sexuales extremas? Pero es tan largo el estira y el afloja entre la virgen y el sádico que la trama llena de momentos flojos: el viaje en helicóptero, el recorrido por el bosque, la visita a Georgia, etcétera. Entre los momentos fallidos destaca el primer encuentro, cuando ella entra a la oficina y literalmente cae a los pies de quien aspira a ser su dominador. La planificación y resolución de la escena le debería producir pena a la directora Sam Taylor-Johnson.
Además las motivaciones de los personajes son tan poco convincentes, sobre todo las de Christian Grey / Jamie Dornan que, para explicarlas, hace una de las escenas más ridículas de los últimos tiempos, aquella en la que le habla a su novia dormida y le dice que de niño era muy pobre y que su mamá no lo quería.
A eso hay que aunarle la mala elección del reparto: cuesta trabajo creer en la heterosexualidad de Jamie Dornan más cuando se le ve de perfil y Dakota Johnson es tan expresiva que, con ropa, parece un costal de papas aventado al piso. Y sin ella es aún peor. El avance de las dos horas con cinco que dura la proyección se vuelve un suplicio.
Las escenas de sexo están filmadas sin ninguna fuerza ni originalidad, el cuarto de juegos en ningún momento resulta ni inquietante ni amenazador a fuerza de estilizarse en exceso y resultar demasiado entiséptico. La directora opta por utilizar planos cerrados que deberían sugerir lo que no se ve cuando realmente uno se pregunta: ¿por qué no vemos nada?
Podemos suponer que parte del cálculo mercadológico de Cincuenta sombras de Grey era que la película no ofendiera a nadie, asunto complejo tomando en cuenta que el erotismo en su mejor representación siempre es subversivo. El resultado es un filme de una noñez suprema, descafeinado, aburrido, pretencioso y desfasado.
Podría ser interesante un auténtico estudio sobre las prácticas extremas de dominación y sumisión en el sexo actual o un comentario sobre las similitudes del masoquismo y el capitalismo. No hay nada de eso. De hecho no hay nada que ver. Cincuenta sombras de Grey es la historia de un amor que se acaba a la primera tanda de cinturonazos.

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