Translate

martes, 3 de febrero de 2015

Las Oscuras Primaveras

Una de las ventajas de ir seguido al cine es que se pueden encontrar tendencias tanto temáticas como estilísticas en el cine contemporáneo. Mi último hallazgo es el de una capitulación generacional en la ardua batalla de criar a la progenie. Los jóvenes adultos en las películas de los últimos tiempos se sienten abrumados o peor aún contrariados por la obligación impuesta y la incapacidad aceptada de mantener, educar y convivir con sus hijos.
Abundan en esta temática películas como la canadiense Mommy (Dirección: Xavier Dolan. Año: 2014), la cubana Conducta (Ernesto Daranas. 2014) y las mexicanas Güeros (Alonso Ruiz Palacios. 2014) y Las Oscuras Primaveras (Ernesto Contreras. 2014). Las diferencias en sus enfoques merecen comentario aparte y un esfuerzo comparativo que de momento tendré que postergar.
Pero la confluencia temática ahí está, cuestionando los modelos tradicionales de la representación fílmica de la familia, la mujer y la madre, tan apreciadas en el cine de otra época cuando se relacionaban con el sacrificio y el autoritarismo de las cabecitas blancas estilo Sara García, representando a la madre sacrificada, casi santificada, intocable e incorruptible. La maternidad hoy es otra cosa. Se le quiere usar como sostén de familias mutables, diversas y constantemente cambiantes. El ser madre es una actividad sujeta a tensiones sociales y confrontada abiertamente con las necesidades individuales.
Las Oscuras Primaveras, tercer largometraje de su director Ernesto Contreras, está estructurado a partir del modelo del triángulo amoroso y pasional. Igor (José María Yazpik) se encuentra en transición. Su matrimonio con Flora (Cecilia Suárez) fluctúa entre la rutina y las carencias financieras y sexuales. Eso quizá hubiera sido llevadero si no es por la aparición de Pina (Irene Azuela), una oficinista divorciada que lo busca en las entrañas del edificio donde trabaja y lo encuentra en el incontrolable deseo sexual que despierta.
Cómo ya lo había hecho en su ópera prima, Párpados Azules (País: México. 2007), Ernesto Contreras ubica su film en un Distrito Federal decadente, atrapado en el pasado de tecnologías obsoletas como la fotocopiadora, en espacios sin vida como sus oficinas y en departamentos que sus personajes tratan de llenar de calor con algo que pueda ser similar a la convivencia, la complementariedad y el amor. En su periplo por la ciudad se encuentran con un hotel de paso y con el hecho de que su naturaleza es más oscura de lo que ellos mismos creían.
El guión de Las Oscuras Primaveras (obra también de Contreras) construye una narrativa no concluyente, que difumina el destino de los personajes que, al terminar la película, deberán seguir viviendo con sus culpas, faltas y deseos potencialmente irrefrenables. Eso quizá sea frustrante para el espectador promedio de las salas comerciales, pero está justificado porque los temas que aborda están vivos en nuestro momento histórico y son problemas no resueltos en estos días.
En la parte generalmente considerada técnica (pero donde reside la capacidad expresiva de las películas) resalta la construcción de un ambiente de invierno tardío por parte del cinefotógrafo Tonatiúh Martínez, que trabaja con una gran disciplina lumínica en interiores (al borde de la subexposición) pero sobre todo en exteriores. La luz de las calles, los parques y la que entra por las ventanas siempre tiene una tonalidad gris, filtrada por nubes que, como sabrá cualquiera que haya querido hacer una película en continuidad lumínica, son elementos volátiles e impredecibles y más en nuestro país tan cerca del trópico, tan tierra del sol finalmente.
Por otra parte, el sonidista Enrique Ojeda vuelve (como ya los había hecho en Párpados... ) a aislar a los personajes del ruido de la ciudad, permitiendo construir espacios que más allá de lo físico tienden a lo mental, a la introspección, a la vida íntima de los pensamientos que tenemos en las soledades buscadas (Igor en la ducha del centro deportivo), deseadas (Pina desnuda en su habitación) y temidas (Flora en su departamento). Esto tampoco es un asunto sencillo de resolver en una ciudad tan ruidosa como la capital mexicana y, por lo tanto, se vuelve meritorio.
Otro de los aciertos de Las Oscuras Primaveras es la selección y la dirección de actores, varios de ellos ya reconocidos en el ámbito del cine mexicano. Cecilia Suárez es sin duda una de nuestras mejores actrices, capaz de dotar de extravagancia a personajes que otras hubieran aplanado o achatado. Flora tiene una multidimensionalidad extraordinaria: es la esposa trabajadora, honesta, luchona, ahorradora y solidaria.
Pero más allá de los arrebatos de su personaje, Cecilia Suárez no le da jamás un aire de mártir. Al contrario. Le imprime un toque repulsivo que cuestiona la posible compasión que nos podría despertar. Esto tiene que ver con la forma en que mira, con sus desplazamientos a punto de la ruptura, con la elección de su vestimenta que la cubren de manera excesiva y le remueven su erotismo.
Por el contrario, la elección de José María Yazpik (como Igor) y de Irene Azuela (como Pina) está hecha de forma tal que anticipa los momentos donde nada ocultarán frente a la cámara. Tienen físicos vitales y esplendorosos que muestran a toda luz, aunque no se animen con un desnudo frontal masculino. Son finalmente animales fuertes, víctimas y victimarios de y en su relación extramarital.
Complementan el elenco una vecina senecta, cuya decrepitud es fundamental y que está perfectamente transmitida por el gesto siempre oportuno de Margarita Sanz y un niño capaz de chantajear, manipular y de hacer finalmente su voluntad, perfectamente llevado por Hayden Meyenberg, que interpreta a Lorenzo, el hijo de Pina, que en la película está en proceso de descubrir su propia animalidad.
*
¿Cómo se viven los últimos días, crueles y fríos, de un invierno en el México de la perrada, es decir, en el país de aquellos que estamos lejos de las Casas Blancas e inmersos en la fragilidad evidente después de Tlataya y Ayotzipa?
Estos días se pasan en familia, como se hace desde antaño. Pero ya no en la gran familia mexicana, que es cosa del pasado irrecuperable. Más bien el tiempo transcurre en espacios pequeños, departamentales, donde la figura de la abuela es sustituida por la vecina quizá demasiado inconsciente de su debilidad.
Ahí (sobre)viven los núcleos familiares de la crisis continua con economías frágiles sustentadas en trabajos precarios. Son familias multiplicadas por los divorcios, que hacen de la inmadurez de las madres, enfrentada al chantaje de los hijos (empeñados en un egoísmo infantil previo a la conciencia plena) un campo de batalla sórdido, una guerra de trincheras emocional donde la derrota se paga con la castración.
Los espejos, como figura retórica, están presentes en los momentos de cambio de los personajes, sin que sean demasiado obvios. Confrontan las identidades que están a punto de cambiar, deforman cuando se alejan del canon impuesto a las mujeres, como cuando Pina se reflejan en el coche. Son una reiteración de que lo que buscan los está frente a ellos mismos cuando se miran.
Pero pronto llegará la primavera. El tiempo del instinto, sobre todo del sexual. Socialmente nos gusta y le vemos el lado positivo porque nos pensamos como seres racionales y civilizados que sobrellevamos nuestros deseos y les anteponemos las obligaciones.
Pero este pensamiento se sostiene en una falsedad. El instinto en Las Oscuras Primaveras determina más de lo que quisiéramos, subvierte los códigos morales e incontrolable mezcla sangre y semen, siguiendo la imagen de Octavio Paz.
En la escuela de Lorenzo se construye un mural para el festival de la primavera. Los colores y su contraste nos transmiten vida y alegría. Hay nubes, manos de niños, abejas: una representación optimista del fin del invierno. Pero el sol, que tiene ojos y nariz, no tiene boca sino un hocico torcido, una mandíbula animal capaz de devorar, de dar calor y de destruir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario