Nada me resulta más arduo que las películas como Resucitados
[Título original: The Lazarus Effect. Dirección: David Gelb. País:
Estados Unidos. Año: 2015]. Los filmes de horror, los thrillers
o “las películas de miedo” pertenecen a un género con formas y
contenidos bien definidos. Pedirle a una película de terror
originalidad absoluta carece de sentido. Y evaluarla por el efecto
que produce en el público es algo muy subjetivo.
El título original de Resucitados se
traduce literalmente como “El efecto Lázaro”. La referencia es
bíblica. En los evangelios se narra cómo Jesús trajo de entre los
muertos a su amigo Lázaro. Hay muchas interpretaciones de esta
historia. De momento me interesa señalar que esa operación, que
trasgrede las fronteras de la vida y la muerte, fue realizada por
dios hecho hombre.
Esta idea
está presente en la novela
Frankenstein o el moderno Prometeo escrita por Mary Shelley y publicada en 1918. La idea del científico
que es castigado por no respetar el tabú de la muerte acompaña a la
literatura desde hace casi 200 años y al cine prácticamente desde
su nacimiento (las
adaptaciones del - y las referencias al - mito de Frankenstein en la
pantalla fílmica son
numerosas. Aquí un artículo con una interesante perspectiva al
respecto).
Resucitados vuelve a
tratar este tema. Uno ya no sabe si esto ocurre por que a pesar del
tiempo sigue siendo pertinente o debido a la falta de imaginación de
los realizadores fílmicos. Lo cierto es que en esta película es la
ciencia médica, con su conocimiento adquirido de las glándulas y la
actividad cerebral, la que puede regresar de la muerte primero a
animales y después a personas.
Lo fascinante de los géneros
cinematográficos son las variaciones. Al igual que en el jazz los
cineastas pueden ser ejecutantes virtuosos capaces
de reconstruir piezas muy escuchadas dándoles
formas distintas construidas sobre su
estructura básica. Esta idea
la sugieren Martin Scorsese y Michael Henry Wilson en su libro Un recorrido personal por el cine norteamericano quienes
otorgan a
estas variaciones, cuando son
vistas a lo largo del tiempo,
el valor de ser testimonio de los cambios sociales.
Los médicos de
2015 en el filme Resucitados
se vuelven dioses. O al menos
eso es lo que creen. Y han de pagar por ello un precio altísimo. La
autosuficiencia con la que operan la tecnología deja de lado
aspectos del inconsciente que afloran cuando los hechos se
precipitan. Resucitados
insiste en imágenes de lo siniestro, de la culpa y la identidad
fragmentada, como en los planos en los que la protagonista
(interpretada por la bella Olivia
Wilde) se mira en el espejo tras la resurrección y ya no encuentra
su rostro.
David Gelb, el director de
Resucitados no sólo
actualiza tecnológicamente la trama del mito de Frankenstein, sino
que la mezcla con una concepción entre religiosa y científica sobre
el infierno que resulta bastante pesimista y ofrece las mejores
escenas de la película, como son las del incendio que
representa un infierno
individual con capacidad de expansión.
Como muchas otras películas
Resucitados mezcla
elementos de cine fantástico y ciencia ficción presentados con
una forma que pretende
debilitar la estabilidad emocional del espectador. Y es que en el
cine de terror no sólo sufren los personajes sino también los
espectadores, como bien dice Martin Rubin en su libro Thrillers.
Ahí es donde se vuelve más
compleja la evaluación. La misma escena que a un asistente a la
sala cinematográfica
lo paraliza de miedo al vecino de butaca lo puede obligar a
retorcerse de risa. Un parámetro (muy elemental y difícilmente
generalizable) es la
observación atenta en la medida de lo posible de las reacciones del
público. Resucitados tarda
un poco en someter al espectador en el rigor el miedo. El guión
comienza a producirlo de la mitad para adelante. Si uno no está en
una sala con un público ansioso y parlanchín eso no debería
generar problemas. También podría criticarse, a nivel narrativo,
que la historia se queda con algún cabo suelto, que al paso de las
horas uno termina por considerar no demasiado relevante.
Más importante me parece la buena
factura del film sobre todo al momento de iluminar los
escenarios. Los protagonistas
pasan la mayor parte del tiempo encerrados en un laboratorio que va
perdiendo sus fuentes de luz y eso le permite al cinefotógrafo
Michael Fimognari (el mismo de Oculus: el espejo siniestro
[Oculus. Mike Flanagan. Estados Unidos. 2013]) jugar con sombras y
bajas exposiciones de forma muy eficiente.
Pero entiendo que para otro público,
más expuesto al cine de terror no hollywoodense (como el japonés o
el coreano) o para seguidores de subgéneros verdaderamente
sangrientos y viscerales,
Resucitados puede
resultar demasiado condescendiente con las convenciones clásicas.
Lo que puedo decir es que la
película me resulta no del todo impecable pero de una buena factura
que podría defender porque me ha proporcionado momentos que
encuentro cinematográficamente creativos y
temáticamente inquietantes, aunque reconozco
y recalco que las ideas
fundamentales del film no
son demasiado originales
y que de hecho es en
un pegote de muchas películas, una suma que por cierto no deja de
parecerme atractiva.
Finalmente
el apunte más personal que puedo hacer es que sí me dio
mucho miedo en más de una
ocasión. Reitero: yo no soy
un buen referente. Sufro bastante
en este tipo de películas. O mejor dicho, sufro en casi todas las
películas de este tipo. Dicho sea esto
teniendo en cuenta notables
excepciones como cierto churrazo sobre una muñeca diabólica llamada
Annabelle [John R. Leonetti. Estados Unidos. 2014].
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