Cantinflas (México, 2014), el segundo largometraje del realizador
Sebastián del Amo, es una desproporción en si misma. Pareciera que
Televisa está empeñada en demostrarnos que el cine mexicano de la
llamada época de oro y el actual son similares, que con todo y
nuestras deficiencias industriales y la pobre exhibición de las
películas mexicanas, estamos hoy a la altura de los viejos mitos de
la identidad nacional fílmica, a los que por cierto, les hace falta
una repasada crítica.
Los medios le han dado mucha cuerda al supuesto escándalo de que el
actor español Óscar Jaenada haya interpretado a Mario Moreno
“Cantinflas”, pero tomando en cuenta el resto del elenco ello no
resulta sorprendente. Para hacer los papeles de actores tan
importantes como Fernando Soto “Mantequilla” y Andrés Soler se
escogieron a histriones mexicanos como Adal Ramones y Otto Sirgo, que
no tienen mérito mas allá de la popularidad televisiva. Y eso por
no hablar de las improbables similitudes entre Bárbara Mori y
Elizabeth Taylor. Si estás fueron cartas fuertes del elenco
mexicano, no queda mas que recordar la frase de Fidel Velázquez
respecto a que “la caballada está flaca”.
Este año, cuando dos mexicanos
han ganado tres premios Oscar, parece resurgir la necedad de los
emporios comunicacionales de nivelar la mega industria hollywoodense
con los procesos artesanales de hacer cine en México. Desproporción
evidente. Ilusión no sé si deseable. Mito genial, finalmente. La
película biográfica de Cantinflas tiene como eje la filmación y la
recepción del primer proyecto hollywoodense de Mario Moreno, La
vuelta al mundo en 80 días
(Around the World in Eighty Days. Director
Michael Anderson. Estados Unidos, 1956) en la que Cantinflas pasa,
según el guión de del Amo y de Edui Tijerina, de ser una presencia
secundaria a compartir estelar con David Niven vía la supuesta
intervención de Charles Chaplin (Julian Sedgwick).
Esta anécdota, que realmente está centrada en el personaje del
productor estadounidense Michael Todd (Michael Imperioli), se
alterna, sin justificación evidente, con otra línea narrativa que
va de las primeras experiencias actorales de Mario Moreno a su
ascenso como líder del sindicato de actores, pasando por sus crisis
matrimoniales.
Sebastián del Amo tiene bastante
talento, eso quedaba claro desde su ópera prima El fantástico mundo
de Juan Orol (México, 2012), donde recreó un ambiente de época al
cual no se le puede poner peros. Lo mismo hace en su segunda
película, aunque no termine de encontrar la manera de lograr la
unidad de sus dos relatos. También, hay que decirlo, muchos méritos
creativos se ven disminuidos ante la reiterada puesta en pantalla de
fragmentos de películas de Cantinflas, donde actores como Óscar
Jaenada y Luis Gerardo Méndez tienen oportunidad de demostrar que
pueden imitar perfectamente a sus modelos respectivos (Méndez
interpreta a Estanislao Shilinsky).
No hay innovación en términos
cinematográficos. La película está contada, filmada y editada de
manera convencional y clara. En apenas una escena, Sebastián del Amo
se permite proponer algo, cuando la esposa de Mario Moreno (Valentina
Ivanova interpretada por Ilse Salas) cierra los ojos y de alguna
manera ve a su esposo convertirse por primera vez en Cantinflas. Pero
hasta ahí. La película termina siendo la historia de un hombre que
pasa de la pobreza al poder aferrándose a los valores familiares mas
tradicionales. Es decir, no propone nada perturbador a nivel temático
ni estético.
El mas cacareado estreno mexicano de la temporada termina siendo una
extensión de las transmisiones televisivas de las películas de
Cantinflas. Es como una llanta a medio inflar por la imposibilidad de
las “estrellas fílmicas” mexicanas actuales de igualar a las
leyendas de la época de oro, ya que su recurrente aparición termina
haciendo de su identificación un reto para el espectador. De hecho,
si no fuera por que Cantinflas lo identifica a grito pelado, trabajo
cuesta darse cuenta de que el papel de Joaquín Cossío es el de
Emilio Fernández, cuya presencia es tan breve como injustificada.
Cantinflas es un sueño de opio. La alucinación de un cine que no
puede ni debe aspirar al pasado. Que debería establecerse firmemente
en el presente, donde están sus temas y preocupaciones. Pero tomando
en cuenta que el país ha regresado, políticamente hablando, a las
peores épocas de un pasado autoritario y represivo, tampoco es de
extrañar esta visión regresiva y reaccionaria del cine mexicano,
que raya con el nacionalismo chocante y que es impulsada por
Televisiva.
Una última confesión: si hubiera
sabido que la película tenía una canción de Aleks Syntek
jamás hubiera ido a verla. Mal por mi que no me informé
adecuadamente. Aunque hay que reconocer el atisbo de un acierto para
la exhibidores. La gente abandona mas rápidamente la sala en cuanto
se escucha la voz fingida del “cantante# y sus versos carentes de
lógica y creatividad.
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