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lunes, 29 de septiembre de 2014

Los Hámsters


La tercera edición del Festival de Cine México / Alemania (que se realiza en San Luis Potosí) concluyó con la exhibición de Los Hámsters (2014), película mexicana, ópera prima de Gilberto González Penilla. Podemos verla desde distintos ángulos: por un lado es un filme regional, empecinadamente realizado en el norte del país, y por otro lado está fuertemente enraizado en las preocupaciones nacionales sobre el futuro, sobre todo de la clase media.
Los Hámsters es un filme que ha pesar de su aparente sencillez tiene una gran carga de complejidad en su concepción, ya que su guión logra mantener la atención del público sin problema y sin embargo no se ciñe a las mas comunes formas de contar historias, promocionadas por sus gurús casi como fórmulas automáticas de éxito en la taquilla.
Otro aspecto a destacar de la película del realizador Gilberto González Penilla, fueron las condiciones de producción en las que tuvo origen y los retos que enfrenta para ser distribuida. De estos asuntos nos platicó el director, que estuvo presente en la función del pasado sábado y entabló un diálogo con los asistentes.
Vamos por partes, primero concentrándonos en la película y luego diciendo unas palabras sobre el Festival CineMA México / Alemania.
La historia de Los Hámsters transcurre en Tijuana. Cuando uno habla, desde su imaginario fílmico, del norte del país y en específico de esa ciudad de Baja California, inmediatamente saltan los temas de la migración y del narcotráfico. Muchas veces olvidamos que, en esa y en el resto de las ciudades donde estos problemas han hecho crisis, vive gente con aspiraciones y existencias cotidianas, que no por ello resultan menos dramáticas.
La familia que retrata Los Hámsters inmediatamente deja ver las contradicciones entre aquello a lo que aspiran y sus verdaderos alcances, en términos económicos pero también en el aspecto ético y moral. Son cuatro miembros: el padre y la madre (Rodolfo y Beatriz, interpretados por Ángel Norzagaray y Gisela Madrigal), una hija (Angélica: Monserrat Minor) y un hijo (Juan: Hoze Meléndez).
En la primera secuencia se resume, con gran economía de medios, toda la situación: Rodolfo, el padre, se levanta temprano, como lo haría cualquier trabajador en nuestro país. Mientras se baña, su esposa, Beatriz, le saca el dinero que lleva en su cartera. Y cuando ella prepara el desayuno, Juan, el hijo, extrae ese mismo dinero para usarlo él. Pero antes vemos como el padre trata de adueñarse de la computadora y del teléfono celular de sus hijos para, posteriormente, empeñarlos.
No son tan Sucios, feos y malos (Brutti, sporchi e cattivi. Italia, 1976) como en la película de Ettore Scola, pero sus relaciones se basan en el engaño y la mentira, en la agresión y la indiferencia entre ellos y la representación de una apariencia no acorde con la realidad frente a los demás.
Su contradicción recae en la falta de dinero en casa, producto de que el cincuentón padre ha perdido el empleo y, como ocurre siempre en este país, nadie contrata a alguien de esa edad. Pero de alguna forma esta crisis (no reconocida) le permiten a los personajes una cierta búsqueda de identidad: la madre tiene un intento de aventura erótica frustrada con su entrenador en el gimnasio, la hija se debate entre su novio y una amiga con la que tiene evidente química sexual.
Y el hijo, Juan, es el mas afortunado. Habiendo embarazado a su novia de pronto empieza a soñar con un futuro. No importa si tiene que trabajar en una tienda de conveniencia, llevará a su hijo a pescar y se debatirá, en el futuro, entre introducirlo o no al consumo de mariguana.
Digo que Juan es afortunado, por que el resto de la familia es presa de un presente desesperanzador. Por la edad del padre y de la madre los podemos ubicar entre aquellos que creyeron el discurso de la excelencia y la calidad del sexenio de Carlos Salinas y ahora enfrentan las crisis globales, nacionales y locales a partir de puras evasiones.
La estructura del guión y la metáfora sugerida por el título de Los Hámsters nos hace pensar: ¿cuánto tiempo podrán seguir corriendo en su rueda, haciendo como que avanzan y realmente reproduciendo su propia decadencia?
La película enfrenta un reto, que es el tono de comedia. Bastante mesurado, por cierto, pero efectivo. No es difícil encontrar similitudes entre la ópera prima de Gilberto González Penilla y las películas de Fernando Eimbcke por que ambos beben de la misma fuente, que son los filmes del director finlandés Aki Kaurismäki.
El humor seco de la película Los Hámsters, en un país donde todavía resuenan las estentóreas carcajadas de Pedro Infante, va a contracorriente, igual que la estructura dramática de su guión, que está construido en una unidad de tiempo impecable: un solo día en la vida de estos personajes es suficiente para conocer su incapacidad de comunicarse, de vivir armónicamente, de aceptarse a si mismos mas allá de sus pretensiones.
Y justo cuando termina la jornada concluye la película. Hay una progresión dramática, basada en la posibilidad de que alguno de los miembros de la familia rompa el silencio, pero esto no ocurre. Todos se van a dormir y nosotros quedamos con la certidumbre de que el próximo día se será igual al que hemos visto en pantalla.
Se antoja interpretar esto como Paul Schrader explicaba la sobrevivencia de Travis en Taxi Driver (Martin Scorsese. Estados Unidos, 1976): las tensiones sociales que él representa siguen vivos al final de la historia, matarlo a él es como solucionar las cosas y ello hubiera sido irreal. Los Hámsters, puedo asegurarlo, hoy sigues presos en su jaula y dando vueltas en su rueda.
La película fue producida por el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), filmada con su equipo y con un presupuesto que, en palabras de su realizador, no ha superado los 350 mil pesos, suma por demás reducida y sorprendente tomando en cuenta la calidad de la imagen, el sonido y la puesta en cámara de la película. El CCC apoya las películas de tesis de sus alumnos con equipo y con un financiamiento. Pero generalmente se trata de cortometrajes. Sin embargo mostró suficiente flexibilidad como para que la producción se trasladará muy lejos del Distrito Federal, lo cual es un acierto pensado como una muy deseada descentralización del cine mexicano.
Los productores ahorraron filmando en la propia casa de los padres del director, invadiendo los espacios de los amigos y sus puestos de tacos consentidos. Además, como si fuera una película de dogma95, ocuparon la utilería disponible en sus locaciones, como la inverosímil recámara de los padres, reflejo de sus aspiraciones frustradas.
Resulta irónico que una gran parte del presupuesto se haya ido en conseguir los derechos, parcialmente, de la música, elemento clave en la exposición de los personajes. Uno pensaría ¿cuánto pueden costar los derechos de una canción de Víctor Iturbe El Pirulí y otra de Los Rebeldes del Rock? Pues bien, costó mas de 100 mil pesos. Por el momento la producción sólo se puede exhibir en festivales y muestras, hay que pagar otro tanto para poder llevarla a las salas comerciales.
Filmar en Tijuana, con actores locales, sin caras conocidas, es un acierto estético, ya que otorga originalidad a la película y permite escuchar el acento regional sin exageraciones. Pero implica una serie de problemas: muchos productores piensan que el carecer de una estrella dificulta la llegada de las películas a la distribución masiva. Pero en última instancia, todos estos riesgos tomados por el realizador, sus productores y al Centro de Capacitación Cinematográfica han concluido en una película sólida, divertida, original y profunda.
Esta tercera edición del festival CineMA México / Alemania da la impresión, en una primera instancia, de haber decrecido. Por circunstancias que se escapan a mi entendimiento, no contó para sus exhibiciones con una sala de cine, que debió ser la Cineteca Alameda. Este recinto tan importante, el mismo día del arranque de CineMA exhibió la película potosina Realidades de humo (Joaquín Ortiz Loustanau. México, 2014), de la cual ya hemos dado cuenta en este espacio (para leer su crítica, dar presione aquí). Ambos eventos se compitieron el público de una manera que escapa a mi entendimiento.
Finalmente el CineMA se fue a sedes alternas, como el Centro Cultural Universitario Las Cajas Reales de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP) y aprovechó para desplegarse por el interior del estado. Eso fue bueno, por que permitió mostrar películas como Peyote (Omar Flores Sarabia. México, 2014) en los campus de la UASLP de Tamazunchale y Rioverde.
Este año las condiciones han sido muy duras para los festivales de cine que hay en San Luis Potosí, cuando se podía prever un fortalecimiento de todos al acumular ediciones. CineMA tiene ciertas ventajas, como el contar con una personalidad propia, viéndose así mismo como un diálogo entre las cinematografías de ambos países. Le falta aún dar el paso a la profesionalización absoluta, pero es difícil hasta hacer una programación, no hablemos entonces de conseguir recursos.
Ojalá que la idea sobreviva, que su organizador, el Centro Cultural Alemán, lo aguante y sostenga, por que tiene en sus manos una gran idea que puede volverse un evento único entre los festivales, no de San Luis Potosí, si no de todo México.

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