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lunes, 20 de octubre de 2014

El libro de la vida


El árbol de la vida (Título original: The Book of Life. Director: Jorge R. Gutiérrez. Estados Unidos. 2014) cuenta por lo menos tres historias a distintos niveles. Un grupo de niños problema llegan a un museo. Los letreros que dicen “museum” y “school bus” dejan entrever que esto puede ocurrir en Estados Unidos. En lugar de ser llevados a la exposición convencional, una guía conduce conduce a los chamacos hasta el Libro de La Vida, donde están escritos todos los relatos del mundo. El volumen reposa en una sala repleta de obras de arte mexicanas, entre ellas un tzompantli o muro de cráneos.
La narradora les cuenta la historia que transcurre en México. Trata sobre la amorosa rivalidad entre La Catrina y Xibalba. La primera es una entidad que rige el mundo de los recordados, una especie de paraíso festivo donde van las almas de quienes viven el recuerdo de los vivos después de su muerte. Xibalba, por su parte, rige el mundo de los olvidados, un inframundo triste y gris para los que carecen de memoria en la tierra .
La Catrina y Xibalba cruzan una apuesta para ver si invierten sus dominios. El terreno de su disputa serán tres niños, que viven en el pueblo de San Ángel. Manolo y Joaquín están destinados a enamorarse de María. También están marcados por la tradición familiar: Manolo proviene de linaje de toreros y Joaquín de militares. El pueblo, por su parte, está constantemente asolado por un bandido sanguinario conocido como El Chakal.
El máximo acierto de la película es su concepción visual. El potente repertorio  gráfico de la fiesta de día de muertos - encuentro entre la imaginería medieval europea y el imponente y descarnado arte prehispánico - es traducido a la pantalla digital de una manera abigarrada y coloreada.
Los personajes están diseñados como muñecos de madera, juguetes de fuerzas superiores que se oponen en términos de fiesta y melancolía, recuerdo y olvido, pesadumbre y júbilo. Estas fuerzas, por el contrario, son en la película personajes fluidos. Pero los juguetes de Manolo, Joaquín y María permiten mantener un grado de abstracción y de estilización que se agradece. La animación debería crear los mundos imposibles a los que el cine con personajes reales no puede acceder.
Esto no es ninguna novedad: hace casi 20 años la animación digital obtuvo su legitimidad a nivel estético e industrial con Toy Story (John Lasseter. Estados Unidos. 1995) que también tenía personajes diseñados como juguetes. Pero la variación de Jorge R. Gutiérrez en El árbol de la vida es plantearlos como objetos artesanales, con texturas de madera y tela, en oposición al plástico que inunda nuestros días.
Gutiérrez explotó la veta correcta. En México hay una extendida tradición plástica que representa a la calavera. Ya mencioné la edad media y el arte prehispánico. Pero como producto de esta dualidad han surgido las obras de Francisco Toledo (el más lúdico en la representación de la muerte), Gabriel Orozco, Rufino Tamayo y desde luego Diego Rivera y José Guadalupe Posada.  Con estas fuentes, el director tiene para llenar la pantalla no de una, sino de varias películas.
Quizá el único punto que no termina de cuadrarme en su concepto es la presentación de la tierra de los olvidados, cuya puerta remite al arte prehispánico, específicamente del monolito azteca de Coatlicue, deidad dual de la vida y la muerte. La veo como una sustitución de un símbolo mas rico, el de Tlaltecuhtli, la madre tierra que primero da a luz y luego devora a sus hijos. Pero entiendo que las implicaciones vaginales de esta representación pudieron no considerarse apropiadas para una película dirigida al público infantil. En fin.
Luego del portal al inframundo viene la Tierra de Los Olvidados, previo paso por la cueva donde están las velas que representan las vidas humanas, que resulta un guiño obvio al Macario de Roberto Gavaldón (México, 1960). El inframundo está representado con una estética mas propia del expresionismo alemán, por su ausencia de color y la violencia de sus trazos. Quizá hubiera sido un buen espacio para ubicar a la muerte medieval en Europa, que es el complemento para todo el periplo y la otra base que tampoco se puede negar.
Los principales de problemas de la película tienen que ver, desde mi punto de vista, con la posición que mantiene la historia. Por un lado, está lleno de implicaciones el hecho de que La Catrina y Xibalba sean no sólo rivales, sino también una pareja que se profesa amor y están unidos a pesar de todo.
Ese es el sentido profundo de la dualidad en el mundo prehispánico. Los mundos de los muertos no se parecen a los que nosotros concebimos como seres occidentales: el Tlalocán Tamoanchán no es el cielo al que se llegan por buenas acciones, ni el Mictĺán es el infierno para los mal portados.
Por el contrario, la cultura católica se basa en la dicotomía entre bien y mal, cielo e infierno precisamente divididos. En el México prehispánico no había tal división, un concepto estaba implícito en el otro. La película de Jorge R. Gutiérrez no puede escaparse de ese pensamiento que divide lo bueno de lo malo.
El libro de la vida se presenta como un conflicto mas similar al de un western que al de una exploración profunda en la cultura mexicana. El Chakal representa las fuerzas de la barbarie que deben ser suprimidas para que sobreviva la cultura mestiza. Esto aleja a la película de modelos mas afortunados, que se han escapado de dividir al mundo y, al contrario, lo han problematizado y enriquecido. Pienso en las animaciones de Hayao Miyazaki y de Michel Ocelot (Kirikou y la hechicera. Kirikou et la sorcière. Francia, Bélgica y Luxemburgo. 1998) que exploran las culturas no europeas de una manera muy afortunada.
Entiendo que el modelo occidental, mayoritariamente estadounidense y europeo, predomine en El libro de la vida, que es un filme que sólo pudo existir en el contexto de la industria hollywoodense y a pesar de ello estar llena de elementos valiosos que pueden considerarse mexicanos. Es un mérito para su director y su productor, Guillermo del Toro, haber podido hacer algo así en ese entorno.
Para ello, entiendo que hay que negociar y hay que ceder. Por ejemplo, en la pista sonora, donde deben convivir exabruptos de la cultura pop estadounidense, como las canciones Creep (de Thom Yorke, Jonny Greenwood, Albert Hammond y Mike Hazlewood) y Da Ya Think I'm Sexy? (Rod Stewart y Carmine Appice) con lugares comunes del repertorio vernáculo mexicano. En este punto deploro un trabajo mas imaginativo. Quizá hubiera sido suficiente con eliminar esas piezas musicales, lo que por lo demás no afectaría la unidad de la obra que tanto aprecian los estadounidenses Pero  el sitio oficial de la película deja ver que esas piezas forman parte de su estrategia mercadotécnica.
No puedo dejar de hacer un apunte pesimista porque El libro de la vida no se haya podido filmar en México, donde las industrias audiovisuales están concentradas en la producción de ínfimo presupuesto, destinada a llenar las tardes de telenovelas, las noches de noticieros y los domingos de futbol. No hay en estas empresas ningún compromiso real, visible en pantalla, con la cultura del país. Ya sabemos que lo que las rige es el poder y su consiguiente fortuna económica.
Por ello los creativos mexicanos desde hace años han optado por migrar. Es en Hollywood donde están los recursos técnicos y financieros que permiten filmar estas fantasías. Y ello produce un escozor. Nuestro Libro de La Vida, el registro de nuestras historias, el sentido de las narrativas propias está, acompañado por los vestigios de lo que es la cultura mexicana, en un museo de los Estados Unidos.

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