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viernes, 17 de octubre de 2014

La Dictadura Perfecta


El gobernador Carmelo Vargas (Damián Alcázar) es expuesto en la televisión nacional recibiendo una maleta repleta de dinero. La exhibición de este video es una estrategia de distracción por que el presidente, de escasas luces y miembro de su mismo partido, ha cometido el gazapo de decir que los mexicanos, en Estados Unidos, pueden hacer trabajos que ni los negros harían. En aras de su popularidad, el gobernador es sacrificado.
Vargas contrata los servicios de la misma televisora para manejar su publicidad y para el “manejo de crisis”, ya que aspira a convertirse en candidato presidencial. El encargado del noticiero “24 horas en 30 minutos” y su reportero de guerra se trasladan al estado que gobierna y que vive una marcada crisis de seguridad pública. En el transcurso de su estancia se irán descubriendo las verdaderas personalidades del gobernador y de los empleados de la televisora.
El director de La Dictadura Perfecta (México. 2014) Luis Estrada, ha realizado una serie de películas que tienen un referente muy claro a la realidad política, económica y social de México. Son memorables La ley de Herodes (México. 1999), estrenada en el contexto de la primera campaña electoral en la que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) perdió la presidencia la República y El infierno (México. 2010), que apareció en la coyuntura del Bicentenerio de la Independencia y en plena decadencia del panismo al frente del gobierno federal, en medio de la así llamada guerra contra narcotráfico. Este ciclo se complementa con Un mundo maravilloso (México, 2006) que exponía la política económica neoliberal y que mas bien pasó desapercibida.
La fórmula, en la primera película de la serie, igual que en La Dictadura Perfecta es exponer a los gobernantes, al mas puro estilo del cine político convencional. En ese caso los gobernantes no son sólo los jefes de la burocracia, coludidos con las estructuras criminales; si no la televisión, que tiene suficiente poder para influir en la permanencia gloriosa o en la desaparición vergonzosa de los personajes de la vida pública.
En los últimos días la película ha despertado una serie de sospechas. En el semanario Proceso número 1978 (con fecha de portada del 28 de septiembre de 2014) Luis Estrada explicó que, cuando El infierno fue todo un éxito, la empresa Televisa lo buscó para hacer un proyecto. Obtuvo de ella un apoyo fiscal, es decir, que una parte de los impuestos que debía de pagar Televisa se los dedicaron a la producción de La Dictadura Perfecta. La distribuidora de cine, subsidiaria de la televisora, Videocine, adelantó parte de sus pagos. Cuando en Videocine vieron el resultado se echaron para atrás y decidieron “divorciarse”. Ahora Estrada debe devolver el adelanto.
Televisa finalmente no aparece en los créditos de producción. Ahí está la compañía de Estrada (Bandidos Films) y algunas entidades de gobierno como CONACULTA (Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes) y el IMCINE (Instituto Mexicano de Cinematografía). La paradoja no deja de hacerse presente: finalmente son el gobierno y la televisión los financiadores de una película que critica al gobierno y a la televisión.
El resultado es una película escindida y alargada. Con destellos de humor negro gubernamental y plastas de tedio televisivo. Un filme que el público va leyendo de manera referencial, descubriendo las menciones a los video escándalos de René Bejarano, a la desaparición de la niña Paulete durante el gobierno de Enrique Peña Nieto en el Estado de México, su misma campaña presidencial impulsada por Televisa y el montaje televisivo de Genaro García Luna y Carlos Loret de Mola en la detención de Florence Cassez. Todo ello contrapuesto a las actividades de un mesías opositor (ahora no tropical sino norteño) que es una mezcla de panistas como Javier Corral y morenos (por pertenecer al Movimiento de Regenaración Nacional) como Andrés Manuel López Obrador.
La película se concentra en dos grupos de personajes, para los que se hicieron dos peculiares selecciones de reparto. El primer grupo es el del dueño de la televisora y sus empleados. Tv Mx es dirigida por un junior capaz de mangonear a un presidente, que le debe tomar la llamada en pleno acto oficial. Él encarga al responsable del noticiero de darle seguimiento a su nuevo cliente, el gobernador Vargas. Éste (el empleado de la televisora) es un tecnócrata de la comunicación, repleto de conceptos sin equivalente en idioma español (como prime time), entre mercadólogo político y productor televisivo. El reportero estrella de la compañía, que ha ido a cubrir guerras al oriente y a África, ahora se queja de que no lo dejen llegar a un Hotel Hilton. Todos estos personajes son interpretados por actores de cepa televisiva como Alfonso Herrera (las series de RBD), Osvaldo Benavides (de ctelenovelas como Lo que la vida me robó y La que no podía amar) y el infumable Tony Dalton (Flor salvaje y Los simuladores).
Mucho se ha publicitado la selección del ex integrante del grupo Garibaldi Sergio Mayer para “interpretar” al presidente de la república. No se le ve mucho mérito. Con mantenerse en pose pose y levemente desorientado su interpretación es correcta y fácilmente reconocible. Y se agradece su brevedad en pantalla. Por que a los otros miembros del equipo televisivo si los tenemos que aguantar toda la película. Gran parte del argumento se concentra en ellos y se convierten en un lastre, su presencia cansa y su actitud aburre.
Todo lo contrario ocurre en el gabinete estatal encabezado por Carmelo Vargas, heredero del protagonista de La Ley de Herodes. Damián Alcázar se da gusto citando a Gónzalo N. Santos, organizando todas las noches francachelas con teiboleras y disponiendo de una serie de asistentes, entre temerosos y discretos (él les llama “pendejos”) interpretados con mesura y buen tino por Enrique Arreola (Párpados Azules. Ernesto Contreras. México. 2007), Dagoberto Gama (El violín. Francisco Vargas. México. 2005) y Noé Hernández (Miss Bala. Gerardo Naranjo. México y Estados Unidos. 2011), entre otros.
Si la película se concentrara en estos personajes sería mucho mas divertida, ya que son una punta de rufianes, capaces de traicionarse entre ellos con tal de quedarse con la mayor cantidad de dinero. Su ambición es ilimitada, su imaginación y cultura limitadísimas. Son unos sátiros cínicos capaces de soltar una lágrima cuando ven una telenovela. Sus dimensiones son inagotables. Son la actualización de aquel Varguitas que salió del basurero en La Ley de Herodes para volverse senador. Pero sólo los vemos a ratos, cuando no seguimos a los niños guapitos de la televisión, igual de ambiciosos pero menos interesantes.
Lo mismo pasa con Morales, el líder de la oposición interpretado por Joaquín Cosío, cuya fama y prestigio logró que su personaje creciera. Pero desafortudamente eso ocurre en demérito de la progresión dramática y el interés del film.
Se antoja otra versión de la película. No estoy pensando en alterar el final, ya que este representa la postura de sus realizadores en torno a los problemas expuestos. Mas bien pienso en otra película, que sería grande si perdiera 40 de los 143 minutos que dura. Un filme en la que el director no pareciera estar enamorado de sus planos y se animara a cortarlos.
Una gran película que no calcara el ritmo de los programas que transmite el Canal de las Estrellas, que mejor fuera un tobogán en descenso como lo es El Infierno. Una película que aprovechara una serie de descubrimientos de los que no hace eco. Porque en el filme de Luis Estrada todos tienen una faceta que mantienen oculta. Uno es capaz de vender a su mujer. Otro es un fornicador insaciable que se presenta como mártir. Uno mas es un asesino a sangre fría y ese es el mas peligroso. Con eso se tiene para una gran película. Pero en su lugar tenemos La Dictadura Perfecta.

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