Perdida (Título original: Gone Girl. Director David Fincher. País: Estados
Unidos. Año: 2014) es la historia de la desaparición de Amy (Rosamund Pike) y la
inculpación de su marido, Nick Dunne (Ben Affleck) es como el viento
que sopla sobre las ahora frágiles paredes del sueño americano y
algunos de sus pilares: la justicia, la libertad de expresión y,
sobre todo, la familia monógama y heterosexual.
Fincher es un director que, en su obra anterior, se ha movido entre
la voluntad de saber qué es la verdad y la imposibilidad de
establecerla. Por ello le han venido bien proyectos como La chica
del dragón tatuado (The Girl with the Dragon Tattoo. Estados
Unidos, Suecia y Noruega. 2011) y quizá por eso su nombre se
popularizó por una película policíaca como Seven, los siete
pecados capitales (Se7en. Estados Unidos. 1995) que fue una
actualización del género detectivesco en el contexto del cine de violencia de la década de 1990.
Y sin embargo, su película mas propositiva sigue siendo, desde mi punto de vista y a la fecha,
la esquizofrénica El club de la pelea (Fight Club. Estados
Unidos y Alemania. 1999), donde la personalidad escindida del
personaje desvanece los límites entre la realidad y la
ensoñación, la verdad y la mentira.
En Perdida, Fincher apela a mas elementos de los
clásicos de Alfred Hitchcock, seleccionando a un actor carismático
y popular (Affleck) para interpretar al indiciado por la desaparición
de la esposa perfecta. Y es que sobre él deben de recaer todo tipo de sospechas: holgazanería,
infidelidad y violencia doméstica entre ellas. Tres pecados
capitales para los medios de comunicación, sobre todo para la
televisión que, en sus programas de nota roja, juzga al marido de la
desaparecida y le crea un clima de opinión adverso. Con ello, de paso mantienen e incrementan sus niveles de audiencia.
Las evidencias inculpan progresivamente a Nick Dunne - Ben Affleck.
Se supondría que seleccionar a un actor simpático como él es
indispensable para que la simpatía del público permanezca a su
lado y se llegue a sentir una preocupación sincera por su destino.
Mientras tanto el abogado (Tyler
Perry) contratado para defender a Nick se encarga de
crear una verdad jurídica y, por lo tanto, absolutamente utilitaria.
Mas que saber qué ocurrió, el jurista busca plantear las cosas de forma tal
que su cliente gane un juicio. Incluso no hay escenas de tribunal, ya
el proceso se ventila en los medios, por lo que el abogado se convierte en un media trainer, buscando la expresión
correcta del inculpado frente a las cámaras, mas que tratar de
convencer a nadie de una supuesta verdad.
Pero la película Perdida está estructurada de
una manera mucho mas maliciosa de lo que hasta ahora se podría
suponer a partir de estas líneas. Constantemente se marca - con un
texto en pantalla - la fecha con referencia a los días que la esposa
lleva desaparecida, interrumpiendo este fluir continuo del tiempo con
la presentación del contenido del diario de Amy.
Aproximadamente a la mitad de la película hay un cambio en esa
dinámica, que permite volver a ver los hechos del crimen desde otra
perspectiva. Fincher recurre a una estrategia de rompimiento similar (pero no igual) a que usó Hitchcock en Piscosis (Psycho. Estados Unidos. 1960). Ahora, en Perdida, está ruptura abre un espació de revelación de enriquecimiento del conflicto.
La jugada del guión resulta exitosa por que, al mismo tiempo,
precipita la película a su punto de mayor intensidad dramática,
pero también va planteando de manera mas clara los temores que
constituyen su motor. El matrimonio Dune entra en crisis por un factor externo,
perteneciente al mundo de la política y la economía. Al principio
ambos son escritores que viven en Nueva York. Ella ha tenido antaño
un gran éxito editorial con libros para niños y adolescentes. Y él
sólo ha podido colaborar en revistas. Ambos pierden sus trabajos en
la Gran Manzana y la enfermedad terminal de la madre de Nick los
obliga a mudarse a un pueblo rabón del centro de los Estados Unidos.
En esa comunidad claustrofóbica, pero a fin de cuentas
representativa de la posibilidad de emprender y prosperar en ese
país, los personajes van perdiendo el control de sus vidas. Cada uno
lo enfrenta a su propia manera.
Al final queda la certeza de que la existencia es manipulada por una
serie de voluntades ajenas a los individuos, algunas de esas
voluntades absolutamente cercanas, de personas que viven bajo el
mismo techo. El matrimonio (y por la forma realista en que es
planteada la anécdota, sobre todo en las primeras partes del film, uno se puede permitir generalizar la
situación) se convierte en un juego de poder, en una imposición, en
la necesidad de convivir aunque se sepa que el otro miente y controla insanamente a uno.
En la década de los ochentas y los noventas el temor de los hombres
era hacía las mujeres que jugaban el rol de las amantes y cuya
voracidad sexual destruía personas y familias enteras, como en el
caso de Atracción fatal (Fatal Attraction Adrian Lyne.
Estados Unidos. 1987) y Bajos instintos (Basic Instinct. Paul
Verhoeven. Francia y Estados Unidos. 1992).En 2014 el planteamiento de Fincher es directo a la familia, al
sostén de orden social en cuyo interior habita la locura y la
muerte, ya sea física o metafórica, como expresión de la
imposibilidad de alcanzar una vida plena.
Tratando de criticar algún aspecto del film, se podría decir que el
final se precipita. Pero en la medida de que se cierra la trampa
sobre el personaje, mas devastadora resulta la crítica a la
institución familiar. Quizá se siente que el personaje de la detective (Kim Dickens) cambia sin demasiada justificación su actitud hacía Nick, pero lo cierto es que el resumen de la trama se agradece, tomando en cuenta las casi dos horas y media de duración de Perdida.
También podríamos decir que quizá con otro actor capaz de expresar mas dimensiones (cosa que se
le niega a Ben Affleck) podríamos pensar en la complicidad de las
víctimas y su necesidad de mantener las cosas en su estatus actual. Affleck es demasiado atlético, demasiado simpático, demasiado superhéroe para interpretar el papel que le asignan. Pero bueno, finalmente es una película de Hollywood y ahí la idealización y la intensificación de la vida sigue regla.
La extensión de la película se justifica por la enorme cantidad de detalles de las que da cuenta el guión. Pero a pesar de lo que podría ser una saturación de datos, lo cierto es que la dinámica emocional
va en crescendo, quizá en detrimento del realismo que el principio que
impone la referencia a la crisis económica y a la vida en el pueblo. Al final es mas importante llegar a un clímax que describir una realidad.
La película tiene dos méritos - que permiten alejarse de una
estilización vacía - que son el uso sobrio de la música de Trent
Reznor y Atticus Ross (discreta, pero ominosa a la vez, indispensable para incrementar la ambigüedad y el desasosiego) y la fotografía, al borde de la subexposición,
organizada por Jeff Cronenweth.
Fincher pertenece a ese tipo de cineastas sin fé en la humanidad,
capaces de asomarse a los aspectos mas siniestros, de sospechar de
los mejores aspectos de la vida por que él sabe que no pueden sobrevivir en un
entorno adverso. Locura que escondemos en lo profundo del alma puede un día explotar y llenar nuestro entorno de sangre propia y ajena. Eso lo sabe Fincher.
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