Corro el riesgo de la repetición. Hace una semana dije que
Interestelar (Interstellar. Christopher Nolan. Estados Unidos.
2014) era una de las grandes películas del año. Hoy debo escribir
lo mismo tras haber visto Birdman o la inesperada virtud de la
ignorancia (Birdman. Estados Unidos. 2014) del realizador
mexicano activo en Hollywood, Alejandro González Iñárritu.
Naturalmente los méritos de ambos filmes son distintos. Trataré de
explicar algunos que detecté en Birdman. Sin embargo, queda
pendiente escribir sobre varios aspectos de la obra.
Una de las cosas buenas que le ha ocurrido a la carrera de Alejandro
González Iñárritu fue el haber concluido su colaboración con el
guionista Guillermo Arriaga que, desde Amores perros (México. 2000)
hasta Babel (Francia, Estados Unidos y México. 2006), son asestó a
los cinéfilos unos guiones supuestamente complejos y sorpresivos que
realmente sólo impactaban a los poco conocedores de la materia
cinematográfica.
De esas experiencias con historias múltiples algo queda en la última
película de González Iñárritu. A diferencia de Biutiful (México
y España. 2010) que es un filme hiperconcentrado en la condición de
su personaje principal, agobiado por la enfermedad y la inminencia de
la muerte; en Birdman también tenemos un personaje en crisis de
renacimiento pero la estructura del guión permite un sano desarrollo
de varios personajes secundarios.
Birdman narra la historia de un actor cinematográfico venido a
menos. Riggan es interpretado por Michael Keaton de forma que se
antoja testimonial si se toma en cuenta que usó la capa de Batman en
las dos películas dirigidas por Tim Burton (Batman y Batman Returns.
Estados Unidos. 1989 y 1992, respectivamente). Riggan se hizo famoso
interpretando a Birdman, un súper héroe alado. Ahora su fama ha
convertido en trivia y siente que su última oportunidad para
demostrar que es un artista es montando una obra de teatro en
Broadway.
Un accidente a pocos días del estreno abre las puertas para que Mike
ingrese al elenco. Se trata de un actor prestigiadísimo y
conflictivo interpretado por el no menos valorado Edward Norton.
Riggan, a la sazón director, productor, adaptador y estrella de la
obra, entra en ruta de colisión con él. Pero Mike, mas allá de su
condición de súper actor, es también vulnerable. Vive con miedo a
la impotencia y el único sitio donde la esquiva es en el escenario.
Por otro lado están sus mujeres (Naomi Watts y Andrea Riseborough)
ambas en los roles femeninos de la obra, aspirando a manipular a sus
hombres y entregadas a un espiral de abandono y autocompasión
alrededor de una atracción lésbica.
Pero quizá el más importante de los roles de apoyo sea el de Sam,
interpretado por Emma Stone. Ella es la hija de Riggan y en
apariencia es frágil por sus adicciones y la conciencia (que se irá
incrementando) de las debilidades y crisis de su padre. A ella se le
reserva un momento clave en el filme donde sus ojos resumen muchas
posibilidades de interpretación del artificio cinematográfico de
Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia.
En redes sociales se habla del evidente logro técnico de la
película, filmada mayoritariamente en planos secuencia cuyos cortes
son disimulados para dar la impresión de que es un todo continuo. No
me interesa denunciar que se trata de un truco, me interesa hablar
del resultado en pantalla, sin duda alguna imaginativo y meritorio,
no sólo para González Iñárritu sino también para su fotógrafo
Emmanuel Lubezki.
El plano secuencia implica filmar una serie de eventos sin recurrir a
un corte. Los actores, cuando se usa este modo de filmación, se
reencuentran con las posibilidades y exigencias del teatro. Por un
lado deben aprender largos parlamentos (en el caso de Birdman se
habla de que se filmaban hasta 15 cuartillas de sin parar) pero por
otro les permite sumergirse en sus personajes. Esta virtud es
ampliamente explicada en los textos de André Bazin, sobre todo en su
libro sobre Orson Welles.
Otro director que ha señalado cierta equivalencia entre este
procedimiento y la danza es Woody Allen, quien ha hablado de una
coreografía entre la cámara y los actores. En el caso de Iñárritu
la similitud es bien válida: los actores se mueven por los pasillos
del teatro, se relacionan entre ellos y realizan varias acciones que
van constituyendo una unidad dramática con ritmo sincronizado y
complejo, con una cámara en constante movimiento, en diversos
ambientes iluminados artificialmente que refuerzan el sentido de la
historia, como cuando Riggan y Laura (Andrea Riseborough) tienen un
divertido diálogo sobre su paternidad.
Pero a diferencia de la propuesta de André Bazin, quien señalaba
que el plano secuencia reforzaba la sensación en pantalla de que se
asistía a un tiempo real y objetivo, imposible de manipular mediante
procesos de edición, Alejandro González Iñárritu en Birdman o
la inesperada virtud de la ignorancia manipula
no sólo el tiempo, sino los distintos niveles de realidad.
Hace 66 años Alfred Hitchcock filmó
La soga (Rope. Estados
Unidos. 1948) usando muy también pocos cortes, determinados por la
duración de los carretes cinematográficos de la época. El
resultado fue un filme en tiempo real, donde la duración de la
anécdota era igual a la duración del filme en pantalla.
En Birdman las cosas son diferentes.
La historia debe ocurrir a lo
largo de 4 ó
5 días (un segundo visionado me permitiría ser mas preciso en este
dato) y la película dura 119 minutos, con todo y secuencias de
créditos. González Iñárritu realiza elipsis marcadas, es decir,
saltos hacía adelante en el tiempo sin necesidad de cortar. Elimina
períodos extensos de la anécdota sin recurrir a los procedimientos
convencionales
de la
edición en el cine de Hollywood.
Pero ocurre que un elemento
fundamental de Birdman o la inesperada virtud de la
ignorancia es la atormentada
subjetividad de Riggan –
Michael Keaton, personaje –
actor al borde de la esquizofrenia, el hombre obligado a llevar una
máscara que le hará primero
rico y poderoso y
después lo tornará
débil y lo pondrá al borde de la pobreza y de la muerte. El primer
plano es emblemático. Keaton flota, literalmente en su camerino,
sentado en el aire en flor de loto. Constantemente manifiesta
habilidades telequinéticas, generalmente rompe objetos sin tocarlos.
Pero todo ello lo hace cuando está solo. Es como el hombre invisible
del equipo de los Hombres misteriosos
(Mystery Men. Kinka Usher. Estados Unidos. 1999) que sólo podía
usar su poder cuando nadie lo veía.
Riggan – Keaton manifiestan una
psique aparentemente al borde del colapso. Escuchan
una voz que los intimida. Asisten
a eventos no usuales. Los planos secuencia de
Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia
se niegan a proporcionarnos un asidero a la realidad. No indican
dónde termina el mundo onírico y no podemos determinar dónde
comienza la objetividad.
González Inárritu nos niega el
contracampo, es decir, la imagen que complementa la mirada de los
personajes. El procedimiento de campo / contracampo permite ver
primero a un personaje y luego mirar lo que mira. Es de lo mas común
del cine. El director
mexicano prefiere el plano
secuencia y el montaje que produce significados y metáforas antes de
definir claramente los límites de la enfermedad mental.
Este procedimiento adquiere pleno
sentido cuando Sam – Emma
Stone abre sus ojos desproporcionadamente y
compartimos con ella la no
esperada certeza de que los
sueños, la locura y la realidad son los componentes de aquello que
solemos llamar
humanidad y que pareciera estar destinada a remontar el vuelo si
confía – en medio de todas sus crisis y siguiendo el principio
nahua - tolteca – en la necesidad de forjarse un rostro (y con él
un corazón). ¿Cómo?
Mediante la creatividad que permite la cultura. Como en Interestelar.
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