En 1922 se
estrenó Häxan: la brujería a través de los tiempos, una película sueca dirigida por Benjamin
Christensen inscrita en la lógica naciente del documental, es decir, en la
recuperación de la perspectiva realista que había visto nacer al cine.
El film de
Christensen aspiraba a presentar la verdad sobre quiénes habían sido las
brujas. Utilizando argumentos históricos, recuperando fuentes directas, presentándolas
en pantalla y enfocando ciertos eventos desde una perspectiva psicoanalítica
construye un sentido determinado de la historia.
Pero Häxan
también recurre a las recreaciones, profundamente estilizadas, para mostrar la
perspectiva, por ejemplo, de los europeos de la edad media, para quienes el
diablo era una presencia verdadera y las brujas eran capaces de actos
sobrenaturales. Esta dicotomía vuelve fascinante esta película.
94 años
después llega a las salas mexicanas La bruja
(Robert Eggers 2015), una coproducción de Estados Unidos, con Canadá, Reino
Unido, Inglaterra y Brasil ganadora del premio a la mejor dirección en el
Festival de Sundance en la categoría de ficción. Compararla con un clásico tan
apreciado como Häxan no es un
despropósito. Al hacerlo pretendo poner en evidencia cómo ha cambiado el cine
en el lapso que separa el estreno de ambas películas.
La ópera
prima de Robert Eggers se llama, en inglés, The VVitch: A New-England Folktale
(La bruja: Un cuento popular de Nueva Inglaterra). Al final hay un texto en
pantalla: “este filme fue inspirado por muchas leyendas, cuentos de hadas y
relatos escritos de brujería histórica, incluyendo periódicos, diarios y
registros de tribunales. Gran parte del diálogo proviene de fuentes del período”.
La bruja narra caso de una familia de puritanos que viven
alejados de la sociedad, tratando de hacer producir sus alimentos en una granja
estéril y que asisten a la desaparición de un bebé como el primero de una serie
de eventos relacionados con la presencia de una criatura sobrenatural en el
bosque.
Eggers ancla
su creación fílmica en el punto de vista de los protagonistas. Esta familia,
cuya única manera de entender el mundo es a partir de la Bibilia, vive una
experiencia que puede ser explicada en nuestros días de varias maneras
(psicosis o intoxicación con plantas psicoactivas) pero esa no es la intención
del director.
El modo de
vivir de estos puritanos temerosos tanto de dios como de su antagonista. La bruja es la recreación de una época
radicalmente lejana a la nuestra, magistralmente recreada con bajo presupuesto
y con unas imágenes convincentes e hipnóticas producto del trabajo fotográfico riguroso
de Jarin Blaschke, bien complementadas por la música entre antigua y moderna
compuesta por Mark Korven.
Creo que
el principal problema que experimentará esta película, que funciona perfectamente
en festivales, ocurrirá cuando llegue a un público que espera determinado
efecto. La bruja no es un thriller
como los que acostumbra la cartelera comercial. Si el encuentro con lo
siniestro produce horror, en este film éste será concentrado en la parte final,
como acostumbraban las películas de la década de 1930. El efecto de miedo que
produce La bruja está muy dosificado
para los parámetros actuales.
Su mérito
es considerar pertinente la mirada de sus protagonistas, incrustarse en ella a
pesar de correr el riesgo de perder efectos emocionales, de ir a contra
corriente, de cancelar la progresión dramática habitual y además dejar huecos
en la historia.
Así como
hace más de 90 años Häxan respondía a
la necesidad del hombre moderno de dar una explicación crítica a los abusos del
poder, La bruja hoy se nos presenta
como la exploración por los terrenos de una mente simple, temerosa a niveles
hoy carentes de lógica.
Pero finalmente
es la (re) creación de otro mundo distinto al nuestro y no por ello inferior.
Válido en sus propios relatos y maneras de entender el mundo. Y además es un
brillante trabajo fílmico.
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