Magia a la luz de la luna (Título original: Magic in the
Moonlight. Dirección: Woody Allen. Coproducción de Estados Unidos y
Reino Unido. Año: 2014) es prueba de la constancia temática y del
dominio estilístico que su director y guionista tiene sobre el cine
y sus formas de narrar. El espectador que busque novedades, rupturas
y reinvenciones deberá buscar en otro lado. Allen a sus 79 años
recién cumplidos sigue siendo Allen, uno de los directores clave de
nuestros tiempos.
Su última película, Magia a la luz de la luna,
llegó esta semana a las salas de San Luis Potosí. Es prácticamente
imposible regatearle méritos. A nivel de la historia Allen sigue
demostrando gran habilidad al momento de torcer la anécdota hacía
profundos momentos de crisis existencial para sus personajes, que
pocos autores acostumbran tratar en tono de comedia.
Stanley (Colin Firth) lleva una
doble vida. Arriba del escenario es Wei Ling Soo, un ilusionista
chino que triunfa en toda Europa. Abajo, es un inglés racionalista y
ateo, con el encanto de una epidemia de tifus, como lo describe otro
personaje. Stanley está
obsesionado
por los trucos de magia por la
forma en que se realizan y
por cómo conservar el misterio sobre ellos.
Cuando es invitado a descubrir, como
experto en trucos e ilusiones, a una médium aparentemente
fraudulenta, se encuentra con Sophie (Emma Stone), una estadounidense
bella y pobre que le hace poner en duda su actitud descreída sobre
el mundo.
Las preguntas del personaje de
Stanley son constantes en la obra de Allen: ¿el ser humano puede
aspirar a trascender espiritualmente? ¿Qué
es la religión sino un
conjunto de trucos e ilusiones? ¿Acaso
no consideramos mágicos
a los eventos que se
escapan de
una explicación racional?
¿No conservan religión, magia y arte ciertas similitudes que hacen
soportable vivir nuestra propia vida, pequeña, insignificante, vacía
y aburrida? Tomando en cuenta
esto: ¿hay
otra posible interpretación de la última escena de Magia
a la luz de la luna?
Que
nadie se engañe con el tono de comedia de Allen. Él ha sido uno de
los directores que mayor empeño han puesto en tratar temas
trascendentales en el cine estadounidense, apelando a elementos
propios de su cultura (como el jazz) a pesar de llevar muchos años
de exilio creativo en diversos países de Europa. Lo importante es
que Allen jamás a claudicado al
tratar temas serios en sus películas, las cuales quizá hubieran
tenido mucho más éxito si no
hubiera seguido
a directores como Ingmar
Bergman en la senda de las más incomodas cuestiones que atañen al
ser humano del siglo XX y
XXI.
El estilo cinematográfico de Allen
ha cambiado con el paso de los años. En los 90's realizó varias
grandes películas en donde demostró su gran dominio de los planos
de larga duración en pantalla, bastante complejos en su aparente
sencillez por la manera en
que limitan al director sus
posibilidades de corregir errores.
Ahora Allen se da oportunidad de
dividir las escenas en varios planos, ajustándose a una rigurosa
continuidad. Pero cuando lo considera necesario, vuelve a los planos
secuencia, es decir, a los fragmentos largos de película que carecen
de corte y permiten en desarrollo de las habilidades histriónicas de
los intérpretes. Tal es el caso del diálogo entre la Tía Vanessa
(Eileen Atkins) y Stanley, clave en la conclusión del film y apenas
dividido en dos planos bastante extendidos.
Eso sí, Allen decide poner su
cámara a tal distancia de los personajes que siempre permite
apreciar la cuidada recreación de época (la película transcurre en
los años de 1920's), el manejo sublime de la luz por parte de su
director de fotografía (Darius Khondji) y la selección
afortunadísima de los exteriores en el sur de Francia.
Como siempre, el trabajo actoral de
las películas de Allen es irreprochable. Colin
Firth es al mismo tiempo
aborrecible y fascinante, firme en sus frías convicciones y ardiente
deseoso de que algo más ocurra con su vida. Emma
Stone, ya me he referido a
ello con ocasión de otra película, tiene uno de los pares de ojos
más bellos del cine actual y con
la naturalidad de su estar
nos hace pensar en la posibilidad de una especie de santidad en el
mundo real.
Woody Allen sigue entendiendo el
cine como magia, no hay que olvidar que fue ilusionista antes que director. El cine es una técnica puesta al servicio de la creación
de algo que realmente no existe, que nos hace atisbar en la
posibilidad de que algo superior nos rodea. Igual que la magia,
produce seres ensimismados en el dominio de sus procesos, pero que
aspiran una una libertad que nos hagan remontar nuestro plano normal
de existencia.
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