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miércoles, 3 de diciembre de 2014

Pulp Fiction: 20 años


Pulp fiction se reestrena en salas comerciales por su veinte aniversario. Reciclo un viejo texto, que habla un poco de todo y es autobiográfico, pero que gira alrededor de los primeros filmes de Tarantino.
 
 Pertenezco a una generación cuya cinefilia creció y se fortaleció gracias a las películas de Quentin Tarantino. En los primeros años de la década de 1990 mal circulaba la revista Dicine, una de las pocas opciones previas al internet que mezclaba la crítica y los datos duros, ya que además de artículos sobre filmes destacados, los estrenos en la ciudad de México eran todos reseñados aunque fuera brevemente y se incluía una ficha técnica de cada película.
Ahí se hablaba maravillas de Perros de reserva (Reservoir Dogs. Estados Unidos. 1992), la ópera prima de un cineasta cuyo relato vital me permitía sentirlo próximo: no había estudiado cine, su gusto por las películas se había nutrido de videocassettes y, mientras despachaba en un videoclub, escribía guiones.
En aquel entonces no tenía palabras palabras para describir el relato y la narración que hacían de Perros... un filme extraordinario por sus rupturas temporales, sus cambios en los puntos de vista, sus elipsis sugerentes y su búsqueda de espacios para cada personaje. Y bueno, nada podía decir sobre su puesta y pantalla: todo estaba demasiado oculto de un recién egresado de la licenciatura, burócrata en ciernes que apenas había visto Ciudadano Kane (Citizen Kane. Orson Welles. Estados Unidos. 1941) y Casta de malditos (The killing. Stanley Kubrick. Estados Unidos. 1956), modelos evidentes pero no únicos de Tarantino: de las películas orientales que prácticamente rehizo ni hablar.
Lo que me encantaba eran los giros y sorpresas violentas del relato, así como el manejo tan lucidor de la música. Pero más me gustaba que el director era de mi misma generación (aunque había nacido ocho años antes que yo), que tenía una seria preocupación por el guión (mi mayor interés en aquel entonces) y que era cuate de otro cineasta que consideraba modélico en mi proyecto de vida: Robert Rodríguez.
Tal era la necesidad de ver Perros... que, aprovechando un viaje de trabajo a Aguascalientes, me metí a un cine por demás lúgubre para verla antes que nadie (según yo) en mi ciudad. El resultado fue devastador. No puede dejar de darle vueltas a la película por meses. Y fue la primera de la que tuve disco compacto, póster y video vhs. Oficialmente era fan.
Afortunadamente gravitaban en mi entorno otros individuos cinéfilos mucho más conocedores que yo, que me llevaron a los otros modelos no tan lógicos y evidentes de Tarantino. Leonel Romero y José Antonio Meave eran asiduos a sesiones (diurnas o nocturnas) donde pude ir explorando las películas francesas de los sesentas y setentas, sobre todo las de Jean – Luc Godard. Si las películas de Taratino sólo me hubieran servido para conocer a Godard ya hubieran válido la pena.
En los próximos años traté de autoinflingirme todo el conocimiento fílmico que pude, tal y como lo recomienda el autodidacta Groucho Marx. El salario de la burócrata permitía los viajes y la compra de libros y películas. La soledad y el deseo de evasión invitaban a llegar y permanecer en las salas cinematográficas. En una época de tanto desamor pude agenciarme conocimientos fundamentales para mi vida futura. No todo el tiempo fue desperdiciado.
La segunda película de Tarantino llegó pronto y verla resultaba una obligación gozosa. En México se estrenó en 1995 y hube de viajar al Distrito Federal con la precisa encomienda de verla. Mi primer visionado ocurrió en el cine Latino, enorme sala en la Avenida Reforma, un poco venido a menos en aquel entonces pero todavía impresionante por el tamaño de su pantalla.
Tarantino me derrotó por knock out. El humor era desternillante. No creo haber reído tanto antes de la escena en que Travolta le vuela la cabeza a su camarada, ni haber encontrado nada tan cachondo como el pie de “Esmerelda Vilalobos” o el francés de María de Medeiros. Uma Thurman no me emocionaba tanto, pero hay que reconocerle su mérito sobre todo cuando estaba desfallecida.
No recuerdo ninguna película en donde los balazos sonaran tan fuerte, ni donde la música y el plano final de la película te obligaran a ir caminando igual que los personajes cuando salías a la calle. El guión lo encontraba original e intenso. Pero no sabía por qué. No entendía que tiene una progresión dramática imparable a partir de la acumulación de tiempos muertos. No lo entendía, pero estaba chido. La había vivido a flor de piel de tal forma que persistí en mi retina.
Tarantino se puso de moda. Como si fuera un terremoto, tuvo una serie de réplicas en nuestro país, unas más afortunadas que otras. Funcionaba muy bien referencia en El callejón de los milagros (Jorge Fons. México, 1995), pero su estreno resultó tan inmediato que uno no puede saber si realmente influyó en el trabajo del director y del guionista (Vicente Leñero adaptando a Nagib Mahfouz).
Donde si hasta coraje me dio fue cuando vi Amores perros (Alejandro González Iñárritu. México. 2000), donde con escasa imaginación copiaron la mejor escena de Perros... Es fecha que me parece imperdonable. De hecho 21 gramos (21 Grams. Alejandro González Iñárritu. Estados Unidos. 2003) y Kill Bill: La venganza, volúmen 1 (Kill Bill: Vol. 1. Quentin Tarantino. Estados Unidos. 2003) se proyectaron al mismo tiempo en San Luis Potosí. Esto me hizo pensar que las películas de Iñárrritu no me gustaban por que prefería ver las de Tarantino.
Con el paso del tiempo y tras el estreno de Biutiful (Alejandro González Iñárritu. México y España. 2010) y la ruptura con Guillermo Arriaga he valorado a González Iñárritu. Sin embargo considero válido mi juicio para sus tres primeras películas. Y las de Arriaga no las veo ni por error.
La vida siguió, las películas se acumularon, el amor al cine creció. Y en un momento fue alimentado por las primeras películas de Tarantino. Y qué momento. Fue el tiempo de las mejores películas de Woody Allen en los noventas, de las últimas de Krzysztof Kieslowski, de La edad de la inocencia (The Age of Innocence. Martin Scorsese. Estados Unidos. 1993) de grandes filmes dirigidos por Keneth Branagh y de muchas otras experiencias fílmicas que no tiene caso listar ahora, pero que incrementaron la necesidad de ver mas y mas películas. Era, parafraseando a François Truffaut, era el amor al cine a los veinte años.

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