Translate

lunes, 14 de diciembre de 2015

Star Wars: la originalidad imposible


Este es el primero de tres textos que compartiré sobre la saga de La guerra de las galaxias antes del estreno de la séptima entrega. Se trata de una reflexión sobre la imposibilidad de la originalidad en los tiempos fílmicos inaugurados en la década de 1970. 
Originalmente estas ideas estaban organizadas como un guión radiofónico para mi intervención en el especial del podcast Sonido Directo del pasado 4 de mayo. Finalmente mucho se quedó en el tintero y por eso me pareció prudente trabajar el texto y presentarlo por escrito.


En la década anterior al estreno de La guerra de las galaxias [Título original: Star Wars. Dirección: George Lucas. País: Estados Unidos. Año: 1977] Hollywood, la maquinaria industrial más grande de hacer películas ha nivel global, había recibido varios golpes no sin tambalearse.
Por un lado las empresas que le constituyen, como Metro-Goldwyn-Mayer, 20th Century Fox y Paramount, perdieron una serie de disputas legales que mermaron su capacidad económica. Además la televisión se consolidó como el medio favorito de los consumidores para acceder a contenidos audiovisuales en los Estados Unidos y, paulatinamente, en el resto del orbe. Hollywood ya no era tan poderoso como en 1940 pero no había perdido su hegemonía comercial.
En el aspecto artístico las producciones estadounidenses tenían serios competidores. En el resto del mundo surgen, incesantemente, autores que innovan, a veces radicalmente, y renuevan el arte cinematográfico. Ejemplares son los casos de Ingmar Bergman, Federico Fellini, Satyajit Ray y Akira Kurosawa además de los directores que conformaron movimientos como la Nueva Ola en Francia, los nuevos cines de Europa Oriental y en América Latina. El interés intelectual (minoritario pero influyente) se centraba fuera de Hollywood.
Desde luego que esta afirmación conoce excepciones como las películas de Stanley Kubrick y los filmes de la generación de Martin Scorsese, Francis Ford Coppola y Woody Allen, todos autores que negocian con la maquinaria con el sistema industrial del cine estadounidense. Por un lado hacían películas baratas (incluso Kubrick tomando en cuenta lo ambicioso de sus proyectos) que obtenían premios y reconocimiento crítico e incluso ganancias económicas, aunque fueran discretas.
Los contenidos de muchas de estos filmes estaban lejos de poder verse en las pantallas caseras donde privaba la programación familiar que excluía la violencia de Naranja Mecánica [A Clockwork Orange. Kubrick. Reino Unido y Estados Unidos. 1971], Taxi Driver [Scorsese. Estados Unidos. 1976] y El Padrino [The Godfather. Coppola. 1972] así como las referencias a la vida de las élites, el erotismo, la intelectualidad y el consumo de las drogas de Dos extraños amantes [Annie Hall . Allen. Estados Unidos. 1977].
Pero cuando se estrena primero El exorcista [The Exorcist. William Friedkin. Estados Unidos. 1973], Tiburón [Jaws. Steven Spielberg. Estados Unidos. 1975] y La guerra de las galaxias, en 1976, Hollywood se reencuentra con los grandes éxitos de taquilla. Las tres películas ingresan a taquilla, respectivamente, 200, 260 y 500 millones de dólares. Con ellas arrancó, oficialmente, la era de los blockbusters.
Hay por lo menos dos factores que explican el éxito de estos filmes: el encuentro del espectador con emociones simples pero intensas y las campañas de mercadotecnia que los acompañaron en sus estrenos.
La guerra de las galaxias maneja una gama emocional muy limitada que simplifica la película y le aleja de cualquier complejidad argumental o interpretativa. Para enganchar al público ávido de emociones recurre a muchos clichés antes de pretender la originalidad. También es un catálogo de citas cinematográficas.
La saga creada por George Lucas en su conjunto tiene mucho que ver con los seriales de Flash Gordon y de El Llanero Solitario, conformadas por cortometrajes de 15 minutos que se exhibían uno distinto cada fin de semana, dejando abierta la anécdota y fomentando el suspenso. Hay mucha capa y espada: caballeros, princesas, castillo y locaciones exóticas. Pero las cabalgatas son sustituidas casi siempre naves espaciales que mucho tienen de aviones de la Segunda Guerra Mundial.
Se ha hablado mucho de la influencia de Akira Kurosawa y es relativamente sencillo detectar a los personajes y al modelo dramático de La fortaleza escondida [Kakushi-toride no san-akunin. Kurosawa. Japón. 1958] y Lucas reconoció la influencia filmes alemanes como Metrópolis [Metropolis. Fritz Lang. 1927] y El triunfo de la voluntad [Triumph des Willens. Leni Riefenstahl. 1935] para crear a los villanos de la serie y muchos de los espacios donde se mueven.
El uso de la música de John Williams es deudora de 2001: odisea del espacio [2001: A Space Odyssey. Kubrick. Estados Unidos y Reino Unido. 1968] y ello resulta evidente en sus tonalidades románticas, así como comparte la noción del guerrero trascendente con películas como Un toque de zen de King Hu [Xia nü. Taiwan. 1971].
El valor de La guerra de las galaxias, como película individual y como saga, no radica en su originalidad por demás dudosa, antes bien se debe buscar en su capacidad sintética y de cita que permite ignorar las debilidades del guión y aún hoy suspende el análisis intelectual de muchos espectadores, que las han abordado (y lo mismo harán con Star Wars: Episodio VII - El Despertar de la Fuerza [Star Wars: The Force Awakens. J.J. Abrams. 2015]). El cine como parque de diversiones en el principio de Hollywood, ahora y siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario