Este es el primero de tres textos que compartiré sobre la saga de La guerra de las galaxias antes del estreno de la séptima entrega. Se trata de una reflexión sobre la imposibilidad de la originalidad en los tiempos fílmicos inaugurados en la década de 1970.
Originalmente estas ideas estaban organizadas como un guión radiofónico para mi intervención en el especial del podcast Sonido Directo del pasado 4 de mayo. Finalmente mucho se quedó en el tintero y por eso me pareció prudente trabajar el texto y presentarlo por escrito.
Por
un lado las empresas que le
constituyen,
como Metro-Goldwyn-Mayer, 20th Century Fox y Paramount, perdieron una
serie de disputas legales que mermaron su capacidad económica.
Además la televisión se consolidó como el medio favorito de los
consumidores para acceder a contenidos audiovisuales en los Estados
Unidos y, paulatinamente, en el resto del orbe. Hollywood ya no era
tan poderoso como en 1940 pero no había perdido su hegemonía
comercial.
En el aspecto artístico las producciones estadounidenses tenían
serios competidores. En el resto del mundo surgen, incesantemente,
autores que innovan, a veces radicalmente, y renuevan el arte
cinematográfico. Ejemplares son los casos de Ingmar Bergman,
Federico Fellini, Satyajit Ray y Akira Kurosawa además de los
directores que conformaron movimientos como la Nueva Ola en Francia,
los nuevos cines de Europa Oriental y en América Latina. El interés
intelectual (minoritario pero influyente) se centraba fuera de
Hollywood.
Desde luego que esta afirmación conoce excepciones como las
películas de Stanley Kubrick y los filmes de la generación de
Martin Scorsese, Francis Ford Coppola y Woody Allen, todos autores
que negocian con la maquinaria con el sistema industrial del cine
estadounidense. Por un lado hacían películas baratas (incluso
Kubrick tomando en cuenta lo ambicioso de sus proyectos) que obtenían
premios y reconocimiento crítico e incluso ganancias económicas,
aunque fueran discretas.
Los
contenidos de muchas de estos filmes estaban lejos de poder verse en
las pantallas caseras donde privaba la programación
familiar que excluía la violencia de Naranja
Mecánica
[A Clockwork Orange. Kubrick. Reino Unido y Estados Unidos. 1971],
Taxi Driver [Scorsese. Estados Unidos. 1976] y El
Padrino
[The Godfather. Coppola. 1972]
así como las referencias a la vida de las élites, el erotismo, la
intelectualidad y el consumo de las drogas de Dos
extraños amantes
[Annie Hall . Allen. Estados Unidos. 1977].
Pero
cuando se estrena primero El
exorcista
[The Exorcist. William Friedkin. Estados Unidos. 1973], Tiburón
[Jaws. Steven Spielberg. Estados Unidos. 1975] y La
guerra de las galaxias,
en 1976, Hollywood se reencuentra con los grandes éxitos de
taquilla. Las tres películas ingresan a taquilla, respectivamente,
200, 260 y 500 millones de dólares. Con ellas arrancó,
oficialmente, la era de los blockbusters.
Hay
por lo menos dos factores que explican el éxito de estos filmes: el
encuentro del espectador con emociones simples pero intensas y las
campañas de mercadotecnia que los acompañaron
en
sus estrenos.
La guerra de las galaxias
maneja una gama emocional muy limitada que simplifica la película y
le aleja de cualquier complejidad argumental o interpretativa. Para
enganchar al público ávido de emociones recurre a muchos clichés
antes de pretender la originalidad. También es un catálogo de citas
cinematográficas.
La saga creada por George Lucas en su conjunto tiene mucho que ver
con los seriales de Flash Gordon y de El Llanero Solitario,
conformadas por cortometrajes de 15 minutos que se exhibían uno
distinto cada fin de semana, dejando abierta la anécdota y
fomentando el suspenso. Hay mucha capa y espada: caballeros,
princesas, castillo y locaciones exóticas. Pero las cabalgatas son
sustituidas casi siempre naves espaciales que mucho tienen de aviones
de la Segunda Guerra Mundial.
Se
ha hablado mucho de la influencia de Akira Kurosawa y es
relativamente sencillo detectar a los personajes y al modelo
dramático de La
fortaleza escondida [Kakushi-toride
no san-akunin. Kurosawa. Japón. 1958] y Lucas reconoció la
influencia filmes alemanes como Metrópolis [Metropolis. Fritz Lang.
1927] y El
triunfo de la voluntad
[Triumph des Willens. Leni Riefenstahl. 1935] para crear a los
villanos de la serie y muchos de los espacios donde se mueven.
El
uso de la música de John
Williams es deudora de 2001:
odisea del espacio
[2001: A Space Odyssey. Kubrick. Estados Unidos y Reino Unido. 1968]
y ello resulta evidente en sus tonalidades románticas, así como
comparte la noción del guerrero trascendente con películas como Un
toque de zen
de King Hu [Xia nü. Taiwan. 1971].
El
valor de La
guerra de las galaxias,
como película individual y como saga, no radica en su originalidad
por demás dudosa, antes bien se debe buscar en su capacidad
sintética y de cita que permite ignorar las debilidades del guión y
aún hoy suspende el análisis intelectual de muchos espectadores,
que las han abordado (y lo mismo harán con Star
Wars: Episodio VII - El Despertar de la Fuerza
[Star Wars: The Force Awakens. J.J. Abrams. 2015]). El cine como
parque de diversiones en el principio de Hollywood, ahora y siempre.
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