Para hacer el ritual arduo de ir a una sala
cinematográfica y gastar todo el dinero que ello implica hay que
mezclar el optimismo y la ingenuidad que alimentan la esperanza de
encontrarse con una buena película. Si no fuera así mejor uno se
quedaba en su casa a ver algo en video.
Pero ayer nos armamos con los recursos de la buena fe para ver Victor
Frankenstein [Dirección: Paul McGuigan. País: Estados Unidos. Año:
2015]. No recordaba que su director nos había ofrecido un par de
filmes interesantes, por lo menos en su momento y con solo un
visionado de por medio, como Asesino a sueldo [Título
original: Lucky Number Slevin. Alemania y Estados Unidos. 2006] y
Viaje ácido [The Acid House. Reino Unido. 1998] así como
algunos capítulos de la serie televisiva Sherlock (en 2010 y 2012).
Tampoco ayudaba mucho recordar que
el coprotagonista de la película era el mismísimo Harry Potter (no
les voy a poner las referencias a todas las películas de la saga: me
llevarían el resto del espacio del texto) quien interpreta a Igor,
el asistente del Dr. Víctor
Frankenstein. Personaje de orígenes fílmicos y no literarios,
generalmente deforme y sádico, que ha tenido diversos nombres como
Fritz en Frankenstein [James Whale. Estados Unidos. 1931] y su más
genial caracterización en la de Marty Feldman en El
joven Frankenstein
[Young Frankenstein. Mel Brooks. Estados Unidos. 1974].
Quedaba claro que el reto para
Daniel Radcliffe no era cualquier cosa y si bien su interpretación
de Igor no será el papel que lo consagre, en términos generales
sale airoso si no se le acusa de exceso de ñoñería por sobre
explotar su gesto de perrito apaleado.
El caso del protagonista, el Dr.
Frankenstein, generaba
mayores expectativas al ser interpretado por uno de nuestros actores
favoritos: James McAvoy (El
último rey de Escocia
[The Last King of Scotland. Kevin Macdonald. Reino Unido y Alemania.
2006] y Charles Xavier en X-Men:
Primera generación
[X-Men: First Class. Matthew Vaughn. Estados Unidos y Reino Unido.
2011]).
El Frankenstein de McAvoy proyecta
fuerza y ambición por el conocimiento y
es capaz de utilizar de forma expedita y poco cuestionada en términos
éticos la ciencia aplicada, volviéndose una especie de Dr. House
previo a la implementación de asepsia en la práctica médica,
pepenador de cadáveres de animales y desde luego transgresor de los
límites sociales de ciencia.
La película ocurre en el siglo
XIX en Londres y desde luego no es una adaptación de la novela de
Mary Shelley aunque su presencia es más que evidente a lo largo de
toda la película las tramas de ambas obras se alejan radicalmente.
En
la película de McGuigan
hay un par de antagonistas
interesantes por lo que simbolizan: un detective de Scotland Yard
(Roderick Turpin / Andrew
Scott), fanático católico que representa la censura de la religión
a la ciencia cuando la segunda pone en duda los fundamentos de la
primera. Y por otro lado se encuentra Finnegan (Freddie Fox),
millonario que aspira a obtener y controlar los secretos de la
resurrección de Frankenstein y al mismo tiempo es
su financiador, lo
cual manifiesta
las relaciones entre el capital y la ciencia en nuestros días.
Pero la más interesante de las
relaciones entre la novela y la película tiene que ver con la
reinterpretación de su tema y la revolcada que recibe el mito que la
fundamenta. “Frankenstein” de Mary Shelley tenía como subtítulo
“El moderno Prometeo” y como tal su protagonista era castigado
(con la muerte de sus seres amados) por la soberbia de sobrepasar los
límites entre la vida y la
muerte con herramientas precarias y procesos que se salían de su
control.
El Victor Frankenstein de Paul
McGuigan no es un Prometeo,
es un Fausto capaz de pactar con el Diablo (en este caso el del
capital representado por Finnegan), trasgredir el conocimiento de su
época (impuesto socialmente por la religión) y aún así no recibir
un castigo, salir airoso e incluso superando sus pérdidas, dispuesto
a aprender de sus errores y a seguir su senda de aprendizaje con base
en la prueba y el error.
Igor entonces se convierte en la
conciencia de Frankenstein, una especie de psicólogo que puede
entender y hacerle ver los orígenes profundos de su actuar y le
proporcina un estado de paz
por lo menos aparente en lo que podrían ser los lagos de Suiza.
Aunque todos sabemos que es ahí donde ocurre la auténtica pesadilla
de Frankenstein.
Lo mejor de la película quizá
sea
el uso de los efectos digitales de una forma no realista poniendo en
la pantalla la visión de sus protagonistas, que ven en los cuerpos
humanos el diagrama de un sistema cuyo funcionamiento hay que
desentrañar bellamente trazado
con la concepción
industrial de la época victoriana.
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