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martes, 8 de diciembre de 2015

Victor Frankenstein

Para hacer el ritual arduo de ir a una sala cinematográfica y gastar todo el dinero que ello implica hay que mezclar el optimismo y la ingenuidad que alimentan la esperanza de encontrarse con una buena película. Si no fuera así mejor uno se quedaba en su casa a ver algo en video.
Pero ayer nos armamos con los recursos de la buena fe para ver Victor Frankenstein [Dirección: Paul McGuigan. País: Estados Unidos. Año: 2015]. No recordaba que su director nos había ofrecido un par de filmes interesantes, por lo menos en su momento y con solo un visionado de por medio, como Asesino a sueldo [Título original: Lucky Number Slevin. Alemania y Estados Unidos. 2006] y Viaje ácido [The Acid House. Reino Unido. 1998] así como algunos capítulos de la serie televisiva Sherlock (en 2010 y 2012).

Tampoco ayudaba mucho recordar que el coprotagonista de la película era el mismísimo Harry Potter (no les voy a poner las referencias a todas las películas de la saga: me llevarían el resto del espacio del texto) quien interpreta a Igor, el asistente del Dr. Víctor Frankenstein. Personaje de orígenes fílmicos y no literarios, generalmente deforme y sádico, que ha tenido diversos nombres como Fritz en Frankenstein [James Whale. Estados Unidos. 1931] y su más genial caracterización en la de Marty Feldman en El joven Frankenstein [Young Frankenstein. Mel Brooks. Estados Unidos. 1974].
Quedaba claro que el reto para Daniel Radcliffe no era cualquier cosa y si bien su interpretación de Igor no será el papel que lo consagre, en términos generales sale airoso si no se le acusa de exceso de ñoñería por sobre explotar su gesto de perrito apaleado.
El caso del protagonista, el Dr. Frankenstein, generaba mayores expectativas al ser interpretado por uno de nuestros actores favoritos: James McAvoy (El último rey de Escocia [The Last King of Scotland. Kevin Macdonald. Reino Unido y Alemania. 2006] y Charles Xavier en X-Men: Primera generación [X-Men: First Class. Matthew Vaughn. Estados Unidos y Reino Unido. 2011]).
El Frankenstein de McAvoy proyecta fuerza y ambición por el conocimiento y es capaz de utilizar de forma expedita y poco cuestionada en términos éticos la ciencia aplicada, volviéndose una especie de Dr. House previo a la implementación de asepsia en la práctica médica, pepenador de cadáveres de animales y desde luego transgresor de los límites sociales de ciencia.
La película ocurre en el siglo XIX en Londres y desde luego no es una adaptación de la novela de Mary Shelley aunque su presencia es más que evidente a lo largo de toda la película las tramas de ambas obras se alejan radicalmente.
En la película de McGuigan hay un par de antagonistas interesantes por lo que simbolizan: un detective de Scotland Yard (Roderick Turpin / Andrew Scott), fanático católico que representa la censura de la religión a la ciencia cuando la segunda pone en duda los fundamentos de la primera. Y por otro lado se encuentra Finnegan (Freddie Fox), millonario que aspira a obtener y controlar los secretos de la resurrección de Frankenstein y al mismo tiempo es su financiador, lo cual manifiesta las relaciones entre el capital y la ciencia en nuestros días.
Pero la más interesante de las relaciones entre la novela y la película tiene que ver con la reinterpretación de su tema y la revolcada que recibe el mito que la fundamenta. “Frankenstein” de Mary Shelley tenía como subtítulo “El moderno Prometeo” y como tal su protagonista era castigado (con la muerte de sus seres amados) por la soberbia de sobrepasar los límites entre la vida y la muerte con herramientas precarias y procesos que se salían de su control.
El Victor Frankenstein de Paul McGuigan no es un Prometeo, es un Fausto capaz de pactar con el Diablo (en este caso el del capital representado por Finnegan), trasgredir el conocimiento de su época (impuesto socialmente por la religión) y aún así no recibir un castigo, salir airoso e incluso superando sus pérdidas, dispuesto a aprender de sus errores y a seguir su senda de aprendizaje con base en la prueba y el error.
Igor entonces se convierte en la conciencia de Frankenstein, una especie de psicólogo que puede entender y hacerle ver los orígenes profundos de su actuar y le proporcina un estado de paz por lo menos aparente en lo que podrían ser los lagos de Suiza. Aunque todos sabemos que es ahí donde ocurre la auténtica pesadilla de Frankenstein.

Lo mejor de la película quizá sea el uso de los efectos digitales de una forma no realista poniendo en la pantalla la visión de sus protagonistas, que ven en los cuerpos humanos el diagrama de un sistema cuyo funcionamiento hay que desentrañar bellamente trazado con la concepción industrial de la época victoriana.

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