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lunes, 17 de marzo de 2014

El crimen del cácaro Gumaro: de lo televisivo a lo repulsivo


El crimen del cácaro Gumaro (Emilio Portes: México, 2014) deja claro que el bautizo y el destino van de la mano. Llamarle así a la película la circunscribió al terreno de la parodia, la ata a las referencias sin fin, le confiere como estrategia vital el ser eco, reverberación, distorsión y ruido en el destemplado concierto del cine mexicano.
El título advierte: nos vamos a reír de la película hasta hace poco mas exitosa del cine mexicano, El crimen del padre Amaro (Carlos Carrera: México, 2002) e inmediatamente vemos en el cine Linterna Mújica la exhibición de “Olores perros” parodia de la primera película de Alejandro González Iñárritu, mezclada de forma bizarra con El laberinto del Fauno (Guillermo del Toro: México, España y Estados Unidos. 2006) y no han de haber pasado ni tres minutos de película.
Abro un paréntesis para hablar del cine de parodia. En finales de los años sesenta y principios de los setenta, Woody Allen hizo películas como Amor y muerte: la última noche de Boris Grushenko (Love and Death. Francia y Estados Unidos, 1975) que eran imitaciones burlescas de clásicos de la literatura y el cine. Para poco después abandonó esa senda.
Al mismo tiempo, Mel Brooks parodiaba a los clásicos de la cinematografía popular en filmes como El joven Frankenstein (Young Frankenstein. Estados Unidos, 1974) y en los ochentas Jim Abrahams con David y Jerry Zucker agotaron la fórmula preguntándose ¿Y dónde está el piloto? (Airplane! Estados Unidos, 1980).
Después de eso todo ha sido eco del eco, repetición de lo ha anteriormente repetido: otra película de miedo (Scary Movie 2. Keenen Ivory Wayans: Estados Unidos, 2001), otra película épica (Epic Movie. Jason Friedberg y Aaron Seltzer: Estados Unidos, 2007), y dónde está el exorcista (Repossessed. Bob Logan: Estados Unidos, 1990)... subproductos imposibles de ver por el espectador relativamente consciente.
Andrés Bustamante, Armando Vega Gil y Emilio Portes, los guionistas de El crimen del cácaro Gumaro recorren un trayecto agotado hace mas de 30 años, no llegan a nuevos paisajes, cansan con lo obvio de sus parodias y lo mas grave matan la risa de quien está en la sala cinematográfica.
Tratando de adivinar las pretensiones del director Emilio Portes pienso que éste recurre al ritmo de una burla por minuto como denuncia de la seriedad y exceso de solemnidad en el cine mexicano.
Así entiendo pretenda darle con todo a los filmes de Carlos Reygadas (Luz silenciosa / Stellet Licht. México, Francia, Holanda y Alemania, 2007) a los festivales de cine que privilegian la supuesta exquisitez y alimentan los bostezos, entiendo que denucie (al menos hipotéticamente) lo inteligible e inútil de la crítica en nuestro país.
Igualmente, pone del lado de lo encomiable, lo positivo y lo adecuado a los cómicos. El crimen del cácaro Gumaro tiene presencias que van de lo televisivo a lo repulsivo: Los Polivoces, Chabelo, los Mascabrothers y Brozo, el payaso de los videoescáncalos de Televisa.
También le da pequeños papeles a algunos actores de la mas denostada comedia fílmica que muchas veces tiene valores ocultos para el gran público. Aparecen a cuadro Alberto Rojas El Caballo, Jorge Rivero y los mismísimos Alfonso Zayas y Carmen Salinas.
¿Pero para qué tanta alharaca? ¿Qué propone El crimen del cácaro Gumaro? ¿Cuál es la propuesta ante el cine mexicano que con su seriedad, aburrición y pretensiones aleja al espectador de la sala?
La autoconciencia parece ser la respuesta. Tener claro que las películas mexicanas repelen al público y los realizadores se regodean en ello. Por eso en algún momento la cámara se va las butacas de la sala Linterna Mújica y captan el diálogo de dos espectadores, que son los moneros Jis y Trino, quienes deciden salirse antes de que se acabe la película. Este es uno de los pocos momentos razonables y razonados de El crimen del cácaro Gumaro.

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